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Capote 
por Roberto Palmitesta
viernes, 16 diciembre 2005

 

     Capote es un relato fílmico sobre una importante creación literaria, con el actor Philip Seymour Hoffman -en un rol digno de un Oscar- como el escritor homosexual que revolucionó el periodismo investigativo con su novela A sangre fría. La obra fue definida por el mismo Truman Capote como una novela-reportaje, donde “todo lo que allí se dice es verdad”, en el mejor estilo periodístico, mientras la película ha impresionado a la crítica y es un notable documento de cinema-verité.

        La cinta del novel director Bennett Miller no es una biografía completa de Capote, sino que retoma su vida poco después de que publicara Desayuno en Tiffany’s, la fascinante novela sobre una frívola neoyorquina que vivía en la gran manzana de fiesta en fiesta para aliviar su soledad, hasta que encontró el amor. De paso, la novela fue llevada en seguida al cine con la gran Autrey Hepburn como intérprete, aunque Capote confesó luego que hubiera preferido a su gran amiga Marilyn Monroe en el papel de Holly. Ya establecida su valía como escritor con esa novela, Capote se entera de un brutal asesinato en Holcomb, un pequeño poblado de Kansas, y propone a la revista New Yorker que le financien el viaje a la aldea  para escribir sobre los entretelones de la tragedia, donde murieron –de manos de dos jóvenes errantes y desquiciados-- los cuatro integrantes de la familia Clutter.  

Un descarnado drama humano

     Al oler que habría mucho “material de interés humano” en ese relato periodístico, la revista autoriza el viaje y empieza toda una odisea para el escritor, al radicarse en Holcomb por semanas a la vez y entrevistar en cinco años no sólo a los habitantes de la aldea -especialmente a vecinos y parientes de las víctimas- sino a los protagonistas del drama, o sea los detectives que resolvieron el caso y los mismos asesinos de los Clutter, de nombre Smith y Hickock, descubiertos en otro estado y llevados prontamente a la justicia local, donde confiesan su crimen al poco tiempo.

      Más allá de un simple ensayo para revista, Capote ve en el drama un excelente material para una nueva novela y le promete la exclusiva por episodios al New Yorker, con tal que le sigan financiando su permanencia en la pequeña aldea de Holcomb, de apenas 12 mil habitantes. Capote obtiene permiso para pasar horas con los asesinos, tratando de averiguar los motivos que tuvieron para asesinar a gente que no conocían, sin que el robo justificara la crueldad con que perpetraron el crimen, algo que fue por muchos años material de estudios psiquiátricos gracias a la novela.

    Pasaban los años y Capote viajaba una y otra vez de la agitada metrópoli neoyorquina a Holcomb, llegando incluso a entablar amistad con Smith y Hickock. Luego confesaría a su colega Harper Lee (la famosa autora de Matar un ruiseñor) que se había enamorado de Perry Smith, acorde con su abierta tendencia homosexual, de la cual Capote nunca se avergonzó, al contrario de sus colegas contemporáneos –y amantes ocasionales-  Tennessee Williams y Gore Vidal. Entonces empieza un verdadero conflicto ético, tanto profesional como personal, pues aún teniendo casi toda la novela escrita y revisada, no podía publicarla sin esperar la conclusión del drama, que seguía en el ámbito judicial por las apelaciones, a pesar de la sentencia de muerte.

     Así, Capote refleja la tensión psicológica del atribulado escritor, quien a sabiendas de tener un best seller “caliente” entre manos, encara por meses la frustración de no tener su desenlace. En ese momento, el autor  llega a desear la muerte de los dos asesinos para ponerle punto final a su novela, algo que le causó después un enorme complejo de culpa, que incluso le afectó la salud y lo condujo al alcoholismo y la droga, y eventualmente a su muerte prematura antes de cumplir los 60 años.

Víctima de la fama

     Finalmente, los asesinos son ajusticiados y Capote publica primero la novela en cuatro episodios en el New Yorker, y al término del convenio, la editorial Ramdom House le publica el libro, que se  convierte en un éxito instantáneo de librería y se venden millones de ejemplares en decenas de idiomas.  Así Capote se vuelve no solo millonario sino una celebridad que es invitada a programas de opinión y a todas las fiestas ‘chic’ de Manhattan, donde se pavonea con su legendaria capa negra y sombrero de ala ancha.

      Aún con el paso del tiempo, Capote nunca se recuperó del trauma personal que significó A sangre fría y no llegó a escribir mucho –y nada de valor perdurable- en los años 70 y 80, víctima de su propio éxito literario y financiero. Sin embargo quedan los vibrantes relatos cortos, como Música para camaleones, que provocaron la admiración de críticos y la delicia de los lectores, gracias a su depurada técnica narrativa, reminiscente de la obra realista de su maestro Hemingway. Así, tanto su obra maestra como sus vibrantes cuentos son considerados clásicos de la narrativa norteamericana y de lectura obligada en clases de literatura y periodismo.    

       En cuanto al filme, Capote se suma claramente al grupo de excelentes obras biográficas que vimos recientemente en la gran pantalla, tales como El aviador, Ray y Kinsey, ya reseñados en esta columna. Sobresale en la obra de Miller la meticulosa actuación del actor Philip Seymour Hoffman (apreciado en Cold Mountain, El talentoso Sr. Ripley y Perfume de mujer ), quien con su gran parecido a Capote, lo trae a la vida con sorprendente habilidad, algo no muy fácil tratándose de un escritor excéntrico y amanerado. Al igual de lo que sucedió con Capote y su relación con A sangre Fría,  Hoffman sabía que era su gran oportunidad para sobresalir, por lo que se esmeró al máximo para que la Academia de Hollywood no lo olvide al escoger los candidatos del codiciado Oscar.
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  Brillantes citas ‘capotianas’

-“La literatura no es más que chismografía”

-“El fracaso es el condimento que le da sabor al éxito”

-“El gran placer de escribir no es el interés del tema, sino la música interna que hacen las palabras.”

-“No se puede tener muchos amigos, porque entonces no serían buenos amigos”

-“Ya que raramente se encuentran dos conversadores inteligentes,

muchas conversaciones son simples monólogos”.

rpalmi@yahoo.com

 
 
 
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