El
personaje de King Kong siempre ha fascinado al público de todas
las edades desde que salió la primera versión en 1933, que
utilizaba la rudimentaria técnica de la animación con modelos y
primitivos efectos visuales. El realizador Merian Cooper
se arriesgó con un personaje monstruoso como héroe pero la cinta
fue todo un éxito de taquilla, con escenas antológicas de un
enorme gorila salvando a la bella exploradora de los salvajes, y
luego defendiéndose de un ataque aéreo desde la cima del
edificio Empire State.
A pesar de estar hecha en blanco y negro,
la cinta tenía una originalidad y un encanto que no tuvo el
remake siguiente, realizado en 1976 por el magnate italiano
Dino de Laurentiis con un altísimo presupuesto. Con un joven
Jeff Bridges y la novata Jessica Lange en los
papeles centrales, el filme pasó sin pena ni gloria por teatros
y televisores, recuperando apenas su inversión aunque los
críticos la denigraron mientras ensalzaban la modesta versión
original.
Modernizando a un popular monstruo
Con el advenimiento de la animación
computadorizada, era lógico que se intentara un nuevo remake, y
el neocelandés Peter Jackson estaba listo pues acariciaba
el proyecto desde casi una década. Ahora, con el éxito crítico y
comercial que logró con la trilogía de El Señor de Los
anillos, logró interesar más fácilmente al estudio
Universal, recibiendo $ 20 millones por su trabajo de
guionista-productor-director dentro el presupuesto global de $
110 millones. El monto no fue más elevado porque lo filmó en
Nueva Zelanda, con fabulosos escenarios naturales para las
secuencias selváticas, además de avanzados estudios de animación
computarizada o CGI en Wellington, donde incluso pudo filmar las
escenas de ciudad en sus modernas calles.
Aunque la selección de los intérpretes no
era crucial ya que los monstruos acaparan casi toda la atención,
Jackson prefirió escoger a buenos actores en lugar de
luminarias. Así, el rol de la bella arqueóloga recayó sobre la
rubia australiana Naomi Watts, quien viene de impresionar
a la crítica con 21 gramos y Le divorce, pero no
había trabajado todavía en una superproducción. Y para el papel
central masculino, escogió a alguien con todo el aspecto de un
antihéroe, pero que ha logrado una buena imagen con su sencillez
y talento. Se trata de Adrien Brody, en su primer rol
importante desde que nos conmovió en la cinta de Roman
Polanski, El pianista, en la cual ganó el Oscar como
mejor actor hace un par de años. En el papel del empresario que
financia la expedición a la isla de la Calavera, Jackson
contrató al comediante Jack Black, bastante desconocido
en nuestro medio, pero muy cotizado en Hollywood por prestar su
voz en fantasías como Ice Age y Shark Tale.
Entran en escena los dinosaurios
En cuanto al guión, Jackson mantuvo la
ambientación como en la cinta original, o sea los años 30,
contrariamente a la versión de De Laurentiis, quien prefirió
actualizarla y matar al pobre gorila gigante en las torres
gemelas del World Trade Center, algo que no se pudiera hacer
ahora debido su lamentable destrucción en 2001. En este sentido,
Jackson fue fiel a la novela y siguió con el vetusto Empire
State, que no pasa de moda ahora que el destino le hizo
recuperar su status como el edificio más alto de la gran
metrópoli.
Pero el inquieto Jackson, quiso
aprovechar al máximo las facilidades de CGI de su terruño y
cambió la trama para colocar a algunos dinosaurios digitalizados
en lucha a muerte contra el gorila en la gran ciudad, todo para
apuntalar la bonhomía del gigantesco simio, apenas sugerida con
el salvamento de la heroína en la isla. De este modo Kong gana
puntos eliminando a los dinosaurios y salva –como todo un
superhéroe fílmico- a la gran manzana del asedio de los
maléficos monstruos. Sin embargo, la idea no es muy original
desde que los japoneses realizaron aquel curioso filme de 1963,
King Kong contra Godzilla, que siguió al éxito descomunal
de Godzilla (1954), a su vez basado en la misma idea de
King Kong, o sea un monstruo prehistórico que se venga de la
humanidad explotadora.
El monstruoso gorila es sólo controlado
por la amabilidad y belleza de la heroína, a tono con el tema de
“la bella y la bestia”, creado por una cuentista francesa de
mediados del siglo XVIII, Jeanne-Marie Leprince de Beaumont,
en una obra con una moraleja universalista sobre el valor de las
personas más allá de las apariencias externas. Desde entonces,
el tema ha sido imitado de distintas maneras en otras obras,
desde Frankenstein hasta el Fantasma de la Opera.
Incidentalmente, el cine francés encargó en 1946 al versátil
Jean Cocteau una buena versión fílmica de la novela
original, titulada La bella y la bestia, con Jean
Marais, ahora un clásico del séptimo arte.
rpalmi@yahoo.com
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