En
estos días se habla mucho de la carrera de Irán hacia la
obtención de armas nucleares a pesar de que ese país asegura que
sólo busca enriquecer uranio sólo para fines civiles. Todavía
falta mucho para que Irán acepte el plan de Rusia para
enriquecer uranio en suelo ruso, con lo cual habría cierto
control sobre la calidad y la cantidad del uranio enriquecido,
ya que a Moscú –al igual que a los países occidentales- no le
interesa tener a otra potencia nuclear en sus fronteras.
Mientras tanto Teherán reinició la nada sencilla tarea de
enriquecer uranio en sus propias instalaciones, mientras
Washington intensifica su ofensiva diplomática para aislar a
Irán en la cuestión nuclear y obtener el apoyo de países árabes
para ello, una tarea que es calificada por los analistas como
una misión imposible ya que todo país islámico estaría contento
que otra nación musulmana –distinta a Pakistán- obtuviera una
capacidad nuclear.
Esta aceleración de los eventos induce a
preguntarse: ¿cómo se llegó a esta situación si existe un
Tratado de No Proliferación Nuclear desde inicios de los 70?
Recordemos que la URSS desarrolló sus propias armas en los años
50 con la ayuda de científicos alemanes y la compra de
información de espías, todo en aras de la posible confrontación
con la única potencia atómica de entonces, EE.UU., la única que
la ha usado hasta ahora para fines militares. Luego Francia y
Gran Bretaña llevaron a cabo su propio programa para tener
cierta autonomía de su aliado norteamericano, mientras China
hizo lo mismo en los 60 para independizarse de la renuente
“asistencia tecnológica soviética”. En los 70, Israel adquirió
cierta capacidad atómica en secreto para usarla como última
carta en caso de que los países árabes amenazaran su existencia
como nación. Por su parte, India desarrolló una pequeña
capacidad nuclear para no estar a la merced de su poderoso
vecino del norte, China, lo que motivó a Pakistán a armarse en
la misma medida dado el antagonismo con India desde la
independencia de ambos países. Pero ninguno de estos dos países
del subcontinente indio firmaron el Tratado de No Proliferación
nuclear, diseñado esencialmente para mantener el monopolio
nuclear de las cinco potencias originales. Sin embargo, a pesar
de este hecho, tanto EE.UU. como Francia le están ofreciendo a
India asistencia en su programa nuclear civil, cuya tecnología
podría ayudar al gigante indio a mejorar su capacidad militar.
Mientras tanto, Rusia coopera abiertamente con el programa
atómico iraní, aunque supuestamente limitado a los reactores
para generación eléctrica. Y finalmente, Corea del Norte trabajó
por su cuenta –ayudado al principio por la URSS- para tener su
propio programa atómico, para declararse a fines del 2005 como
“potencia nuclear” sólo para poder obtener concesiones
económicas y energéticas de Occidente, chantaje que está
imitando Irán en estos momentos.
Las alternativas de Occidente para detener
la carrera nuclear iraní son escasas, ya que está visto que las
conversaciones no han conducido a mucho, excepto para hacerle
ganar tiempo a Teherán. Además se anticipa que en el Consejo de
Seguridad de la ONU tanto Rusia como China no apoyarían a EE.UU.,
Gran Bretaña y Francia si éstas solicitan sanciones económicas,
por el obvio conflicto de intereses. Por otra parte, si EE.UU.
opta por una solución militar contra Irán, tampoco tendrá el
apoyo de sus aliados europeos, especialmente en vista de la
triste experiencia de Irak, donde hubo un apresuramiento de
Washington para invadir a cuenta de su supuesta capacidad
atómica, que resultó infundada a pesar de que Saddam Hussein
siempre ha tenido ambiciones nucleares.
Así, EE.UU. está desarrollando a todo tren
una capacidad militar para destruir por su cuenta las
instalaciones nucleares iraníes con bombas atómicas o poderosas
armas convencionales, capaces de penetrar los bunkers
subterráneos donde se está trabajando para fines civiles, aunque
más probablemente para fines militares, en vista de la
tradicional agresividad anti occidental iraní desde los inicios
de su revolución islámica. En caso de usarlas, animado por su
estamento militar -que desconfía con cierta razón de los
esfuerzos diplomáticos- Washington seguramente lo hará por su
cuenta o sólo con el apoyo de Londres, su fiel aliado, aunque
últimamente las fuerzas políticas británicas están tratando de
desvincularse lo más posible de EE.UU. para no perder negocios e
influencia en el mundo islámico, que la acusa de ser demasiado
servil hacia los intereses estadounidenses.
La situación actual indica que a pesar de
los esfuerzos diplomáticos un pequeño número de naciones seguirá
con sus planes de obtener armas atómicas o mejorar su actual
capacidad nuclear, tanto en el poderío de sus armas como en la
capacidad para penetrar defensas misilísticas. La motivación
formal de estas naciones será siempre su propia seguridad, en
vista de que sus vecinos están haciendo lo mismo impunemente, de
modo que buscarán atajos para acelerar la obtención de un número
pequeño de bombas, que le permitirían no tanto obtener una
ventaja estratégica contra potencias superiores, sino para fines
políticos internos, amenazas a sus vecinos antagónicos u obtener
concesiones de países occidentales en el área económica. Esta es
la triste realidad, cuya única alternativa lógica sería que las
potencias mayores acuerden un desarme total si las menores
abandonan totalmente –con supervisión internacional- sus
incipientes programas nucleares. Pero dada la suspicacia entre
naciones y la posibilidad de reanudar programas al tener la
tecnología, este plan de desarme total no luce realista por
ahora, especialmente mientras haya una sola superpotencia, sin
rivales visibles en el campo militar, que además utiliza su
superioridad en este campo como medio para actuaciones
arrogantes en materia geopolítica, algo que está creando
resentimiento en el mundo unipolar del siglo XXI, especialmente
dentro del mundo en desarrollo.
rpalmi@yahoo.com