Durante
las próximas semanas, la mitad de los venezolanos, esos
que adversan al presidente Chávez, estarán ajustándose
psicológicamente para la larga marcha que le proponen los
políticos reunidos en torno a la candidatura –que no a la
jefatura- de Manuel Rosales. Tal como la percibimos, esta
proposición consiste en convertir al candidato derrotado
en jefe de un movimiento político que reúna a toda la
oposición, trabajando de manera permanente para batirse en
las instancias que se irán presentando. La primera de
ellas sería la reforma constitucional propuesta por Chávez
para reelegirse tantas veces como le alcance la vida.
Luego vendrían las elecciones municipales, de gobernadores
y de una nueva Asamblea Nacional. En medio estarían los
momentos convulsivos que se irán presentando a medida que
Chávez profundice en la creación de una sociedad sometida
al sistema militar-fascista, injustamente acusado de
socialista. Hasta llegar a una nueva elección
presidencial.
Los factores de poder que en los últimos años han llenado
el vacío de los partidos políticos, entre ellos varios
medios de comunicación involucrados con Rosales en esta
campaña, aceptan ese diseño y están trabajando para él.
Pero, sobre todo, la idea es grata al propio Gobierno. En
cierto modo, salió de su seno. La legitimación de Chávez,
quien estaba en entredicho por las denuncias de fraude en
el Referendo Revocatorio y la gigantesca abstención en las
elecciones parlamentarias, ha sido preocupación
fundamental de José Vicente Rangel, estratega no sólo de
esta victoria, sino del delicado trabajo de consolidar la
voluntad del jefe en el juego interno del chavismo. Es
que, curiosamente, el efecto más importante logrado por la
Oposición en estas elecciones es la legitimación de
Chávez: a veces, la conquista de un objetivo pasa por una
hermosa ofrenda al enemigo.
Por supuesto, Rosales, Petkoff y Borges, dueños
provisionales de la Oposición, no ignoraban que estaban
haciendo eso, ni que por hacerlo el régimen les perdonaba
la existencia. Es el pacto, casi siempre tácito, por el
cual tú me permites respirar mientras liquido a tu
enemigo. Después el enemigo seré yo, pero tú lo prefieres
porque me temes menos que al enemigo que yo estoy
destruyendo.
¿Quién es ese enemigo, a quien podemos llamar el muerto
más grande de estas elecciones, tan grande que no
alcanzamos a mirarlo? Ese muerto es la posibilidad de un
pronunciamiento como el del 11 de Abril, aquel que al día
siguiente fue abortado por el golpe impropiamente conocido
como “El Carmonazo”.
A Chávez no le legitima un Consejo Electoral brutalmente
dominado por el Gobierno. Le legitima Rosales al reconocer
apresuradamente su derrota -“aunque por una diferencia más
pequeña”, cuya cuantía mantiene en el misterio. José
Vicente ve resuelto el más delicado problema. El candidato
opositor confiere a Chávez el título que descalifica
cualquier esfuerzo por derrotarlo que no sea el de una
nueva cabalgata electoral, sin siquiera objetar las
condiciones, protesta de fondo que Rosales sepulta
renunciando generosamente a ella, sin mencionarla ni como
descarga, en ese decisivo momento cuando se multiplica el
peso de cada palabra. Con o sin Fuerte Tiuna, ese discurso
de Rosales es un acto político lleno de misterio. Sobre
todo cuando ya el jueves, en la última oportunidad de
expresión política antes del día de votar, Petkoff había
ablandado a la opinión con más de veinte intervenciones
mediáticas en las cuales le ganaba a Rosales por setenta y
dos horas en la carrera de quién reconocía primero.
Todavía el sábado, supuesto como día de silencio, Petkoff
remata con la media verónica de negar, con energía y
convicción que ni Tibisay Lucena, la posibilidad de que
“el voto sea birlado”.
Aquella noche del 3 de diciembre donde cada palabra fue de
oro, Chávez demostró una vez más su extraordinario dominio
de la televisión, en el cual sólo Renny Ottolina hubiera
podido superarlo. Por casi media hora anduvo en vaguedades
que hasta hicieron pensar que terminaría diciendo nada.
Lejos de eso. Estaba esperando que la sintonía fuera
total. Sólo cuando las dos mitades del país estuvieron
frente la pantalla, hizo su alocución, una de las más
preparadas de su carrera. Fue una sesión estrictamente
para chavistas de alto nivel en la cual “Yo el Supremo” a
cada uno le dijo de qué mal se va a morir. Como “il Duce
ne la Piazza Venezia”. Hasta el acceso al balcón fue un
mensaje. A su lado, su hija e inmediatamente después José
Vicente, que ni allí dejó de operar el celular desde el
cual ha manejado la campaña. Detrás suyo, Vielma Mora y
Rafael Ramírez, los dos que se restearon metiéndole el
purgante rojo al personal. La santa palabra se extendió en
el elogio a José Vicente y, quizás más significativo, por
inesperado, reivindicó a Ameliach, el jefe que en medio de
la campaña había sido defenestrado y reemplazado por
Diosdado, quien ciertamente no estaba ni de cuerpo
presente ni de recuerdo cariñoso.
¿Tema importante en la alocución del ratificado? La
corrupción que se debe erradicar, la cual no podía ser, no
lo puede, sino la del Gobierno. Es que a Chávez no le debe
ser grato, no a su personalidad, tanta alcabala militar en
su camino. El arbitraje de Fuerte Tiuna existió aunque
Rosales no fuera allí personalmente. No hay, por ahora,
otra explicación aceptable para su raro desempeño. Esa
indispensabilidad de la instancia militar ha marcado la
historia de este país apenas con intervalos brevísimos, y
Chávez no ha logrado quitársela de encima.
En el balcón del Duce se consideró que la cara de
circunstancias debía ser seria, quizás por ajustarse al
estilo de José Vicente. En cambio, al otro lado, detrás de
Rosales, había un hombre gozando que además no lo
disimulaba. Era Julio Borges, también ratificado, en su
caso como personal receptor de los fondos conque la
derecha europea y mexicana ha venido sosteniendo a Primero
Justicia. Los lectores no tienen que saber, y por eso se
los digo, que en un partido manda quien tiene dinero.
Malas noticias para Leopoldo, Gerardo, Liliana y hasta
para COPEI.
En cuanto a lo que Chávez va a hacer, también fue
anunciado. Ante todo, cauterizar cualquier disidencia en
su movimiento, donde muchos se consideran afectados por la
reelección vitalicia. Esto pudiera demorar la ejecución
del PPT y Podemos, quienes pudieran ser útiles en esta
faena -quizás por eso estaba ahí Aristóbulo. Otro que
pudiera obtener prórroga es Isaías, como heraldo que
anunciará los nombres de los ejecutados. En todo caso,
será una gozadera para la Oposición eso de ver chavistas
en la picota. Inmediatamente después irá la reforma
constitucional continuista, indispensable clásico de las
satrapías tropicales. Sólo hecho esto se acometerá el
cambio estructural de la sociedad, cosa de homologarla con
el paraíso fidelista. Cierto que para entonces ese
paraíso, ya dirigido por Raúl, habrá cambiado hacia el
modelo chino. Pero no les puedo contar todo en un solo
péndulo. Si este les sabe a poco, hagan como quien tras un
almuerzo fallo se completa con un cambur. Relean aquel del
15 de septiembre, titulado “Vana ilusión”, en el cual les
hice el guión de lo que pasaría el domingo. Iba a
reproducirlo hoy, pero me hubiera vuelto más odioso.