La
muerte del anciano Príncipe Rainiero III de Mónaco, -después de
una prolongada enfermedad- el mundo está presenciando el fin de
una era para el diminuto estado en la costa azul mediterránea,
sede del famoso Casino de Montecarlo, polo turístico en la Costa
Azul y residencia de mucha gente adinerada por sus liberales
leyes impositivas. El mandatario de 81 años y quien pertenece a
la casa genovesa de los Grimaldi, -gobernantes de Mónaco desde
hace siete siglos- asumió el trono en 1949 a la muerte de su
abuelo, quien no tuvo hijos varones, renunciando su madre luego
a favor de Rainiero. Estuvo buscando esposa durante 6 años antes
de conocer a la actriz Grace Kelly en una visita turística a su
palacio en 1955, mientras ella asistía al Festival de Cannes
para presentar la cinta que le haría merecedora del Oscar, “La
provinciana”.
Se
dice que fue amor a primera vista y un año después Grace y
Rainiero se casaban en una fastuosa ceremonia, que según los
observadores, puso finalmente a Mónaco en la palestra
internacional. El matrimonio también fue un alivio para los
monegascos, por resolverse pronto el problema de la sucesión del
principado, al tener la pareja tres hijos en pocos años:
Carolina, Alberto y Estefanía. Ahora el segundo es el más
importante del trío, al ser el heredero natural al trono y quien
-todavía soltero a sus 47 años- podría reeditar el romance de su
padre ahora que lo apresurarán para que se case para que tenga
descendencia. Si esto no sucediera y no tuviera hijos varones,
una ley promulgada por Rainiero en 1962 permite que un hijo
varón de sus hermanas sea el próximo príncipe a la muerte o
abdicación de Alberto. Ante la sospechosa renuencia de éste en
casarse, han surgido maliciosos rumores sobre su supuesta
homosexualidad, pero el airado solterón aclaró siempre que se ha
enamorado varias veces, pero que no piensa casarse sólo para
darle gusto a la gente. Mientras tanto, sus dos hermanas han
protagonizado matrimonios y divorcios, que molestaron
terriblemente a la familia real.
Al
hablar de Rainiero de Mónaco, no se puede dejar de pensar en su
malograda consorte, fallecida trágicamente en un accidente
automovilístico en 1982. Ahora existen avenidas, teatros y
bibliotecas con el nombre de “Princesa Grace”, pero Rainiero
nunca se repuso totalmente de la desaparición de su bella
esposa, que aportó elegancia y distinción al antes oscuro
principado y su sola presencia atrajo siempre a muchos turistas,
esenciales para la salud económica del diminuto estado de apenas
2 km2 y 30.000 habitantes. Por esta razón, en ocasiones se ha
comentado que la selección de una famosa actriz fue con esa
intención, no existiendo tal romance sino un “deber de estado”
para él, mientras que para la ambiciosa Grace, hubo deseos de
ingresar al exclusivo círculo de la realeza europea, pues ya
había llegado a la cima de su carrera con apenas una decena de
filmes.
En
una conocida biografía de Grace se rumora que Rainiero, católico
ferviente, confiaba en que ella llegaría virgen al matrimonio,
ignorando los sonados romances de la actriz con casi todos sus
añejos galanes, tales como Gary Cooper, Clark Gable, Cary Grant,
Bing Crosby y Ray Milland. Sea como fuere, la fama pudo más y
los ciudadanos del fascinante principado le perdonaron
fácilmente las veleidades de su pasado, encantados con tener a
una celebridad como princesa, aunque era evidente en sus últimos
años que la pareja estaba distanciada y que la unión perduraba
sólo por “conveniencia estatal”. Las entristecidas multitudes
lloraban sentidamente durante el funeral de Grace, y su tumba ha
estado siempre adornada de flores, compitiendo en ofrendas con
la de otra querida princesa, Diana de Gales, también fallecida
trágicamente. Será difícil llenar el puesto de la pareja
Rainiero-Grace, cuyo romance real y vida palaciega –junto con
las andanzas sentimentales de sus bellas hijas- llenaron miles
de páginas en las revistas mundiales durante medio siglo.
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