Una
primera baja pareciera dejar la guerra por la conquista por el
voto que terminará el 3 de diciembre y es la de las
encuestadoras.
Y la culpa no es
tanto por los resultados de las encuestas mismas, como de una
“cierta” forma de presentarlos por los portavoces de las
empresas de sondeo que obligan a pensar que actúan, más como
representantes de sus clientes, que de los intereses de los
electores.
Es así, por
ejemplo, que al presentar cifras las descontextualizan, o las
desconectan de su relación con otras variables que podrían
neutralizar o matizar sus efectos, elaborando tendencias que
sacralizan ganadores y perdedores sin apelación.
Números que son
sorpresivamente capturados por el comando de campaña del
candidato ganador que los publica mucho antes de que aparezcan
en los medios, dejando el sabor de que, o la encuesta se hizo
para cumplir fines de estrategia electoral, o simplemente es
usada por los interesados con el consentimiento de las
encuestadoras.
Pero lo peor es
que, al lado de la propaganda que hacen los comandos de campaña
y los portavoces de las encuestadoras a favor de los ganadores,
en la calle, y como consecuencia de la movilización de los
partidos que respaldan a los candidatos, los resultados son
otros y en contravención de las tendencias que anuncian las
empresas y sus clientes.
La situación más
ilustrativa en este orden de ideas podría venir del hecho de que
mientras Hugo Chávez -el ganador de algunas de estas encuestas
hasta por 20 puntos-, se ve en dificultades para convocar
manifestaciones medianamente presentables y que respalden tan
alto apoyo electoral, Manuel Rosales, el candidato perdedor por
tan amplio margen, es el rey de las calles, arma concentraciones
como quizá no se vieron en ninguna otra campaña electoral
venezolana, y nada en una marejada popular que lo convierte en
una opción cierta para ganar las elecciones.
Es lo que
parecieran confirmar también otras encuestas, que ponen a Chávez
o a Rosales a ganar por escaso margen, pero sin presentaciones
rumbosas por parte de sus portavoces, y, mucho menos sin la
concertación con el comando de campaña del candidato opositor
que es lo que hace especialmente sospechosas a las otras.
Todo lo cual no
puede sino dirigirnos a la hipótesis de que las llamadas
encuestas “puyadas” hacen parte de una campaña de intriga
tendente a desmovilizar a la oposición, sembrar el escepticismo,
promover una guerra de nervios paralizante y preparar el terreno
para que Chávez salga a cantar “fraude” si pierde con escaso o
cualquier margen.
Para acercarnos a
esta afirmación no habría sino que pasearse por el hecho de que
Chávez, con 4 de los 5 miembros del CNE a su favor, un REP que
sus camaradas se negaron a auditar, las
bidireccionales máquinas Smartmatics
y las captahuellas, es de los dos
candidatos el más empeñado en denunciar “el fraude”.
Pero si hasta
asomó en su discurso de fin de campaña el domingo en Caracas que
la presidenta del CNE, Tibisay
Lucena, podía estar en la jugada, y que no había tales
elecciones “blindadas” porque Bush y
que había enviado vía satélite unos hackers
para que lo declararan perdedor en las primeras horas de la
noche del domingo.
Claro, otra
chambonada de las tantas a que nos tiene acostumbrados Chávez,
pero que llama la atención tenga como piso los 20 puntos de
ventaja que las encuestas “puyadas” le dan desde el comienzo de
la campaña.
Y negándose a
aceptar lo que sería lógico sucediera con un candidato que tiene
8 años gobernando y otro que aspira a hacerlo por primera vez,
o sea, que en algún momento las posiciones se iban a estrechar y
la ventaja dependería del candidato que hiciera la mejor
campaña en las semanas finales.
Otro dato que las
encuestas “puyadas” se negaron a admitir en sus pronósticos y
fue quizá previendo no pasar por el trago amargo de decirles a
sus clientes que habían perdido sus reales.
Y ellas la
posibilidad de mantenerse en el negocio, pues después del
domingo, e independiente de quien gane, es imposible que
alguien las vuelva a tomar en serio como encuestadoras.
O quien sabe si
tengan algún futuro como encuestadoras de preferencias sobre
productos del hogar, pues ya saben lo poco estables que son las
amas de casas en sus caprichos como consumidoras.