Combinar
dos celebridades como Sigmund Freud y Marie Bonaparte fue un
proyecto que interesó en seguida a un cineasta veterano como
Benoit Jacquot, cuando le fue propuesto por Catherine
Deneuve, quien conocía la singular historia que juntó a los
dos personajes históricos desde hace años y ansiaba llevarla al
cine. Al reunirse los $ 8 millones necesarios para producir la
cinta para la televisión francesa –titulada luego Princesa
Marie--, se logró una miniserie de cuatro horas donde se
relata la curiosa relación entre el padre del psicoanálisis y
una de sus pupilas, una princesa europea relacionada con la
familia Bonaparte.
En efecto, Marie Letizia Bonaparte
fue descendiente de la rama de Lucien, hermano de Napoleón,
quien fuera embajador y legislador durante el consulado, y
quien jugara un rol crucial en el golpe del 18 Brumario que le
dio todo el poder al gran corso. Debido a su personalidad
neurótica y su frigidez sexual, Marie buscó una cura a través de
la nueva técnica del psicoanálisis y se convirtió en una
paciente consuetudinaria de Sigmund Freud, programando
sesiones cada vez que viajaba de París a Viena, lo que hacía con
frecuencia después de la primera guerra mundial y hasta su
muerte en 1962.
Pupila de Freud y líder feminista
El interés de Marie Bonaparte por Freud
fue más allá de su propio caso clínico, decidiendo eventualmente
aprender y dominar la técnica del psicoanálisis, para
convertirse en una practicante ilustre de la profesión y en la
gran promotora del método freudiano en Francia. Asimismo, su
gratitud y admiración hacia Freud la motivó no sólo a traducir
sus obras al francés, sino a ayudarlo a huir de la Austria
recién anexada al Reich Alemán, donde Freud era hostigado por
los funcionarios antisemitas del régimen hitleriano. Al mismo
tiempo, Marie fue una de las principales líderes feministas del
siglo XX, adalid de una irrestricta libertad sexual, a pesar de
que estaba casada con un príncipe griego y nunca se divorció.
En vista de su relación con la realeza
griega y danesa, que le permitían ingresos acordes con su
posición, Marie Bonaparte se pudo dar el lujo de financiar los
costosos permisos exigidos a Freud por el Reich para permitirle
abandonar Austria, algo que el científico se había negado a
hacer hasta un año antes de su muerte, tanto por su apego a
Viena como por su avanzada edad. Pero los desmanes del régimen
nazista finalmente lo convencieron a exiliarse y decidió aceptar
la generosa oferta de su pupila-paciente.
Un reparto actoral a la medida
La densa y respetuosa relación entre los
dos fascinantes personajes abarcó en la cinta las dos décadas
previas a la II Guerra Mundial hasta la muerte de Freud en
Londres en 1939, aunque nunca pasó de ser un amor platónico por
la notable distancia entre sus edades. La apasionante trama de
Princesa Marie, que pudimos seguir en dos
episodios en el canal Eurochannel (apenas un año después de su
estreno en Francia), fue un verdadero boccato di cardinale
tanto para cinéfilos como para los aficionados a la historia.
El gran acierto del filme de Jacquot fue
la de contar para el papel de Marie Bonaparte con la entusiasta
promotora del proyecto, la siempre hermosa Catherine Deneuve.
Se trata de un rol hecho a la medida de una actriz
inteligente, talentosa y elegante como ella, y quizás ninguna
otra actriz del cine europeo hubiera sido tan apropiada para el
mismo. Así, este filme marca el renacimiento de una actriz algo
subestimada, pero que cada década nos da un trabajo impactante,
como no lo había hecho desde su memorable caracterización de una
dueña de una plantación de caucho en la laureada película
Indochina (1992), papel por el cual fue candidata al
Oscar de la Academia.
Para el rol de Freud, Deneuve escogió a
Heinz Bennent, el actor que lo acompañó en el reparto de
la obra anti-nazista de Francois Truffaut de 1981,
El último Metro. El prestigioso actor alemán tenía en
2003 la edad adecuada para el papel del octogenario Freud, y lo
interpretó con mesura y precisión después de estudiar la vida
del científico relatada por la hija de éste, quien lo cuidara
hasta el final. En otro gran acierto, Deneuve y Jacquot
colocaron a Anna Bennent, en el rol de Anna Freud, la
autora de la ejemplar biografía testimonial del padre del
psicoanálisis, lográndose así una gran identificación de los dos
actores alemanes, padre e hija en la vida real y con las edades
apropiadas, algo que sucede muy raramente en el cine.
Otro de los logros del filme fue la
meticulosa ambientación, gracias a que se rodó en los mismos
escenarios europeos en que se desarrollaba la historia, y que no
han cambiado mucho con el paso del tiempo. También se
intercalaron secuencias documentales en blanco y negro, que
recrean el impresionante ascenso del nazismo en Alemania y
Austria en la década de los 30. En este sentido la obra de
Deneuve y Jacquot se convierte también en una crítica al régimen
hitleriano y una condena a la barbarie del holocausto.
rpalmi@yahoo.com
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