Hay
conclusiones sobre los resultados electorales del 4-D para
todos los gustos. También contradicciones insólitas entre
veteranos analistas, políticos curtidos, politólogos de
academia y especuladores oportunistas. De pronto no sabemos
quienes están más aturdidos, si el oficialismo por la
enormidad del rechazo popular o cierta dirigencia opositora
que jamás lo imaginó y ahora no sabe como comportarse. Unos
y otros no quieren aceptar lo que está a la vista. La unión
del pueblo venezolano está determinada por una gran dosis de
hartazgo con relación al gobierno, con un anhelo de cambio
mil veces defraudado por el liderazgo nacional y con el
reclamo a quienes adversándolo no asumen políticas adecuadas
para sustituirlo. La gente no siguió líneas políticas
específicas ni al cumplimiento de un plan misterioso capaz
de generar consecuencias irreversibles de inmediato. Lo que
unió a los venezolanos fue un sentimiento, una actitud
básica producto de reflexiones serenas de cada cual frente a
sí mismo, con relación a la familia y al trabajo y, por
supuesto, ante un porvenir oscuro e incierto. Abandonó la
farsa y a los farsantes. Señaló el camino a seguir. Con los
resultados sentimos que al país le dio en la frente el aire
fresco de un tiempo diferente. Venezuela despierta de una
pesadilla angustiosa: patriotería baratera, ineficiencia,
despilfarro, corrupción, pobreza creciente, incultura,
desempleo, amoralidad e irrespeto, tanto a la historia como
a los principios y valores que alimentan la nacionalidad.
Estos días han sido mucho más transparentes. El 4-D casi
todos fuimos uno, un pueblo con esperanza, esperando que los
mejores den el paso definitivo al frente. Más allá de
debates y viejas confrontaciones, casi sin darnos cuenta,
por encima de los dirigentes paso la vena caliente y
profunda que todo venezolano lleva por dentro. De nuevo
resplandeció el brillo de los grandes momentos populares. No
se creía en esto ni en aquello, ni en éste o en aquel. De
esta manera, natural y sencilla, pero de enormes
consecuencias, el ciudadano común de Venezuela tomó altura
y, desde arriba, todo fue pequeñez. Lo que se siente es el
deseo de que Venezuela se reconstruya sobre bases distintas
y mejores que las actuales, físicas y espirituales. No nos
sentimos cómodos en nuestra propia patria.
¿Y ahora
que hacemos? ¿Cuál es el Plan B? ¡Como si lo sucedido
hubiese sido el Plan A! Preguntas necias en el ámbito de
dirigentes, pero de obligada respuesta ante el soberano.
Esta oportunidad no puede ser desperdiciada. Nada de
soluciones tibias ni trámites lentos negociados. El 4-D no
admite, nuevamente, el laberinto de las dilaciones y
entregas Constitucionalizar el poder electoral, legalizar la
organización material de los procesos y erradicar todo
vestigio de fraude y tramposería son tareas inmediatas y
condicionantes para el año próximo. La marea roja baja
sustancialmente. No ha desaparecido. Violencia y represión a
la vista.
oalvarez@telcel.net.ve |