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A propósito del patriotismo - por Lucy Gómez         
sábado, 22 enero 2005
 

El 2 de abril de 1982, en la Plaza de Mayo, ante 150 mil argentinos, el Presidente de la República emocionó a la nación:

“Habla el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri. Hemos recuperado, salvaguardando el honor nacional, las islas australes que integran por legítimo derecho el patrimonio nacional.  (Bramido de la multitud) Acá están reunidos. (Bramido). Obreros, empresarios, intelectuales. (El bramido se eleva). ! Todos los órdenes de la vida nacional ¡En unión nacional, en procura del bienestar del país y su dignidad¡

Que sepa el mundo, ¡América!, que ante un pueblo con voluntad decidida como el pueblo argentino, si quieren invadir, que vengan, que presentaremos batalla!  (Aclamación multitudinaria). La hidalguía del pueblo argentino en esta histórica Plaza de Mayo y en todas las plazas del país, hace tender la mano al adversario, pero que esto no se interprete como debilidad. Si es necesario, este pueblo, este pueblo que yo trato de interpretar como Presidente de la nación,   va a estar dispuesto a tender la mano en la paz con hidalguía y en la paz con honor, pero también dispuesto a escarmentar a quién se atreva a tocar un metro cuadrado”. (Bramido prolongado de la multitud).

 

Ese mismo día las fuerzas argentinas apoyadas por la nación enfervorizada por sus líderes militares en la lucha contra el colonialismo inglés, invadieron y ocuparon las islas Malvinas. La lucha se prolongó durante 74 días. El 14 de junio los ingleses ganaron la guerra. La victoria militar permitió justificar la instalación de una fortaleza en las islas Malvinas, una base de la OTAN en el Atlántico sur. Desde la constitución de 1985, las islas son administradas por un gobernador británico. Inclusive el Parlamento británico otorgó la ciudadanía británica a los habitantes de las islas.

 

Aproximadamente mil vidas se perdieron en el conflicto, casi una por cada dos habitantes de las Islas. Treinta buques de combate y apoyo fueron hundidos o averiados y ciento treinta y ocho aviones destruidos o capturados. Los "intereses" de los habitantes de las islas fueron exitosamente defendidos por los británicos y los esfuerzos argentinos para recuperar soberanía sobre las islas fracasaron. La marina británica recuperó su importancia a los ojos de los dirigentes políticos de ese país y los militares argentinos fueron reemplazados por un gobierno civil. 

Tal vez el mejor resumen de lo que pasó lo haya hecho Eduardo Galeano en su libro Memoria del Fuego: 

“Junio. La Guerra de Las Malvinas. Guerra patria que por un rato unió a los argentinos pisadores y a los argentinos pisados, culmina con la victoria del ejército colonialista de Gran Bretaña. No se han hecho ni un tajito los generales y coroneles argentinos que habían prometido derramar hasta la última gota de sangre. Quienes declararon la guerra no estuvieron en ella ni de visita. Para que la bandera argentina flameara en estos hielos, causa justa en manos injustas, los altos mandos enviaron al matadero a los muchachitos enganchados por el servicio militar obligatorio, que más murieron de frío que de bala. No les tiembla el pulso: con mano segura firman la rendición los violadores de mujeres atadas, los verdugos de obreros desarmados”.

El mecanismo manipulatorio no cambia

 

Los ejemplos sobran en toda América Latina y en Europa, desde la antigüedad hasta hoy. Nosotros los venezolanos tenemos nuestra propia tradición en estos menesteres, desde antes de Cipriano Castro, tan alabado por sus ejecutorias anti imperialistas en este gobierno. El juego es el mismo: el líder  hace sucesivos avances públicos sobre temas  conflictivos  no resueltos,  hasta que logra  en algún momento una acción “oprobiosa” del enemigo real o imaginario, al que contesta reivindicando el honor y la soberanía nacional. La idea es que se agrupe detrás de él la opinión pública, toda la nación.

No hay esfuerzo que no se haga para que gobierno y oposición, ricos y pobres, intelectuales y campesinos, hombres y mujeres, le endosen un cheque en blanco, que oxigenará al conductor durante el tiempo que haga falta. Alrededor del jefe, los adláteres tratan de prolongar las llamas el mayor tiempo posible. 

La multitud sublima sus pequeños odios, sus complejos, sus miedos del vecino y olvida por un rato, hasta que se da cuenta, envuelta en sangre, que los primeros sacrificados, los primeros muertos, los pone su barrio. Los políticos de la oposición creen o quieren creer en la mano tendida, envueltos en la brillosa bandera nacional y los reconfortantes bramidos de la multitud, dispuesta a morir por la bandera tricolor.  Acto seguido, a la multitud y a los políticos se les desecha como papel usado. Y si acaso en los ardores de la llamarada el liderazgo que la condujo muere, las responsabilidades se disuelven y solo quedan en esta época, las grabaciones de las palabras inflamadas en las plazas públicas  y las heridas en el alma y en el cuerpo de la gente crédula.

 

La planta insolente del extranjero

 

Hay un paralelismo histórico clarito en el comportamiento  del gobierno venezolano hoy y  las acciones que  hace  poco mas de un siglo protagonizó el autoritario y autocrático Cipriano  Castro, quién derrotó claramente a la oposición de entonces y agrupó detrás de sí al país entero.

Las derrotas de la oposición que enfrentó tuvieron un hito importante con la del Mocho Hernández, en mayo de 1900 (1). Después prosiguieron levantamientos y protestas. La clase alta representada por un grupo de banqueros y hacendados, tuvo enfrentamientos con el presidente que reventaron cuando este pidió un crédito urgente, que le niegan. A Castro no se le ocurrió emplazar al directorio del banco en cadena de TV – que no existía - ni amenazarlo, sino que ordenó la prisión de Manuel Antonio Matos, del Banco de Venezuela, a quién paseó amarrado por Caracas. Sucesivamente se fueron levantando todos los jefes de montoneras, cabezas de la oposición política de entonces: Nicolás Rolando en Guayana, Celestino Peraza en los llanos, Pedro Julián Acosta en oriente, Juan Pietri en Carabobo, Carlos Rangel Garbiras en el Táchira, ayudado por tropas colombianas. Todos son reducidos por los nuevos oficiales andinos, los nuevos jefes militares, el más exitoso, Juan Vicente Gómez. Todos tienen un único jefe, Cipriano Castro, quién eleva el pie de fuerza nacional a 30 batallones, le da armas modernas al ejército y varía el uniforme de la tropa, dándole nuevas bases a la organización militar para diferenciarla de la organización de la montonera.

Un conflicto con la empresa New York Bermúdez and Company, a la que le discute la concesión de asfalto en el lago de Guanoco, hace que la compañía financie a Matos, el banquero humillado. Se unen a la conspiración la compañía francesa del cable interoceánico y la compañía alemana del Gran Ferrocarril de Venezuela que contribuyen a armar un frente de oposición que une a distintos caudillos. Pero los líderes de ese frente sufrían del cáncer de las divisiones internas y de una antigua manera de concebir la política que hicieron crisis cuando fueron derrotados en la batalla de la Victoria de 1902. Gómez, se encarga de perseguir a los derrotados y los acaba en la batalla de Ciudad Bolívar, plaza que toma el 22 de julio de 1903. Una de las escenas más recordadas de la historia de Venezuela es cuando Castro, recurriendo al sentimiento de patria para enfrentar al bloqueo (2) que de las costas venezolanas le hicieron los gobiernos extranjeros que querían cobrar sus deudas, leyó una proclama que comenzaba “La planta insolente del extranjero” que hicieron aprender de memoria a todos los niños de las escuelas. Después de esa proclama, liberaron a todos los presos políticos, entre ellos al Mocho Hernández, quién al salir de la cárcel fue conducido a Miraflores. Cuenta Rafael Arévalo González en sus Memorias, que el jefe nacionalista, quién se encontró a Castro en el balcón de palacio, “no pudo enterarse del verdadero origen del conflicto internacional y, mal aconsejado por muchos de los que influían en su ánimo, ya por impaciencia de alcanzar el poder o sinceramente engañado por las promesas y halagos del “Restaurador” convino en una fusión que sólo beneficiaría a sus contrarios y que mas tarde sería para él motivo de agobiante pesadumbre.”  En cuanto a Castro y su altivez patriótica, hay que recordar que confió el arreglo del conflicto “no a un venezolano, sino a un extranjero, el ministro americano Mr. Bowen (3). Este llevó a Washington en el bolsillo la suerte de Venezuela y, aunque pudo proceder discrecionalmente en virtud de las amplias facultades de que fue investido, no se atrevió a asumir la responsabilidad de aquellos vergonzosos y humillantes protocolos y consultó con Castro. Este le dirigió aquel incalificable calograma que decía “firme todo, con tal de que me suspendan el bloqueo” (4).


Notas

 

1)  José Manuel Hernández, militar y político venezolano. Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar.

2)  Desde el 9 de diciembre de 1902 las naciones acreedoras envían a las armadas de Alemania e Inglaterra ,que actúan también en nombre de Italia, Francia, Holanda, Bélgica, España y México a bloquear las costas venezolanas, ocupan el puerto de La Guaira  bombardean Puerto Cabello e intentan forzar la barra del Lago de Maracaibo.

3) Herbert W. Bowen, diplomático estadounidense, ministro plenipotenciario en

Venezuela desde 1901, designado por Castro para firmar en su nombre los “Protocolos de Washington” que en febrero de 1903 pusieron fin al bloqueo.

4) Arévalo González o la Venezuela del Dolor. Memorias. Editorial Mediterráneo. Madrid. P 185.

lucgomnt@yahoo.es      

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