Este
humilde cronista no acuñó la frase de que la presidencia
de la república es el grado más alto de la carrera
militar. La sabiduría popular fue quien lo hizo, basada en
una tradición histórica y, si se quiere, estadística,
según la cual los gobiernos civiles han sido breves y
precarios en este retrasado rincón del mundo impropiamente
llamado América Latina. La república empezó así y así ha
seguido. En el fondo, es el sarmentino (de D. F.
Sarmiento) conflicto entre civilización y barbarie, en el
cual la barbarie siempre sale ganando.
Curiosamente, a Páez, de
origen social bárbaro y racialmente bachaco, en la vejez
le dio por la civilización. Se buscó una mujer menos
rústica, aprendió a tocar el violín y su casa de Valencia
la llenó de frases conviventes, pacifistas y civilizadas,
que llamaban al entendimiento entre los venezolanos. Más
que curioso, fue paradójico que su rival, Mariño,
millonario de cuna a quien debió suponérsele mejor
conducta, buscara desequilibrar aquella república civil
creada por Bolívar, un aristócrata que consideraba
"desgraciado el pueblo donde el hombre armado delibera" y
auguró que con este país acabaría eso que llamó "la
pardocracia", refiriéndose a un régimen como el actual
venezolano, dicho sea sin entrar en detalles étnicos sobre
los cuales difiero del Padre de la Patria. En realidad,
Bolívar lo que estaba era desencantado cuando dijo eso. Y
en eso sí estoy de acuerdo con él desde hace años,
concretamente desde que los venezolanos hicieron
presidente por segunda vez a un conspicuo ladrón, no
porque ignoraran que lo fuera, sino precisamente por
saberlo. Mi opinión sobre mis compatriotas sufrió entonces
una lesión de la cual aún no se ha repuesto.
Por algo que le oí decir al
general Baduel me viene al caso recordar aquel bárbaro
episodio de "La Carujada", semi-olvidado, no sé si por
temor a los milicos, en las historias oficiales -todas
falsas- que nos van enseñando. El general Mariño era de
los que tiraba la piedra y escondía la mano. En el
teniente coronel Carujo encontró al aventurero resentido
capaz de tirar una parada. Carujo era un matón que ya
había tratado de asesinar a Bolívar. Si tumbaba a Vargas,
Mariño iría al poder. Si no, Mariño diría ni conocerlo. En
un golpe de audacia, Carujo apresó al presidente Vargas,
como Rincón a Chávez el 11 de abril. Para consolidar el
golpe contaba con las tropas mariñistas que llegarían de
Oriente. Pero se le presentó un inconveniente.
En Maturín, un viejo general,
Manuel Isava Sucre, de los más antiguos mariñistas,
abandonó esa vieja militancia para respaldar la
Constitución. Isava había perdido sus dos hermanos en los
primeros años de la guerra y arrastraba el estigma
civilizado de que su padre no era un gañán ni un matarife
sino un ingeniero militar español. Además, era primo
hermano del Gran Mariscal: la gente bien de Cumaná, ciudad
primogénita. De todo esto le venía el ser civilizado y
como tal sabía la fatalidad que para la naciente Venezuela
significaría iniciarse bajo el signo de la violencia
militar.
Dentro de ese orden de ideas,
Isava se negó a tumbar al doctor Vargas. Asumió el mando
de las tropas orientales y las mantuvo leales al
presidente legítimo. Sin apoyo, Carujo debió escapar. Fue
capturado y muerto, mientras Mariño, el que lo mandó, uno
de los hombres más ricos de su tiempo, salía a confortable
exilio, a esperar que Páez se deteriora para sólo entonces
volver por sus fueros.
No sé si mi super-tatarabuelo,
el obscuro general que no quiso tumbar a Vargas, entendía
que de todos modos la civilidad estaba prendida con
alfileres, por no decir con lanzas que la sostenían
precariamente contra el bahareque de una sociedad
descoyuntada. No ha podido o no me lo ha querido decir en
las conversaciones imaginarias que sostenemos en la alta
madrugada, yo en mi chinchorro y él en el limbo adonde van
los justos -por pendejos. Me gustan esas conversaciones
porque mi súper-tatarabuelo no habla de Chávez ni tiene a
los Estados Unidos como referencia buena o mala, dos taras
que hacen irritante la conversación con mis
contemporáneos.
Por lo que le oí en estos días
al general Baduel -una exhortación a que el Fiscal General
me enjuicie-, es posible que se me proporcione extensa
oportunidad de hablar con mi súper-tatarabuelo desde Yare
o desde esa cárcel de Los Teques de donde la gente se va y
nunca más se sabe. Pero yo le comprendo, al general Baduel.
Su exposición del otro miércoles explicando por qué no
recibe al candidato Rosales mientras del candidato Chávez
recibe instrucciones cada rato a través del teléfono
interministerial, fue una filigrana de ambigüedades a la
altura del budismo zen. Algo había que ofrecerle al
dragón, y un periodista perseguido por la mala suerte de
tener razón antes de tiempo, es una presa fácil cuando a
cinco meses de la designación de un nuevo Comandante
General de la Armada el designado no ha podido instalarse
en el cargo, cuando el general comandante del regional más
importante de la Guardia simplemente no acepta la orden de
entregarle a un reemplazo, cuando la Fuerza Aérea llora en
Palo Negro frente a sus aviones paralizados y cuando los
jóvenes oficiales del Ejército le preguntan a sus
generales si esa fuerza de reservistas entrenados en Cuba
es para enfrentarse al ilusorio enemigo gringo o para
substituirlos a ellos. Cuando Baduel mueve el foco hacia
un personaje secundario -el periodista-, evita que se
hable de los temas capitales, hasta de él mismo. Una
diversión. Así no se habla del "hacker" mayor de la DIM
convertido en facto-factotum de la Sala de
Totalizaciones del CNE, donde el bachiller Leonardo
Hernández, cerebro de las listas de Tacón y Maisanta, es
quien entrena a los miembros de mesa y les otorga
credenciales...Ya me dirán ustedes cómo estará ese
Blindaje 2006.
No sé por qué estas cosas las
miro como si le estuvieran pasando a otro o estuvieran
ocurriendo en otra parte, quizás en el país salvaje que
fuimos hasta 1936 y volvimos a ser en 1998, cuando la
mayoría votó por un teniente coronel raspado en el curso
de Estado Mayor, sólo porque calzaba botas y ofrecía joder
a todo el mundo, oferta grata a un país notoriamente
masoquista. De modo que cuando Isaías consiga un estafador
colombiano que me acuse de haber asesinado a Gaitán o a
Pedro Joaquín Chamorro, esperaré tranquilo a la DIM y sólo
pediré que en la celda me dejen colgar un chinchorro para
desde allí conversar con mi súper-tatarabuelo y
preguntarle si Baduel es parecido a él o parecido a
Mariño. Porque Carujo ya sabemos quién es.
P.S.- No digo más porque en
una rueda de prensa que algún periódico, aunque sea El
Nuevo País, quizás publique el sábado, hablaré ancho y
profundo de Baduel y su Ejército Rojo, y sería impropio
darme un auto-tubazo.