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Muestra - por Alexis Márquez Rodríguez
 domingo, 24 octubre 2004


 
         

Algunas personas rechazan el uso del vocablo muestra con el valor de exposición de obras de arte. También lo hacen algunos manuales de estilo de medios de comunicación. Alegan dos supuestas razones: que no figura en el DRAE y que es un italianismo. Pero están equivocados. El hecho de que esa acepción no aparezca todavía en el DRAE no justifica el rechazo. Más temprano que tarde ella entrará con todos los honores.

Muchas veces se ha aclarado que la presencia de un vocablo en el diccionario no le da vida, ni su ausencia significa que no exista. Todo lo contrario: es después de un uso más o menos prolongado cuando un nuevo vocablo, o la nueva  acepción de uno ya existente, entra al diccionario. Y ese es el caso de  muestra con el valor de exposición de obras de arte, o de otro tipo de objetos. Algunos, incluso unos pseudoacadémicos que yo conozco, dicen que  las palabras que no figuran en el diccionario no pueden usarse: ³Esa palabra no  está autorizada² afirman arrogantemente. Tal falacia se desbarata con la simple  observación de que el primer diccionario de nuestro idioma, el precioso Tesoro de la Lengua Castellana o Española, de don Sebastián de Cobarruvias y  Orozco, se publicó en 1611. ¿Cómo hacían entonces los españolesl para hablar y escribir antes de esa fecha, con qué palabras?  

Esto es criterio admitido tanto por los gramáticos y filólogos modernos, como por  la Real Academia Española, y lo demuestra, en este caso específico, el hecho de que tres excelentes diccionarios, de gran calidad y suficientemente autorizados, elaborados por especialistas muy acreditados, admiten esa acepción del sustantivo muestra. Uno de ellos es el CLAVE Diccionario de uso del español actual, en el cual leemos: "Muestra (...) 6. Feria o exposición, especialmente la destinada a exhibir productos industriales: En la muestra de maquinaria agrícola se presentaron los últimos avances en el sector". ¿Hay alguna razón para que se pueda decir "muestra de maquinaria agrícola", y no "muestra de pintura renacentista", por ejemplo?

Otro de los diccionarios a que me refiero es el Diccionario de uso del español de América y España, el cual dice: "Muestra. (...) 5. exposición en un recinto público de un conjunto de productos o de obras de arte: (...) la sala de exposiciones de la junta del distrito es centro de una muestra de cuadros al óleo (...)".

El otro, finalmente, es el Diccionario del español actual, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, que registra lo siguiente: "Muestra. (...) 3.  Exposición artística o técnica: (...) Una mañana había ido a una exposición de Botticelli, y por la tarde a una muestra gigante de Picasso".

Además, el sustantivo muestra es un derivado del verbo mostrar, y a este lo define el DRAE como "Manifestar o poner a la vista algo, enseñarlo o señalarlo para que se vea". A la luz de esta definición, ¿por qué no puede llamarse muestra una exposición donde se exhiben obras de arte para ponerlas a la vista o enseñarlas para que se vean?.

Por otra parte, el hecho de que esa acepción de la palabra muestra sea un  italianismo es irrelevante. Italianismos son también escopeta, balcón, espagueti, arlequín, muralla, soneto, piloto, boleta, casino, piñata, menestrón, brócoli, Pinocho, mostacho y muchísimos vocablos más de uso corriente en nuestro idioma. ¿Cómo no ha de haberlos, si el Italiano y el Castellano son lenguas hermanas, provenientes de la misma raíz latina? Ya lo decía nuestro grande Andrés Bello, a propósito del Diccionario de galicismos de Rafael María Baralt: "¿Debemos  abstenernos de una derivación castellana en su sentido natural,  porque los franceses tengan en su lengua una derivación semejante? ¿Puede evitarse que dos lenguas hermanas se asemejen en muchas cosas?". Aunque lo dijo respecto de la lengua francesa, lo mismo puede aplicarse a la italiana y a todas las demás lenguas romances.

En cuanto a los manuales de estilo, yo no niego su utilidad ni la conveniencia de su uso, siempre y cuando se elaboren y se los emplee con inteligencia y sindéresis. Pero me temo que no se esté haciendo así, y por la forma de hacerlos y de aplicarlos creo que se están convirtiendo en una verdadera calamidad para quienes deban aplicarlos, y no son lo que deben ser: una guía u orientación que el usuario pueda manejar sin que coarte su vocación  creadora. Y visto el enorme dinamismo de la lengua es aconsejable que estos manuales se revisen y actualicen con cierta frecuencia. Además, debería empezarse por cambiarles el nombre: lo que se estipula en ellos nada tiene que ver con el estilo, y este, afortunadamente, no admite manuales.

Con las cosas del lenguaje hay que tener mucho cuidado. Ni los diccionarios, ni los manuales de estilo, ni mucho menos las opiniones fundadas más en el capricho o en el diletantismo (ahí está otro italianismo de uso corriente) que en el conocimiento científico de la lengua, pueden manejarse alegremente. En lo tocante al diccionario, reitero lo que antes, y muchas otras veces, he dicho: el diccionario no da ni quita vida a las palabras, ni ³autoriza² su empleo. Es sólo un registro  de vocablos en uso y de sus diversas acepciones, y precisamente entran a sus páginas las palabras y las acepciones que llevan ya un largo tiempo usándose. Y por lo que hace a ciertas opiniones, conviene no olvidar aquella advertencia del profesor Ángel Rosenblat sobre los que él, con su  acostumbrada ironía, llamó los ³curanderos de la lengua².
        

      

 

 

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