Todo
eso es lavado de dinero, me dice el ejecutivo de una
trasnacional. El ruido de la construcción inunda la terraza
mientras una gigantesca grúa amarilla mueve su brazo de un lado
a otro. Desde que aterricé en Panamá me ha impresionado la
siembra de edificios frente al golfo. No es así, es por la ley,
riposta la vicepresidenta de una agencia de publicidad, los
proyectos que se iniciaron antes del 2005 gozan de excepciones
tributarias.
Cuando se trata de
paraísos fiscales y secretos bancarios, Panamá es destino
favorito. En el centro hay más agencias bancarias que paradas de
autobús: como las ganancias generadas fuera del país no son
gravables, mucha gente ve en el istmo una cómoda alternativa
off shore. Aparte del canal, la actividad portuaria y el
turismo, el manejo de dinero oxigena la economía de la nación.
La moneda de
Panamá es, literalmente, el Balboa. Los billetes no existen. Es
que somos especiales, me dice un productor de espectáculos,
hablamos de balboas pero vivimos en dólares. Desde 1911 los
panameños han visto circular libremente los verdes y las monedas
con el perfil de Vasco Nuñez de Balboa son iguales en peso y
tamaño a las de EE.UU.. La única vez que circuló papel moneda
con el rostro del explorador español fue en 1941, cuando el
presidente Arnulfo Arias lanzó una emisión que hoy en día es de
colección. En ese abrazo asfixiante entre los Estados Unidos y
Panamá, si algo ha quedado claro, es que la garra del águila es
la mejor divisa.
La historia de
Panamá está signada por los dos océanos. Primero fue parte del
Virreinato de Perú que sacaba la plata del Potosí rumbo a España
por el puerto caribeño de Portobelo. En 1717 pasó a Santa Fe y
en 1821 fue anexado a la Gran Colombia. Declaró su independencia
en 1903, con la interesada ayuda de los estadounidenses, quienes
construyeron el canal después de que los franceses hicieran el
amago y mataran 22 mil almas en el intento. Como premio se
asignaron derechos de explotación de por vida. Así la Zona del
Canal pasó a ser un país dentro de otro, con norteamericanos
viviendo en territorio de grama verde y recién cortada, mientras
el tercer mundo palpitaba más allá de las rejas. Los alzamientos
y presiones llevaron a un acuerdo en 1977 entre Omar Torrijos y
Jimmy Carter para entregar el canal en 1999. Los gringos que se
quedaron en el istmo se hacen llamar los “zonies”, los que
regresaron a EE.UU. jamás sintonizaron con el primer mundo y
ahora viven en el trópico, sudando en la única cultura que
entienden. Sin armas, son como un batallón de veteranos con
sobrepeso.
Quienes ahora
parecieran reclamar su territorio son los colombianos. Hay 400
mil en el país, me dice el ejecutivo, y nuestra población es
menor a los 3 millones: todos edificios que ves los están
construyendo ellos.
Desde la terraza
del hotel me resulta difícil saber si Panamá es un canal, un
banco o un puerto.
ebravo@unionradio.com.ve

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