Rostros
de derrota -
por Lucy Gómez
sábado,
6 noviembre 2004
Hemos
visto desfilar esta semana los rostros de la derrota. Nos toca ver
otros más. Se tuercen en medio del pantano silencioso que
mantienen sus partidarios de otrora, quiénes al parecer sólo estar
esperando el fin de esa agonía. Tal como la cara de Enrique
Mendoza, que se entrevió al principio de la semana para insistir
en que había ganado y después desapareció de la vista de
periodistas y de partidarios, en una actitud que no sé si atribuir
al consejo de unos terribles asesores electorales, a su timidez o
a una depresión de caballo. Es el rostro de Carlos Ocariz, de
Primero Justicia, un hombre esforzado y trabajador, pero que
cometió casi el mismo error. Darse por ganador durante dos o tres
días, hasta que al final, tener que reconocer que José Vicente
Rangel, hijo, le ganó por algo así como dos mil votos.
Otro caso es el de Eduardo Lapi, que según parece, después del
asalto a su casa reconoció a su contendor. ¿O me equivoco? Está
también la cara de Henrique Fernando Salas, que nos explicó como
le habían hecho trampa, pero no fue capaz de decir desde el
principio que se calaba cualquier resultado, como terminó haciendo
al final. Desde el punto de vista del elector, no sé en que se
benefician con decir que han ganado y después de dos o tres días
de suspenso, poner cara de ponchados y aceptar que les pasen la
carreta por encima.
A
todos los mató un cóctel de abstencionismo y chavismo que les
resultó fatal. No sabemos quién tiene esa receta amarga. Como todo
en este mundo, se conocerá dentro de unos años con exactitud. Aún
recuerdo cuan angustiosamente Enrique Mendoza llamaba a sus
votantes al mediodía del día en que quería ser reelecto, para
resultar poco menos que arrollado. Dos veces en un año, es como
mucho.
Parecen no darse cuenta de que esa muerte comenzó con su actitud
post revocatorio. Culpan a los abstencionistas de todo tipo y laya
como irresponsables, apátridas, pero se parecen un poco a los
chavistas que hablan de su victoria. Parecen avestruces enterrando
la cabeza en la arena. Los primeros secuestran el pedazo de la
película en que se desaparecieron, dejaron huérfanos a los
votantes de oposición después del referendo, se empeñaron en
gritar primero fraude y luego que fuéramos a votar, pidiendo
además que nos olvidáramos de todo el asunto, rapidito.
La
propuesta vino aderezada con el segundo argumento, que a una sola
voz se empeñaron en vendernos desde muchos medios de comunicación.
Votar es igual a democracia, inclusive votar por cualquiera, como
sea. El que no votara por cualquiera, como sea, aún sabiendo que
lo iban a trampear era antipatriota, antidemócrata e hijo de mala
madre. Nosotros votábamos por la patria para que los políticos
que tenemos conservaran sus cargos y el país siguiera viviendo.
No sé en que parte de la historia de Venezuela dice que este país
sobrevive gracias a la escogencia de líderes inmaduros o
ineficientes. Según eso, la propuesta de dejar que Chávez se
ocupe de lo que se tiene que ocupar, es una manera de sepultar la
patria.
Todos estos mandatarios regionales que dijeron que el gobierno
había hecho fraude en el revocatorio, tenían que saber que volver
a jugar una mano con un tramposo es invitarlo a seguirnos
trampeando porque no tuvo ninguna sanción por su comportamiento
anterior.
¿No han pensado que tal vez esta sea la mejor manera de
sacudírnoslo rápido? O el tipo se arregla, asunto que veo difícil
o conduce a este país a una verdadera revolución populista en
pleno siglo XXI, con su propuesta de repartir la pobreza, la
ineficiencia, la inequidad y la torpeza en embarrados iguales para
toda la población. Si nos la calamos completa, será que lo
merecíamos.
Por otra parte, a quiénes se creen la encarnación de Manuelita
Sáenz o de Francisco de Miranda, les digo que el asunto es mucho
más serio que ir a votar en una democracia representativa y
regañar a la gente desde sus programas de TV y desde sus columnas
en los periódicos. Se trata de construir, en serio, una
referencia creíble para quién tiene que ir a votar.
En Caracas, donde la montaña de abstención aún no ha podido ser
medida por el CNE, según palabras de uno de sus rectores
emblemáticos, Jorge Rodríguez, teníamos para escoger entre tres
revolucionarios, uno de oposición, Carlos Melo y dos chavistas,
Juan Barreto y Freddy Bernal, que se han ocupado específicamente
de tratar de conducir a este país a alguna revolución desde hace
años, a golpes, palos, piedras, bin laden, etc., golpe de estado
incluido. Todos y cada uno son mejor conocidos por su capacidad
para la convocatoria a la camorra que por su conocimiento,
experiencia, vocación por los asuntos públicos. El cuarto
candidato, Claudio Fermín, ha sido uno de los alcaldes más
ineficientes que recuerda Caracas, solamente recordado por unas
aceras curvas que hizo en Candelaria y que para impedir que los
carros se montaran en las aceras. La suya, según los voceros de la
oposición, sería la alternativa patriótica, democrática, frente al
chavismo. O Melo, en su contraparte municipal. La respuesta fue un
silencio tan resonante y un vacío tan grande, que aún se están
preguntando que pasó.
Para que la oposición al gobierno de Hugo Chávez recupere su
capital electoral va a tener que construir unos líderes que no se
caractericen por decir una cosa hoy y otra mañana, por no pactar
con el gobierno que denunciaron como tramposo para después
quejarse de que les hicieron trampa, por no convertirse en unos
fastidiosos mediáticos, ni en gente de esa que manda y manda y
nunca se les ve frente a una manifestación. Esa clase política es
la que se está muriendo, tanto en la oposición como en el chavismo,
que vio desencantado como sus propios revolucionarios de a pie
los dejaron solos en la capital y en muchos estados, cansados de
tanto sucio, tanto desorden, tanta inseguridad, disfrazada de
fervor por su comandante.
Mientras se mueren todos, yo como tantos otros, que no nos damos
de conductores, sino de testigos, veremos los estertores y
trataremos de contárselos, si los dedos nos dan para escribir.
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