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La fascinante relación Freud - Bonaparte 
por Roberto Palmitesta
viernes, 9 diciembre 2005

 

    Combinar dos celebridades como Sigmund Freud y Marie Bonaparte fue un proyecto que interesó en seguida a un cineasta veterano como Benoit Jacquot, cuando le fue propuesto por Catherine Deneuve, quien conocía la singular historia que juntó a los dos personajes históricos desde hace años y ansiaba llevarla al cine. Al reunirse los $ 8 millones necesarios para producir la cinta para la televisión francesa –titulada luego Princesa Marie--, se logró una miniserie de cuatro horas donde se relata la curiosa relación entre el padre del psicoanálisis y una de sus pupilas, una princesa europea relacionada con la familia Bonaparte.  

    En efecto, Marie Letizia Bonaparte fue descendiente de la rama de Lucien, hermano de Napoleón, quien fuera embajador y legislador  durante el consulado, y quien jugara un rol crucial en el golpe del 18 Brumario que le dio todo el poder al gran corso. Debido a su personalidad neurótica y su frigidez sexual, Marie buscó una cura a través de la nueva técnica del psicoanálisis y se convirtió en una paciente consuetudinaria de Sigmund Freud, programando sesiones cada vez que viajaba de París a Viena, lo que hacía con frecuencia después de la primera guerra mundial y hasta su muerte en 1962.  

Pupila de Freud y líder  feminista

    El interés de Marie Bonaparte por Freud fue más allá de su propio caso clínico, decidiendo eventualmente aprender y dominar la técnica del psicoanálisis, para convertirse en una practicante ilustre de la profesión y en la gran promotora del método freudiano en Francia. Asimismo, su gratitud y admiración hacia Freud la motivó no sólo a traducir sus obras al francés, sino a ayudarlo a huir de la Austria recién anexada al Reich Alemán, donde Freud era hostigado por los funcionarios antisemitas del régimen hitleriano. Al mismo tiempo, Marie fue una de las principales líderes feministas del siglo XX, adalid de una irrestricta libertad sexual, a pesar de que estaba casada con un príncipe griego y nunca se divorció.

    En vista de su relación con la realeza griega y danesa, que le permitían ingresos acordes con su posición, Marie Bonaparte se pudo dar el lujo de financiar los costosos permisos exigidos a Freud por el Reich para permitirle abandonar Austria, algo que el científico se había negado a hacer hasta un año antes de su muerte, tanto por su apego a Viena como por su avanzada edad. Pero los desmanes del régimen nazista finalmente lo convencieron a exiliarse y decidió aceptar la generosa oferta de su pupila-paciente.

Un reparto actoral a la medida

     La densa y respetuosa relación entre los dos fascinantes personajes abarcó en la cinta las dos décadas previas a la II Guerra Mundial hasta la muerte de Freud en Londres en 1939, aunque nunca pasó de ser un amor platónico por la notable distancia entre sus edades. La apasionante trama de Princesa Marie, que pudimos seguir en dos episodios en el canal Eurochannel (apenas un año después de su estreno en Francia), fue un verdadero boccato di cardinale tanto para cinéfilos como para los aficionados a la historia.

    El gran acierto del filme de Jacquot fue la de contar para el papel de Marie Bonaparte con la entusiasta promotora del proyecto, la siempre hermosa Catherine Deneuve.  Se trata de un rol hecho a la medida de una actriz inteligente, talentosa y elegante como ella, y quizás ninguna otra actriz del cine europeo hubiera sido tan apropiada para el mismo. Así, este filme marca el renacimiento de una actriz algo subestimada, pero que cada década nos da un trabajo impactante, como no lo había hecho desde su memorable caracterización de una dueña de una plantación de caucho en la laureada película Indochina (1992), papel por el cual fue candidata al Oscar de la Academia.

     Para el rol de Freud, Deneuve escogió a Heinz Bennent, el actor que lo acompañó  en el reparto de la obra anti-nazista de Francois Truffaut de 1981, El último Metro.  El prestigioso actor alemán tenía en 2003 la edad adecuada para el papel del octogenario Freud, y lo interpretó con mesura y precisión después de estudiar la vida del científico relatada por la hija de éste, quien lo cuidara hasta el final. En otro gran acierto, Deneuve y Jacquot colocaron a Anna Bennent,  en el rol de Anna Freud, la autora de la ejemplar biografía testimonial del padre del psicoanálisis, lográndose así una gran identificación de los dos actores alemanes, padre e hija en la vida real y con las edades apropiadas, algo que sucede muy raramente en el cine.

    Otro de los logros del filme fue la meticulosa ambientación, gracias a que se rodó en los mismos escenarios europeos en que se desarrollaba la historia, y que no han cambiado mucho con el paso del tiempo. También se intercalaron secuencias documentales en blanco y negro, que recrean el impresionante ascenso del nazismo en Alemania y Austria en la década de los 30. En este sentido la obra de Deneuve y Jacquot se convierte también en una crítica al régimen hitleriano y una condena a la barbarie del holocausto.


rpalmi@yahoo.com
 

 
 
 
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