Las
purgas crecientes, recurrentes, vandálicas, caníbales y
retroactivas fueron sin duda uno de los sellos más distintivos
del fenómeno histórico que se inició en Rusia en octubre de 1917
y sobrevivió hasta comienzos de la década final del siglo XX con
el nombre de “revolución socialista”.
Absolutamente perturbadoras para la
cultura democrática occidental desde que a mediados de los 30
llegaron noticias de los juicios que en Moscú y otras ciudades
rusas defenestraban a cientos de miles de dirigentes y
militantes del PCUS, pero después dolorosamente digeridas, según
se percibió que lejos de construir una sociedad con libertad,
democracia, legalidad, igualdad y justicia nuevas, robustecidas
y enriquecidas, de fuerte contenido humanista y popular, la
revolución del Lenin y
Stalin estaba dejando una teocracia
laica y fundamentalista, materialista y atea, autocrática e
inquisitorial, mesiánica y excluyente,
monocrática e hiper
estatista donde la voz de un jefe,
de un solo jefe, hablaba con más fuerza, poder y terror que
nunca.
Estado de cosas que no se conocía
desde la España de Felipe II, que reapareció brevemente en
Alemania durante las guerras campesinas del siglo XVI, hizo
amagos al vivac de la revolución
inglesa de Oliver Cronwell, pero
tuvo su bautismo laico, ilustrado y racional en momentos
específicos de la Gran Revolución Francesa cuando
Robespierre y otros radicales no
dudaron en jugar el papel de los pontífices romanos.
El drama de las purgas en la Rusia
revolucionaria de Lenin y
Stalin, sin embargo, tardó más en
percibirse, estudiarse y admitirse; pero era porque parecía
imposible que a comienzos del siglo XX, en la patria del
socialismo científico, en la sociedad donde el materialismo ateo
y el repudio y persecución a las creencias y prácticas
religiosas eran oficiales, resucitaran la hoguera y los autos de
fe de Girolamo
Savonarola y Tomás de Torquemada.
El proceso de reconversión de los
materialistas ateos en religiosos, deístas, metafísicos y
fundamentalistas era, sin embargo, sencillo, pues al hacerse
fieles de una filosofía que se asumía como una verdad revelada,
la transfiguraban en dogma y pasaban a formar parte de una nueva
iglesia.
Seguía después la creación de un
partido integrado por “hombres de un temple especial”, como
quería Stalin, que en cuanto se
autopredestinaba para hacer
realidad las leyes de la historia bajo la guía de un Sacerdote,
Papa, o Profeta, de un único e incontestado jefe, era indudable
que daba curso a otra religión.
Y tras de la religión vienen los
dioses y los diablos, el cielo y el infierno, los santos y los
impuros, los buenos y los malos, los nuestros y los otros, los
inocentes y los pecadores y las autoridades y jueces que
establecen quiénes están de un lado y quiénes de otro, y los
premios y castigos que se reparten entre aquellos favorecidos
por la bendición de dios, y los que, tentados por el demonio,
renuncian a ella.
En otras palabras, la inquisición.
El estado de observancia, vigilancia, amenaza y control donde
todos los individuos, absolutamente todos menos el Sacerdote, el
Papa, el Profeta, tienen códigos de comportamiento que de
violar los hace incurrir en causal de aplicación de los rigores
de la ley.
Desde luego, que el mandamiento más
importante es el “amar al jefe sobre todas la cosas y no jurar
su santo nombre en vano”, como se ve más y más en la Venezuela
de la revolución bonita, bolivariana o socialista del siglo XXI;
sigue, el sometimiento, esclavitud y unción al partido, a su
doctrina, política, estatutos y dirigentes; y por último, el
odio eterno a los enemigos, a todos los diferentes, a los que
renunciaron al bien, la bondad y la virtud, y deben, por tanto,
ser objetos de la exclusión, el apartheid y la expiación.
O de la persecución, el
encarcelamiento, el exilio o la muerte, si es que se hace
necesario.
Y es en este contexto donde se
suceden las purgas, el proceso en el cual los cuerpos de
seguridad detienen, los fiscales del ministerio público acusan,
los jueces sentencian y los carceleros y los pelotones de
fusilamiento aguardan para hacer “cumplir” la ley.
Ciclo que en el caso de los juicios
de Moscú no hubiera despertado otra alarma que la que despierta
cualquier juicio político en cualquier país del mundo, si no
hubiera sido porque los condenados a muerte o cadena perpetua
(acusados de “traidores, criminales, terroristas, saboteadores y
agentes del nazismo, la burguesía y el imperialismo” en
circunstancias de que habían presentado pruebas que demostraban
lo contrario) se habían inculpado, admitido todas las
acusaciones del fiscal, aceptado haber estado en reuniones y
cometido actos donde no pudieron estar, y llevados al paredón de
fusilamiento mientras gritaban “!Viva
Stalin¡” y “¡Viva el Partido Comunista!”. Drama que no
fue diferente a las purgas que se vivieron posteriormente en el
resto de países socialistas que surgieron en el curso o después
de la II Guerra Mundial y cuyo ejemplo más fresco, espectral y
aterrador es el de aquel general Ochoa cubano que se inculpó en
un juicio a finales de los 80, y después fue fusilado en La
Cabaña mientras gritaba: “!Viva
Fidel!”.
La gran pregunta a efectos
venezolanos actuales es: ¿La revolución
chavista que se ha proclamado sucesivamente bolivariana y
socialista y más, admite su filiación al socialismo real,
castrista y sovietizante, y que
proclama seguir a un único e indiscutido jefe, inició o está a
punto de iniciar sus propias purgas, su peculiar forma de
llevar al banquillo de los acusados a militantes que de repente
se apartan de los cánones, de los mandamientos y deben ser
juzgados, condenados, excluidos y purgados?
¿Qué hay con estos casos de
corrupción denunciados últimamente desde el alto gobierno, que
no es que no se hayan sucedido, sino que aparecen como
entresacados con pinzas del arsenal de los escándalos para
separar militares y civiles opositores, incómodos e
indiferentes que seguramente fueron incitados a delinquir, pero
para después agarrarlos con las manos en la masa y cortarles en
dos sus carreras y profesiones, pero también su oposición y
disidencia con el gobierno?
¿Estamos ante una forma
peculiar de purga chavista y
socialista siglo XXI que usa, no ya las “desviaciones
ideológicas”, sino la “desviación de los dineros públicos” para
limpiar los establos revolucionarios, no de todos los corruptos,
sino de aquellos que pierden el favor del jefe, del papa, del
profeta y del sumo sacerdote, o de los que incurren en delitos
contra la cosa pública?
¿No es Venezuela, a
diferencia de la Rusia, China o Cuba revolucionarias y
socialistas, un país rico, petrolero y saudita, donde la
tentaciones pueden venir por el lado de meter la mano en el
erario público y de participar en la rebatiña o carrera para
ver quien llega más rápido al enriquecimiento, a ese retiro en
Miami, Nueva York o París solo
reservado a los audaces, a quienes se apresuran?
¿Y por qué el general Gómez
Parra y no el ministro Antonio Albarrán,
por qué los medianos funcionarios del CAAEZ y no los asesores
cubanos, por qué el capitán Castillo y no el general, Oropeza?
¿Por qué los juicios después
de 7 años cuando Venezuela ha visto estupefacta cómo ha
desaparecido la enorme riqueza que otra vez la providencia
puso en sus manos? ¿Por qué la DEM y
no PDVSA o la CVG donde el disparatario
revolucionario ha implementado políticas anacrónicas,
antieconómicas y de pérdidas crecientes que se han traducido en
más incompetencia, más subsidios y más corrupción?
Pregunto y repregunto porque
me parece sospechoso que de repente, y después de 7 años, el
gobierno descubrió que era honesto, pulquérrimo e intachable e
inició una cruzada contra la corrupción donde, como dice el
refrán, “no están todos los que son, ni son todos los que
están”.
Un gobierno que, no solo ha
ignorado las denuncias que desde todos los rincones del
territorio nacional han llovido contra el más criminal saqueo de
los recursos nacionales de que tenga memoria la historia
republicana, sino que se ha dedicado a perseguir a los
denunciantes con la aprobación de leyes restrictivas de la
libertad de expresión, de disposiciones que persiguen el
desacato y un Código Penal donde los corruptos pueden operar
hasta que el gobierno, y no los ciudadanos, decidan denunciarlos
y pedir su enjuiciamiento.
Está también, y por sobre
todo, el caso del presidente de la República, ciudadano que de
acuerdo a la constitución debería ser el primero en observar y
exigir la observancia de las leyes, y sin embargo, lleva 7 años
violándolas, usando el presupuesto como si fuera su chequera
personal, comprándose cuanto bien juzga necesario para mayor
gloria de la revolución y su caudillo, regalando hasta 20 mil
millones de dólares entre los países vecinos y distantes para
comprar lealtades en su estrategia contra el imperialismo, la
globalización y Estados Unidos y gastando colosales sumas de
petrodólares en el famoso modelo de desarrollo endógeno que
todos saben es una apuesta al fracaso, ya que es el mismo que
sufrieron los países del socialismo real y no los condujo sino a
la ruina, la depredación, la desigualdad y la corrupción.
Y con Chávez, los ministros,
gobernadores, alcaldes, presidentes de institutos autónomos y
empresas del estado, magistrados, y altos, medianos y pequeños
funcionarios que tienen a Venezuela de quinto en el ranking de
los países más corruptos del mundo.
Individuos todos que deben
ser denunciados en los tribunales y objeto de juicios que
determinen su culpabilidad o inocencia, sin olvidar pedirles un
propósito de enmienda que no puede ser otro que apartar las
manos de los recursos que pertenecen a todos los venezolanos y
no a un caudillo y su élite de
fanáticos, adoradores y cómplices usufructuarios del más grande
saqueo del siglo XXI.