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Purga y corrupción en la revolución chavista 
por Manuel Malaver
domingo, 26 marzo 2006

 

Las purgas crecientes, recurrentes, vandálicas, caníbales y retroactivas fueron sin duda uno de los sellos más distintivos del fenómeno histórico que se inició en Rusia en octubre de 1917 y sobrevivió hasta comienzos de la década final del siglo XX con el nombre de “revolución socialista”.

Absolutamente perturbadoras para la cultura  democrática occidental desde que a mediados de los 30 llegaron noticias de los juicios que en Moscú y otras ciudades rusas defenestraban a cientos de miles de dirigentes y militantes del PCUS, pero después dolorosamente digeridas, según se percibió que lejos de construir una sociedad con libertad, democracia, legalidad, igualdad y justicia nuevas, robustecidas y enriquecidas, de fuerte contenido humanista y popular, la revolución del Lenin y Stalin estaba dejando una teocracia laica y fundamentalista, materialista y atea, autocrática e inquisitorial, mesiánica y excluyente, monocrática e hiper estatista donde la voz de un  jefe, de un solo jefe,  hablaba con más fuerza, poder y terror que nunca.

Estado de cosas que no se conocía desde la España de Felipe II, que reapareció brevemente en Alemania durante las guerras campesinas del siglo XVI, hizo amagos al vivac de la revolución inglesa de Oliver Cronwell,  pero tuvo su bautismo laico, ilustrado y racional en momentos específicos de la Gran Revolución Francesa cuando Robespierre y otros radicales no dudaron en jugar el papel de los pontífices romanos.

El drama de las purgas en la Rusia revolucionaria de Lenin y Stalin, sin embargo,  tardó más en percibirse, estudiarse y admitirse; pero era porque parecía  imposible que a comienzos del siglo XX,  en la patria del socialismo científico, en la sociedad donde el materialismo ateo y el repudio y  persecución  a las creencias y prácticas religiosas eran oficiales, resucitaran la hoguera y los autos de fe de Girolamo Savonarola y Tomás de Torquemada.

El proceso de reconversión de los materialistas ateos en religiosos, deístas, metafísicos y fundamentalistas era, sin embargo, sencillo, pues al hacerse fieles de una filosofía que se asumía como una verdad revelada, la transfiguraban en dogma y pasaban a formar parte de una nueva iglesia.

Seguía después la creación de un partido integrado por “hombres de un temple especial”, como quería Stalin, que en cuanto se autopredestinaba para  hacer realidad las leyes  de la historia bajo la guía de un Sacerdote, Papa, o Profeta, de un único e incontestado jefe, era indudable que daba curso a otra religión.

Y tras de la religión vienen  los dioses y los diablos, el cielo y el infierno, los santos y los impuros, los buenos y los malos, los nuestros y los otros, los inocentes y los pecadores y las autoridades y jueces que establecen quiénes están de un lado y quiénes de otro, y los premios y castigos que se reparten entre aquellos favorecidos por la bendición de dios, y los que, tentados por el demonio, renuncian a ella.

En otras palabras, la inquisición. El estado de observancia, vigilancia, amenaza y control donde todos los individuos, absolutamente todos menos el Sacerdote, el Papa, el Profeta,  tienen códigos de comportamiento que de violar los hace incurrir en causal de aplicación de los rigores de la ley.

Desde luego, que el mandamiento más importante es el “amar al jefe sobre todas la cosas y no jurar su santo nombre en vano”, como se ve más y más en la Venezuela de la revolución bonita, bolivariana o socialista del siglo XXI; sigue, el sometimiento, esclavitud y  unción al partido, a su doctrina, política, estatutos y dirigentes; y por último, el odio eterno a los enemigos, a todos los  diferentes, a los que renunciaron al bien, la bondad y la virtud, y deben, por tanto, ser objetos de la exclusión, el  apartheid y la expiación.

  O de la persecución, el encarcelamiento, el exilio o la muerte, si es que se hace necesario.

Y es en este contexto donde se suceden las purgas, el proceso en el cual los cuerpos de seguridad detienen, los fiscales del ministerio público acusan, los jueces sentencian y los carceleros y los pelotones de fusilamiento aguardan para hacer “cumplir” la ley.

Ciclo que en el caso de los juicios de Moscú no hubiera despertado otra alarma que la que despierta cualquier juicio político en cualquier país del mundo, si no hubiera sido porque los condenados a muerte o cadena  perpetua (acusados de “traidores, criminales, terroristas, saboteadores y agentes del  nazismo, la burguesía y el imperialismo” en circunstancias de que habían presentado pruebas que demostraban lo contrario) se habían inculpado, admitido todas las acusaciones del fiscal, aceptado haber estado en reuniones y cometido actos donde no pudieron estar, y llevados al paredón de fusilamiento mientras gritaban “!Viva Stalin¡” y “¡Viva el Partido Comunista!”. Drama que no fue diferente a las purgas que se vivieron posteriormente en el resto de países socialistas  que surgieron en el curso o después de la II Guerra Mundial y cuyo ejemplo más fresco, espectral y aterrador es el de aquel general Ochoa cubano que se inculpó en un juicio a finales de los 80, y después fue fusilado en La Cabaña mientras gritaba: “!Viva Fidel!”.

       La gran pregunta a efectos venezolanos actuales es: ¿La revolución chavista que se ha proclamado sucesivamente bolivariana y socialista y más, admite su filiación al socialismo real, castrista y sovietizante, y que proclama seguir a un único e indiscutido jefe, inició o está a punto de iniciar sus propias purgas,  su peculiar forma de llevar al banquillo de los acusados a militantes que de repente se apartan de los cánones, de los mandamientos y deben ser juzgados, condenados, excluidos y purgados?

       ¿Qué hay con estos casos de corrupción denunciados últimamente desde el alto gobierno, que no es que no se hayan sucedido, sino que aparecen como entresacados con pinzas del arsenal de los escándalos  para separar militares y civiles  opositores, incómodos  e indiferentes que seguramente fueron incitados a delinquir, pero para después agarrarlos con las manos en la masa y cortarles en dos sus carreras y profesiones, pero también su oposición y disidencia con  el gobierno?

       ¿Estamos ante una forma peculiar de purga chavista y socialista siglo XXI que usa, no ya las “desviaciones ideológicas”, sino la “desviación de los dineros públicos” para limpiar los establos revolucionarios, no de todos los corruptos, sino de aquellos que pierden el favor del jefe, del papa, del profeta y del sumo sacerdote, o de los que incurren en delitos contra la cosa pública?

       ¿No es Venezuela, a diferencia de la Rusia, China o Cuba revolucionarias y socialistas, un país rico, petrolero y saudita, donde la tentaciones pueden venir por el lado de meter la mano en el erario público y de participar  en la rebatiña o carrera para ver quien llega más rápido al enriquecimiento, a ese retiro en Miami, Nueva York o París solo reservado a los audaces, a quienes se apresuran?

       ¿Y por qué el general Gómez Parra y no el ministro Antonio Albarrán, por qué los medianos funcionarios del CAAEZ y no los asesores cubanos, por qué el capitán Castillo y no el general, Oropeza?

       ¿Por qué los juicios después de 7 años cuando Venezuela ha visto estupefacta cómo ha desaparecido la enorme riqueza que otra vez la providencia puso en sus manos? ¿Por qué la DEM y no PDVSA o la CVG donde el disparatario revolucionario ha implementado políticas anacrónicas, antieconómicas y de pérdidas crecientes  que se han traducido en más incompetencia, más subsidios y más corrupción?

       Pregunto y repregunto porque me parece sospechoso que de repente, y después de 7 años, el gobierno descubrió que era honesto, pulquérrimo e intachable e inició una cruzada contra la corrupción donde, como dice el refrán, “no están todos los que son, ni son todos los que están”.

       Un gobierno que, no solo ha ignorado las denuncias que desde todos los rincones del territorio nacional han llovido contra el más criminal saqueo de los recursos nacionales de que tenga memoria la historia republicana, sino que se ha dedicado a perseguir a los denunciantes con la aprobación de leyes restrictivas de la libertad de expresión, de disposiciones que persiguen el desacato y un Código Penal donde los corruptos pueden operar hasta que el gobierno, y no los ciudadanos, decidan denunciarlos y pedir su enjuiciamiento.

       Está también, y por sobre todo, el caso del presidente de la República, ciudadano que de acuerdo a la constitución debería ser el primero en observar y exigir la observancia de las leyes,  y sin embargo, lleva 7 años violándolas, usando el presupuesto como si fuera su chequera personal, comprándose cuanto bien juzga necesario para mayor gloria de la revolución y su caudillo, regalando hasta 20 mil millones de dólares entre los países vecinos y distantes para comprar lealtades en su estrategia contra el imperialismo, la globalización y Estados Unidos y gastando colosales sumas de petrodólares en el famoso modelo de desarrollo endógeno que todos saben es una apuesta al fracaso, ya que es el mismo que sufrieron los países del socialismo real y no los condujo sino a la ruina,  la depredación, la desigualdad  y la corrupción.

       Y con Chávez, los ministros, gobernadores, alcaldes, presidentes de institutos autónomos y empresas del estado, magistrados, y altos, medianos y pequeños funcionarios que tienen a Venezuela de quinto en el ranking de los países más corruptos del mundo.

       Individuos todos que deben ser denunciados en los tribunales y objeto de juicios que determinen su culpabilidad o inocencia, sin olvidar pedirles un propósito de enmienda que no puede ser otro que apartar  las manos de los recursos que pertenecen a todos los venezolanos y no a un caudillo y su élite de fanáticos, adoradores y cómplices usufructuarios del más grande saqueo del siglo XXI.

 
 
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