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La lógica absurda de la "no proliferación nuclear" 
por Roberto Palmitesta
jueves, 23 febrero 2006

 

    En estos días se habla mucho de la carrera de Irán hacia la obtención de armas nucleares a pesar de que ese país asegura que sólo busca enriquecer uranio sólo para fines civiles. Todavía falta mucho para que Irán acepte el plan de Rusia para enriquecer uranio en suelo ruso, con lo cual habría cierto control sobre la calidad y la cantidad del uranio enriquecido, ya que a Moscú –al igual que a los países occidentales- no le interesa tener a otra potencia nuclear en sus fronteras. Mientras tanto Teherán reinició la nada sencilla tarea de enriquecer uranio en sus propias instalaciones, mientras Washington intensifica su ofensiva diplomática para aislar a Irán en la cuestión nuclear y obtener el apoyo de países árabes para ello, una tarea que es calificada por los analistas como una misión imposible ya que todo país islámico estaría contento que otra nación musulmana –distinta a Pakistán- obtuviera una capacidad nuclear.

    Esta aceleración de los eventos induce a preguntarse: ¿cómo se llegó a esta situación si existe un Tratado de No Proliferación Nuclear desde inicios de los 70? Recordemos que la URSS desarrolló sus propias armas en los años 50 con la ayuda de científicos alemanes y la compra de información de espías, todo en aras de la posible confrontación con la única potencia atómica de entonces, EE.UU., la única que la ha usado hasta ahora para fines militares. Luego Francia y Gran Bretaña llevaron a cabo su propio programa para tener cierta autonomía de su aliado norteamericano, mientras China hizo lo mismo en los 60 para independizarse de la renuente “asistencia tecnológica soviética”. En los 70, Israel adquirió cierta capacidad atómica en secreto para usarla como última carta en caso de que los países árabes amenazaran su existencia como nación. Por su parte, India desarrolló una pequeña capacidad nuclear para no estar a la merced de su poderoso vecino del norte, China, lo que motivó a Pakistán a armarse en la misma medida dado el antagonismo con India desde la independencia de ambos países. Pero ninguno de estos dos países del subcontinente indio firmaron el Tratado de No Proliferación nuclear, diseñado esencialmente para mantener el monopolio nuclear de las cinco potencias originales. Sin embargo, a pesar de este hecho, tanto EE.UU. como Francia le están ofreciendo a India asistencia en su programa nuclear civil, cuya tecnología podría ayudar al gigante indio a mejorar su capacidad militar. Mientras tanto, Rusia coopera abiertamente con el programa atómico iraní, aunque supuestamente limitado a los reactores para generación eléctrica. Y finalmente, Corea del Norte trabajó por su cuenta –ayudado al principio por la URSS- para tener su propio programa atómico, para declararse a fines del 2005 como “potencia nuclear” sólo para poder obtener concesiones económicas y energéticas de Occidente, chantaje que está imitando Irán en estos momentos.

      Las alternativas de Occidente para detener la carrera nuclear iraní son escasas, ya que está visto que las conversaciones no han conducido a mucho, excepto para hacerle ganar tiempo a Teherán. Además se anticipa que en el Consejo de Seguridad de la ONU tanto Rusia como China no apoyarían a EE.UU., Gran Bretaña y Francia si éstas solicitan sanciones económicas, por el obvio conflicto de intereses. Por otra parte, si EE.UU. opta por una solución militar contra Irán, tampoco tendrá el apoyo de sus aliados europeos, especialmente en vista de la triste experiencia de Irak, donde hubo un apresuramiento de Washington para invadir a cuenta de su supuesta capacidad atómica, que resultó infundada a pesar de que Saddam Hussein siempre ha tenido ambiciones nucleares.

     Así, EE.UU. está desarrollando a todo tren una capacidad militar para destruir por su cuenta las instalaciones nucleares iraníes con bombas atómicas o poderosas armas convencionales, capaces de penetrar los bunkers subterráneos donde se está trabajando para fines civiles, aunque más probablemente para fines militares, en vista de la tradicional agresividad anti occidental iraní desde los inicios de su revolución islámica. En caso de usarlas, animado por su estamento militar -que desconfía con cierta razón de los esfuerzos diplomáticos- Washington seguramente lo hará por su cuenta o sólo con el apoyo de Londres, su fiel aliado, aunque últimamente las fuerzas políticas británicas están tratando de desvincularse lo más posible de EE.UU. para no perder negocios e influencia en el mundo islámico, que la acusa de ser demasiado servil hacia los intereses estadounidenses.

      La situación actual indica que a pesar de los esfuerzos diplomáticos un pequeño número de naciones seguirá con sus planes de obtener armas atómicas o mejorar su actual capacidad nuclear, tanto en el poderío de sus armas como en la capacidad para penetrar defensas misilísticas. La motivación formal de estas naciones será siempre su propia seguridad, en vista de que sus vecinos están haciendo lo mismo impunemente, de modo que buscarán atajos para acelerar la obtención de un número pequeño de bombas, que le permitirían no tanto obtener una ventaja estratégica contra potencias superiores, sino para fines políticos internos, amenazas a sus vecinos antagónicos u obtener concesiones de países occidentales en el área económica. Esta es la triste realidad, cuya única alternativa lógica sería que las potencias mayores acuerden un desarme total si las menores abandonan totalmente –con supervisión internacional- sus incipientes programas nucleares. Pero dada la suspicacia entre naciones y la posibilidad de reanudar programas al tener la tecnología, este plan de desarme total no luce realista por ahora, especialmente mientras haya una sola superpotencia, sin rivales visibles en el campo militar, que además utiliza su superioridad en este campo como medio para actuaciones arrogantes en materia geopolítica, algo que está creando resentimiento en el mundo unipolar del siglo XXI, especialmente dentro del mundo en desarrollo.

rpalmi@yahoo.com
 

 
 
 
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