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Maradona y la épica del espectador
por Oscar Steimberg  

 

Agosto de 2005: La figura mediática de Diego Maradona se ha exponenciado como en sus tiempos de gloria deportiva, gracias a su programa de TV "La noche del 10", cuyas imágenes recorrieron el mundo entero. Tres años antes, en el número 88 de la Revista Soles (junio de 2002), el semiólogo Oscar Steimberg anticipaba este fenómeno mediático relacionando lúcidamente a Maradona con los medios masivos y el imaginario social de esta época.

Un fútbol más de entrecasa

Lo que convierte al fútbol en algo más que un juego es un determinado procesamiento social múltiple que se hace desde distintos espacios. Es como en el folklore: nadie escribe una zamba que sea folklore desde el vamos; cuando se escribe una zamba habrá una tradición insistiendo pero también una búsqueda original, individual, como en toda creación artística. Para que esa zamba sea parte del folklore tendrá que circular; los que la difundan la irán adecuando a sus gustos, y recién entonces será un fenómeno popular. Con el fútbol pasa lo mismo. El juego actual no es igual al que se jugaba a principios de siglo, en la década del ‘20 o en la del ‘30; ni tampoco es lo mismo lo que el público hace con él, en la Argentina y (diferentemente) en otros países.

Las imágenes de lo nacional, que aparecen en relación con cada equipo que participa en el Mundial y con el campeonato en su conjunto, han ido cambiando. Y ahí se cruza lo que está pasando en la Argentina con cierta marcha de la época; con fracturas culturales que han venido ocurriendo dentro y fuera de esta región.

Si se consideran las comunicaciones previas al inicio del Mundial, y especialmente la publicidad de los canales locales que lo van a transmitir y la de los productos auspiciantes, y también lo que se promete en los suplementos de los diarios y en las transmisiones radiofónicas especiales, pueden reconocerse cambios importantes con respecto a mundiales anteriores. Las referencias a la nación, que también eran características de muchos mundiales anteriores —probablemente todos—, están transformándose en refencias a la cotidianeidad del argentino. Es como si, por un lado, de la nación se hubiera pasado al barrio, o menos que eso, a la casa y a la familia; y por el otro es como si de la cancha se hubiera pasado al espectáculo pero no al espectáculo que vería el hincha que está sentado en la tribuna, sino al que ve armarse el que está mirando desde la casa por televisión. Es verdad que el fútbol está en la televisión desde hace mucho tiempo, pero nunca creció tanto la representación del momento de verlo en pantalla, solo o de a pocos, y de comentarlo con familiares o amigos lejos de la cancha. En términos de los avances publicitarios de estos días, de las promesas de los diferentes medios, de la mayor parte de la explotación publicitaria, es como si lo importante ocurriera en términos de una “sitcom” permanente (las del canal de comedias costumbristas norteamericanas), sólo que con temas y modos argentinos, y con muchos gags y bloopers frente al televisor.

Maradona y el estilo de época

En unos de esos avisos (el de DirecTV) se usa la figura de Diego Maradona yendo casa por casa, tocando los timbres y despertando a la gente. Es decir, conectándose con una experiencia casera reconocida como familiar e individual. Esto tiene elementos nuevos.

Hay que ver qué ha cambiado en relación con los valores convocados por el discurso. Antes —en la medida que lo importante que tenía que pasar, pasaba en el campo de juego—, los valores del fútbol criollo eran la destreza y el coraje (del otro lado estaban la disciplina y la regularidad, los intentos de articulación sistemática entre táctica y la estrategia, y entonces también el aburrimiento). Hace algunas décadas, después de un partido que Inglaterra perdió contra Argentina, un periodista inglés se enfureció con los suyos: “parecían –dijo- unos caballos cansados jugando contra once bailarinas de ballet”. De este lado, lo que se celebraba eran esos pasos de baile, y también algo que no es desempeño de ballet, la entereza demostrada al enfrentar el “juego fuerte” de esos pesados de poca maña.

¿Qué pasa cuando el tema pasa a ser no el deporte, sino el acto de mirarlo? Es difícil mostrar destreza y coraje fuera de la cancha, aparecen otros valores como el de la lealtad a cada etnia futbolera (y a la más abarcativa del seleccionado), la memoria, la capacidad de expresar la nostalgia y de jugar con ella; valores del espectador.

En los avisos y los avances hubo deslizamientos, matices que toman la escena... Es como si en cada uno de esos anuncios, síntesis o presentaciones, hubiera habido una transacción entre las viejas representaciones y las nuevas. Se puede considerar que a Maradona se lo hubiera puesto de cualquier manera, porque es la mayor figura del fútbol argentino, pero ocurre además que él es la figura perfecta para componer esas articulaciones: un individuo de máxima exposición internacional (desde todos los puntos de vista, un hombre público) y también alguien que frecuentemente ha expuesto su más desgarrada intimidad. Suerte de puente constante entre lo público, lo privado y lo íntimo, es una figura particularmente útil para este momento mediático, discursivo y cultural.

Por ser un jugador estrella, aparece como natural la digresión —como pasa con los actores de cine y ahora también con los políticos y los jueces— acerca de cómo es el hombre, el individuo. No fue siempre así, o al menos no de la misma manera. Hubo algunos deportistas de primer nivel internacional cuya vida privada era casi desconocida, como Juan Manuel Fangio, cinco veces campeón mundial. Era como si adentro del traje de piloto no hubiese nada. A la política le pasa lo mismo, se representa en términos de experiencia privada tanto de los candidatos como de los votantes. En otros tiempos era más fácil encontrar políticos sin vida privada. No podía ser cierto que no la tuvieran, pero había algunos acuerdos tácitos que no se violaban. Algunas situaciones sólo se comentaban oralmente, como las aventuras amorosas de un presidente o la bulimia de otro.

Lo novedoso de estos pasajes, de estos nuevos puentes entre lo público y lo privado, es que ahora aparecen con cierto componente de afectividad positiva y hasta de euforia, y también de inquietud, de vértigo. Esta cuestión de “cotidianeizar”, individuar, familiarizar lo público cuando está ligado a la política tiene componentes a la vez tiernos y grotescos, y produce una sensación de abismo. Pero ¿qué pasa cuando lo cotidiano es mostrado del lado del espectador? En el fútbol de estos avances estuvo apareciendo el otro lado: todos (los de este lado de la pantalla) nos volvimos tan cotidianos, tan íntimos... Y sin el riesgo de mostrar la falta individual, porque somos representados como individuos genéricos; genéricos de este lugar. De a uno, aparecemos mostrando algo así como la singularidad de todos. Es que este fútbol, representado en tanto “platea popular” de individuos separados, muestra una parte de nosotros que queremos reconocer. El estilo de época también da algunas satisfacciones, cuando la cámara acorta distancias de ese modo.

Desde este punto de vista, Diego Maradona es una manifestación privilegiada de distintos aspectos del imaginario de época en esta zona del mundo. Siempre fue un hombre de desgracia y de suerte, también en términos de su imagen pública y sobre todo de su imagen mediática. Para que Maradona se constituyera en parte de un folklore de todos los públicos ayudó el hecho de que satisfizo expectativas realmente diversas. Por efecto del discurso de los medios masivos, su figura se articuló también con el escenario político argentino. Sorprendió agradable y desagradablemente, una y otra vez, a segmentos opuestos de su público (no sólo el público del fútbol). Ese triunfador de origen más que humilde, de enorme destreza deportiva, poseedor de una inteligencia y una viveza que aparecían como innatas, sostenía además ideas sociales y políticas que iba conformando en la marcha, ligadas a las grandes preocupaciones nacionales pero descolgadas de cualquier coherencia políticamente estable. Su discurso, siempre en algún momento poco previsible,fue decepcionando a quienes creyeron que, siendo una figura popular, debía exhibir un pensamiento coherente. La marcha de la imagen pública de Maradona obligó a distintos públicos (sobre todo a los intelectualmente calificados) a recorrer un cierto aprendizaje de la decepción, con respecto a las posibilidades de un individuo de asumir las idas y venidas de un imaginario colectivo muy castigado por la historia. Ahora entra y sale de las representaciones de la mirada individual, grupal, familiar sobre el fútbol, que nos da nuestro estilo de época; compartiendo una todavía extraña, una todavía atónita épica del espectador.

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Artículo publicado originalmente en la Revista Soles

 
 
 
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