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Péndulo
El general Baduel y el Ejército Rojo

por Rafael Poleo
viernes, 10 noviembre 2006

 

Este humilde cronista no acuñó la frase de que la presidencia de la república es el grado más alto de la carrera militar. La sabiduría popular fue quien lo hizo, basada en una tradición histórica y, si se quiere, estadística, según la cual los gobiernos civiles han sido breves y precarios en este retrasado rincón del mundo impropiamente llamado América Latina. La república empezó así y así ha seguido. En el fondo, es el sarmentino (de D. F. Sarmiento) conflicto entre civilización y barbarie, en el cual la barbarie siempre sale ganando. 

Curiosamente, a Páez, de origen social bárbaro y racialmente bachaco, en la vejez le dio por la civilización. Se buscó una mujer menos rústica, aprendió a tocar el violín y su casa de Valencia la llenó de frases conviventes, pacifistas y civilizadas, que llamaban al entendimiento entre los venezolanos. Más que curioso, fue paradójico que su rival, Mariño, millonario de cuna a quien debió suponérsele mejor conducta, buscara desequilibrar aquella república civil creada por Bolívar, un aristócrata que consideraba "desgraciado el pueblo donde el hombre armado delibera" y auguró que con este país acabaría eso que llamó "la pardocracia", refiriéndose a un régimen como el actual venezolano, dicho sea sin entrar en detalles étnicos sobre los cuales difiero del Padre de la Patria. En realidad, Bolívar lo que estaba era desencantado cuando dijo eso. Y en eso sí estoy de acuerdo con él desde hace años, concretamente desde que los venezolanos hicieron presidente por segunda vez a un conspicuo ladrón, no porque ignoraran que lo fuera, sino precisamente por saberlo. Mi opinión sobre mis compatriotas sufrió entonces una lesión de la cual aún no se ha repuesto.

 

Por algo que le oí decir al general Baduel me viene al caso recordar aquel bárbaro episodio de "La Carujada", semi-olvidado, no sé si por temor a los milicos, en las historias oficiales -todas falsas- que nos van enseñando. El general Mariño era de los que tiraba la piedra y escondía la mano. En el teniente coronel Carujo encontró al aventurero resentido capaz de tirar una parada. Carujo era un matón que ya había tratado de asesinar a Bolívar. Si tumbaba a Vargas, Mariño iría al poder. Si no, Mariño diría ni conocerlo. En un golpe de audacia, Carujo apresó al presidente Vargas, como Rincón a Chávez el 11 de abril. Para consolidar el golpe contaba con las tropas mariñistas que llegarían de Oriente. Pero se le presentó un inconveniente.

 

En Maturín, un viejo general, Manuel Isava Sucre, de los más antiguos mariñistas, abandonó esa vieja militancia para respaldar la Constitución. Isava había perdido sus dos hermanos en los primeros años de la guerra y arrastraba el estigma civilizado de que su padre no era un gañán ni un matarife sino un ingeniero militar español. Además, era primo hermano del Gran Mariscal: la gente bien de Cumaná, ciudad primogénita. De todo esto le venía el ser civilizado y como tal sabía la fatalidad que para la naciente Venezuela significaría iniciarse bajo el signo de la violencia militar.

 

Dentro de ese orden de ideas, Isava se negó a tumbar al doctor Vargas. Asumió el mando de las tropas orientales y las mantuvo leales al presidente legítimo. Sin apoyo, Carujo debió escapar. Fue capturado y muerto, mientras Mariño, el que lo mandó, uno de los hombres más ricos de su tiempo, salía a confortable exilio, a esperar que Páez se deteriora para sólo entonces volver por sus fueros.

 

No sé si mi super-tatarabuelo, el obscuro general que no quiso tumbar a Vargas, entendía que de todos modos la civilidad estaba prendida con alfileres, por no decir con lanzas que la sostenían precariamente contra el bahareque de una sociedad descoyuntada. No ha podido o no me lo ha querido decir en las conversaciones imaginarias que sostenemos en la alta madrugada, yo en mi chinchorro y él en el limbo adonde van los justos -por pendejos. Me gustan esas conversaciones porque mi súper-tatarabuelo no habla de Chávez ni tiene a los Estados Unidos como referencia buena o mala, dos taras que hacen irritante la conversación con mis contemporáneos.

 

Por lo que le oí en estos días al general Baduel -una exhortación a que el Fiscal General me enjuicie-, es posible que se me proporcione extensa oportunidad de hablar con mi súper-tatarabuelo desde Yare o desde esa cárcel de Los Teques de donde la gente se va y nunca más se sabe. Pero yo le comprendo, al general Baduel. Su exposición del otro miércoles explicando por qué no recibe al candidato Rosales mientras del candidato Chávez recibe instrucciones cada rato a través del teléfono interministerial, fue una filigrana de ambigüedades a la altura del budismo zen. Algo había que ofrecerle al dragón, y un periodista perseguido por la mala suerte de tener razón antes de tiempo, es una presa fácil cuando a cinco meses de la designación de un nuevo Comandante General de la Armada el designado no ha podido instalarse en el cargo, cuando el general comandante del regional más importante de la Guardia simplemente no acepta la orden de entregarle a un reemplazo, cuando la Fuerza Aérea llora en Palo Negro frente a sus aviones paralizados y cuando los jóvenes oficiales del Ejército le preguntan a sus generales si esa fuerza de reservistas entrenados en Cuba es para enfrentarse al ilusorio enemigo gringo o para substituirlos a ellos. Cuando Baduel mueve el foco hacia un personaje secundario -el periodista-, evita que se hable de los temas capitales, hasta de él mismo. Una diversión. Así no se habla del "hacker" mayor de la DIM convertido en facto-factotum de la Sala de Totalizaciones del CNE, donde el bachiller Leonardo Hernández, cerebro de las listas de Tacón y Maisanta, es quien entrena a los miembros de mesa y les otorga credenciales...Ya me dirán ustedes cómo estará ese Blindaje 2006.

 

No sé por qué estas cosas las miro como si le estuvieran pasando a otro o estuvieran ocurriendo en otra parte, quizás en el país salvaje que fuimos hasta 1936 y volvimos a ser en 1998, cuando la mayoría votó por un teniente coronel raspado en el curso de Estado Mayor, sólo porque calzaba botas y ofrecía joder a todo el mundo, oferta grata a un país notoriamente masoquista. De modo que cuando Isaías consiga un estafador colombiano que me acuse de haber asesinado a Gaitán o a Pedro Joaquín Chamorro, esperaré tranquilo a la DIM y sólo pediré que en la celda me dejen colgar un chinchorro para desde allí conversar con mi súper-tatarabuelo y preguntarle si Baduel es parecido a él o parecido a Mariño. Porque Carujo ya sabemos quién es.

 

P.S.- No digo más porque en una rueda de prensa que algún periódico, aunque sea El Nuevo País, quizás publique el sábado, hablaré ancho y profundo de Baduel y su Ejército Rojo, y sería impropio darme un auto-tubazo.

 

 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario ZETA

 
 
 
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