“En
algún lugar del mundo hay un papel sin actor que sepa
representarlo. Un papel grandioso que nos pide que seamos
nosotros quienes actuemos y le demos vida”. Con esta frase del
egipcio Gamal-Abdal Nasser tomada de su Filosofía de la
Revolución, Hugo Chávez cerró su intervención en la cumbre
árabe-suramericana de Brasilia. Segundos antes había dicho
“siempre me he sentido nasserista ¡Como me hubiese gustado estar
a las órdenes del general Nasser!”
Tiene razón Teodoro Petkoff. Chávez
es Zelig, y como el personaje de Woody Allen, cada una de sus
performances actorales esta conciente, deliberada y
estrechamente al servicio de un indisimulado objetivo político.
En una cumbre económica y cultural
que derivó en tribuna antinorteamericana, Chávez no podía dejar
de arroparse con las palabras de Nassser. El padre del
nacionalismo árabe fue el propulsor de un experimento socialista
que tuvo su origen en 1952, cuando una revolución liderada por
oficiales del ejército acabó con la monarquía del Rey Farouk y
la presencia inglesa en Egipto. Orador de verbo encendido,
Nasser se convirtió en la voz del tercer mundo y le devolvió el
orgullo árabe a una región que sufría los embates del
colonialismo y sus propios conflictos internos. Al frente del
Grupo de Países No Alineados atacó duramente a occidente.
Batiéndose ante Francia e Inglaterra nacionalizó el Canal de
Suez. Con ayuda soviética logró domar el Nilo al construir la
represa de Aswan y en su sueño panarábico unió a Egipto con
Siria en 1958 para crear la República Árabe Unida.
También fue un autócrata carismático
que contagió de espíritu revolucionario a la región. Como
escribió el historiador Sameh al-Qaranshawi en el diario egipcio
Al Hayat “el liderazgo de Nasser infectó el nacionalismo
árabe con el germen del autoritarismo, una enfermedad que ha
sufrido desde entonces”. El historiador inglés Paul Johnson es
más lapidario. En su libro Tiempos Modernos dice que
Nasser era “aficionado a las palabras pero no mucho más que
eso...su especialidad particular era la manipulación de las
multitudes. Su airosa retórica calaba bien, especialmente en los
estudiantes”.
Para los árabes, Nasser fue uno de los líderes más importantes
del siglo XX. Tal era su popularidad que después de la derrota
egipcia ante Israel en 1967 renunció avergonzado y la multitud
lo aclamó y lo mantuvo en el poder hasta 1970. Sus sucesores,
Sadat y Mubarak, han sabido honrar la revolución liberadora
manteniendo distancia de sus políticas socialistas.
Chávez no oculta sus intenciones. Es
nasserista, guevarista, maoísta, tupacamaruista, lo que sea con
tal de lograr su sueño: el hombre que actúe ese gran papel de la
lucha anti-imperial y se convierta en el líder los pobres y los
oprimidos. Es su estilo, mirar el futuro viendo al pasado.
Un tropezón suyo bastará para
estrellarnos.
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