El
2 de abril de 1982, en la Plaza de Mayo, ante 150 mil
argentinos, el Presidente de la República emocionó a la nación:
“Habla el teniente general
Leopoldo Fortunato Galtieri. Hemos recuperado, salvaguardando
el honor nacional, las islas australes que integran por
legítimo derecho el patrimonio nacional. (Bramido de la
multitud) Acá están reunidos. (Bramido). Obreros, empresarios,
intelectuales. (El bramido se eleva). ! Todos los órdenes de
la vida nacional ¡En unión nacional, en procura del bienestar
del país y su dignidad¡
Que sepa el mundo, ¡América!,
que ante un pueblo con voluntad decidida como el pueblo
argentino, si quieren invadir, que vengan, que presentaremos
batalla! (Aclamación multitudinaria). La hidalguía del pueblo
argentino en esta histórica Plaza de Mayo y en todas las
plazas del país, hace tender la mano al adversario, pero que
esto no se interprete como debilidad. Si es necesario, este
pueblo, este pueblo que yo trato de interpretar como
Presidente de la nación, va a estar dispuesto a tender la
mano en la paz con hidalguía y en la paz con honor, pero
también dispuesto a escarmentar a quién se atreva a tocar un
metro cuadrado”. (Bramido prolongado de la multitud).
Ese mismo día las fuerzas
argentinas apoyadas por la nación enfervorizada por sus líderes
militares en la lucha contra el colonialismo inglés, invadieron
y ocuparon las islas Malvinas. La lucha se prolongó durante 74
días. El 14 de junio los ingleses ganaron la guerra. La victoria
militar permitió justificar la instalación de una fortaleza en
las islas Malvinas, una base de la OTAN en el Atlántico sur.
Desde la constitución de 1985, las islas son administradas por
un gobernador británico. Inclusive el Parlamento británico
otorgó la ciudadanía británica a los habitantes de las islas.
Aproximadamente mil vidas se
perdieron en el conflicto, casi una por cada dos habitantes de
las Islas. Treinta buques de combate y apoyo fueron hundidos o
averiados y ciento treinta y ocho aviones destruidos o
capturados. Los "intereses" de los habitantes de las islas
fueron exitosamente defendidos por los británicos y los
esfuerzos argentinos para recuperar soberanía sobre las islas
fracasaron. La marina británica recuperó su importancia a los
ojos de los dirigentes políticos de ese país y los militares
argentinos fueron reemplazados por un gobierno civil.
Tal vez el mejor resumen de lo que
pasó lo haya hecho Eduardo Galeano en su libro Memoria del
Fuego:
“Junio. La Guerra de Las
Malvinas. Guerra patria que por un rato unió a los argentinos
pisadores y a los argentinos pisados, culmina con la victoria
del ejército colonialista de Gran Bretaña. No se han hecho ni
un tajito los generales y coroneles argentinos que habían
prometido derramar hasta la última gota de sangre. Quienes
declararon la guerra no estuvieron en ella ni de visita. Para
que la bandera argentina flameara en estos hielos, causa justa
en manos injustas, los altos mandos enviaron al matadero a los
muchachitos enganchados por el servicio militar obligatorio,
que más murieron de frío que de bala. No les tiembla el pulso:
con mano segura firman la rendición los violadores de mujeres
atadas, los verdugos de obreros desarmados”.
El mecanismo manipulatorio no
cambia
Los ejemplos sobran en toda
América Latina y en Europa, desde la antigüedad hasta hoy.
Nosotros los venezolanos tenemos nuestra propia tradición en
estos menesteres, desde antes de Cipriano Castro, tan alabado
por sus ejecutorias anti imperialistas en este gobierno. El
juego es el mismo: el líder hace sucesivos avances públicos
sobre temas conflictivos no resueltos, hasta que logra en
algún momento una acción “oprobiosa” del enemigo real o
imaginario, al que contesta reivindicando el honor y la
soberanía nacional. La idea es que se agrupe detrás de él la
opinión pública, toda la nación.
No hay esfuerzo que no se haga
para que gobierno y oposición, ricos y pobres, intelectuales y
campesinos, hombres y mujeres, le endosen un cheque en blanco,
que oxigenará al conductor durante el tiempo que haga falta.
Alrededor del jefe, los adláteres tratan de prolongar las llamas
el mayor tiempo posible.
La multitud sublima sus pequeños
odios, sus complejos, sus miedos del vecino y olvida por un
rato, hasta que se da cuenta, envuelta en sangre, que los
primeros sacrificados, los primeros muertos, los pone su barrio.
Los políticos de la oposición creen o quieren creer en la mano
tendida, envueltos en la brillosa bandera nacional y los
reconfortantes bramidos de la multitud, dispuesta a morir por la
bandera tricolor. Acto seguido, a la multitud y a los políticos
se les desecha como papel usado. Y si acaso en los ardores de la
llamarada el liderazgo que la condujo muere, las
responsabilidades se disuelven y solo quedan en esta época, las
grabaciones de las palabras inflamadas en las plazas públicas y
las heridas en el alma y en el cuerpo de la gente crédula.
La planta insolente del extranjero
Hay un paralelismo histórico
clarito en el comportamiento del gobierno venezolano hoy y las
acciones que hace poco mas de un siglo protagonizó el
autoritario y autocrático Cipriano Castro, quién derrotó
claramente a la oposición de entonces y agrupó detrás de sí al
país entero.
Las derrotas de la oposición que
enfrentó tuvieron un hito importante con la del Mocho Hernández,
en mayo de 1900 (1).
Después prosiguieron levantamientos y protestas. La clase alta
representada por un grupo de banqueros y hacendados, tuvo
enfrentamientos con el presidente que reventaron cuando este
pidió un crédito urgente, que le niegan. A Castro no se le
ocurrió emplazar al directorio del banco en cadena de TV – que
no existía - ni amenazarlo, sino que ordenó la prisión de Manuel
Antonio Matos, del Banco de Venezuela, a quién paseó amarrado
por Caracas. Sucesivamente se fueron levantando todos los jefes
de montoneras, cabezas de la oposición política de entonces:
Nicolás Rolando en Guayana, Celestino Peraza en los llanos,
Pedro Julián Acosta en oriente, Juan Pietri en Carabobo, Carlos
Rangel Garbiras en el Táchira, ayudado por tropas colombianas.
Todos son reducidos por los nuevos oficiales andinos, los nuevos
jefes militares, el más exitoso, Juan Vicente Gómez. Todos
tienen un único jefe, Cipriano Castro, quién eleva el pie de
fuerza nacional a 30 batallones, le da armas modernas al
ejército y varía el uniforme de la tropa, dándole nuevas bases a
la organización militar para diferenciarla de la organización de
la montonera.
Un conflicto con la empresa New
York Bermúdez and Company, a la que le discute la concesión de
asfalto en el lago de Guanoco, hace que la compañía financie a
Matos, el banquero humillado. Se unen a la conspiración la
compañía francesa del cable interoceánico y la compañía alemana
del Gran Ferrocarril de Venezuela que contribuyen a armar un
frente de oposición que une a distintos caudillos. Pero los
líderes de ese frente sufrían del cáncer de las divisiones
internas y de una antigua manera de concebir la política que
hicieron crisis cuando fueron derrotados en la batalla de la
Victoria de 1902. Gómez, se encarga de perseguir a los
derrotados y los acaba en la batalla de Ciudad Bolívar, plaza
que toma el 22 de julio de 1903. Una de las escenas más
recordadas de la historia de Venezuela es cuando Castro,
recurriendo al sentimiento de patria para enfrentar al bloqueo
(2)
que de las costas venezolanas le hicieron los gobiernos
extranjeros que querían cobrar sus deudas, leyó una proclama que
comenzaba “La planta insolente del extranjero” que hicieron
aprender de memoria a todos los niños de las escuelas. Después
de esa proclama, liberaron a todos los presos políticos, entre
ellos al Mocho Hernández, quién al salir de la cárcel fue
conducido a Miraflores. Cuenta Rafael Arévalo González en sus
Memorias, que el jefe nacionalista, quién se encontró a Castro
en el balcón de palacio, “no pudo enterarse del verdadero origen
del conflicto internacional y, mal aconsejado por muchos de los
que influían en su ánimo, ya por impaciencia de alcanzar el
poder o sinceramente engañado por las promesas y halagos del
“Restaurador” convino en una fusión que sólo beneficiaría a sus
contrarios y que mas tarde sería para él motivo de agobiante
pesadumbre.” En cuanto a Castro y su altivez patriótica, hay
que recordar que confió el arreglo del conflicto “no a un
venezolano, sino a un extranjero, el ministro americano Mr.
Bowen (3).
Este llevó a Washington en el bolsillo la suerte de Venezuela y,
aunque pudo proceder discrecionalmente en virtud de las amplias
facultades de que fue investido, no se atrevió a asumir la
responsabilidad de aquellos vergonzosos y humillantes protocolos
y consultó con Castro. Este le dirigió aquel incalificable
calograma que decía “firme todo, con tal de que me suspendan el
bloqueo” (4).
Notas
1)
José Manuel Hernández, militar y
político venezolano. Diccionario de Historia de Venezuela.
Fundación Polar.
2)
Desde el 9 de diciembre de 1902 las naciones acreedoras envían
a las armadas de Alemania e Inglaterra ,que actúan también en
nombre de Italia, Francia, Holanda, Bélgica, España y México a
bloquear las costas venezolanas, ocupan el puerto de La
Guaira bombardean Puerto Cabello e intentan forzar la barra
del Lago de Maracaibo.
3) Herbert W. Bowen, diplomático
estadounidense, ministro plenipotenciario en
Venezuela desde 1901, designado
por Castro para firmar en su nombre los “Protocolos de
Washington” que en febrero de 1903 pusieron fin al bloqueo.
4) Arévalo González o la
Venezuela del Dolor. Memorias. Editorial Mediterráneo. Madrid.
P 185.
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