Inicio | Editor | Contáctenos 
 

 Webarticulistas

Manuel Malaver

 

Eli Bravo

 

Luis  DE LION

 

Roberto Palmitesta

 

Lucy Gómez

 

Alexis Márquez Rodríguez

 

Ted Córdova-Claure

 

Antonio Sánchez García

 

Aníbal Romero

 

Charles Cholaleesa

 

Agustín Blanco Muñoz

 

 

Rosales en la recta final
por Manuel Malaver
domingo, 29 octubre 2006

 


E
l mes de noviembre que comienza ésta semana no será cualquier mes en la historia de Venezuela, pues podría pasar a recordarse, o como aquel en que las libertades democráticas se recuperaron después de 8 años en franco deterioro, o como aquel en que se eclipsaron por un período previsiblemente largo y después del cual ni el país ni sus habitantes volvieron a ser los mismos.

Desiderátum tanto más paradójico, cuanto que ha desaparecido de la agenda del 95 por ciento de los países del mundo, y cabía esperar que si existía alguno con méritos para escapar al círculo de hierro de su espectro, era precisamente la Venezuela que vivió 45 años en democracia y en medio de un auge económico que activó una auspiciosa promoción social.

Pareciera, sin embargo, que fue precisamente la combinación de democracia y economía petrolera la que dio lugar al proceso que podría culminar el 3 de diciembre con la dictadura abierta, militarista, monocrática y totalitaria del teniente coronel, Hugo Chávez, acelerando el retroceso que hace 8 años nos aventó medio siglo atrás, y que de mantenerse, nos lanzaría el próximo año a una noche tan hórrida, abismal y sangrienta como la que vivieron los países que después de la primera y segunda guerra mundial sufrieron la “revolución comunista”.

Es un sistema de gobierno firmemente anclado en el poder del estado, por lo que también se conoce como estatocracia; con una economía colectivista a partir de la cual se esfuman los derechos individuales; una sociedad reducida al imperio de un partido y pensamiento únicos; y una burocracia estatal arrogante e incontrolable que rápidamente empieza a comportarse como una nueva clase, también conocida como “burguesía roja”.

Y donde la ruina, la pobreza y la miseria extremas es el caldo de cultivo que nutre las bases del totalitarismo, de un sistema personal de gobierno con un solo jefe, un solo comandante y un solo caudillo, y que fija a voluntad, y por parámetros que tienen que ver básicamente con la lealtad al régimen, quién trabajaba y quién no trabajaba, quién come y quién no come, quién es esclavo en la cárcel, y quién en la calle.

Es la tragedia que León Troski graficó diciendo que Stalin había convertido el principio marxista de que “quien no trabaja, no come”, en la política totalitaria de que “quien no obedezca, no come”.

Una sociedad, en fin, sin libertad individual, derechos civiles, partidos e instituciones; sin libertad de expresión ni de movimiento; en la cual los delitos se convierten en mera expresión de la política; sin pluralidad, diálogo y tolerancia, y dirigida, no al bien común, sino al disfrute de los pocos que están dispuestos a convertirse en agentes, militantes, policías, soplones y soldados de la autocracia.

De ahí que es un experimento social que ha sido comparado no pocas veces con el infierno, con la peor de las situaciones extremas a que pueden someterse los seres humanos, y que aún después de liquidada, colapsada y sepultada, sigue produciendo heridas en el espíritu y la piel de aquellos que la sufrieron.

De modo que en la recta final de la campaña electoral, en el mes que significa la elección entre la libertad y la dictadura, la democracia y la pérdida del estado de derecho, la pluralidad o el partido y el pensamiento únicos, la inclusión o la exclusión, la tolerancia o la intolerancia, pensamos que más allá de la “Tarjeta Mi Negra”, del rescate de los niños de la calle, de la construcción de 3 millones de viviendas en 6 años, y los programas de lucha contra la inseguridad, la corrupción y la pobreza, creo que el candidato de la oposición democrática, Manuel Rosales, debe insistir igualmente en cómo, una equivocación a favor de Chávez, propiciaría el ingreso a una suerte de edad oscura, de experiencia medieval, inquisitorial y teocrática en la cual la desaparición de los derechos humanos, de la sociedad civil y las libertades individuales conllevarían a un a un período de inestabilidad sin fin, guerra civil y anarquía de resultados impredecibles.

Y frente a la cual será imposible que esté ausente la comunidad internacional democrática y global, con sus leyes e instituciones, lenta algunas veces en reaccionar y aplicar las sanciones que corresponden a los infractores del estado de derecho, pero a la espera de los consensos que siempre llegan para que los también llamados “estados forajidos”, sientan el peso del repudio que imponen la civilidad, la pluralidad y la ley.

Creo a este respecto que las sanciones que acaba de imponer la ONU al régimen vetusto, monástico y criminal de Corea del Norte, así como las que aplicarán dentro de poco a Irán si insiste en llevar adelante su programa de enriquecimiento de uranio, es un libro abierto que obliga a pensar en lo que sucederá con un gobierno chavista continuista, fraudulento y al margen de la constitución.

Pero igualmente con las derrotas que durante el año en curso, ha ido acumulando el teniente coronel en el pasivo de su política exterior y que son la mejor prueba de que, no solo los gobiernos, sino los pueblos, lo han puesto en la lista de regímenes que deben desecharse, vigilarse, controlarse, y denunciarse para que, o se ajuste a las normas del derecho internacional, o desaparezca.

Caso entre estos últimos el de las recientes elecciones de Ecuador, donde el candidato presidencial de la izquierda, Rafael Correa, llegó a darse como seguro ganador con más de 40 puntos en las encuestas, pero que según fueron conociéndose sus vínculos, admiración y tutelaje de parte del teniente coronel y presidente Chávez, fue desmoronándose en las preferencias populares, para terminar de segundo con un 22 por ciento que lo fuerza a concurrir a una segunda vuelta que, con toda seguridad, perderá.

Pero es que igualmente en las elecciones mexicanas de julio pasado, otro candidato que llegó a tener 20 puntos en las encuestas y se daba como seguro ganador, Andrés Manuel López Obrador, fue cayendo según los otros candidatos denunciaron que seguía instrucciones desde Caracas, para suceder lo que parecía impensable meses atrás, que López Obrador terminó siendo rechazado por otro electorado que decidió cualquier cosa, menos que Chávez ejerciera el tutelaje sobre su presidente que hoy tiene sobre, Evo Morales, el presidente de Bolivia.

Posibilidad de la que también se apartaron en abril los electores peruanos, prefiriendo a Alán Gracía, antes que a Ollanta Humala, un candidato presidencial de la izquierda que también se acercó a Chávez, pero sin calcular que el teniente coronel venezolano que ya se sentía el nuevo libertador del sur, se inmiscuiría en las elecciones peruanas, haría campaña abiertamente a favor de Humala y amenazaría al Perú con la horca y el cuchillo si era que los peruanos no elegían al candidato de las preferencias del caudillo tropical e incontinente verbal.

Amenazas que lógicamente no fueron sino un estímulo para castigar al candidato de la izquierda que al igual que López Obrador y Correa, tuvo los puntos necesarios para ganar, pero luego se convirtieron en agua y sal según se acercaron a la nefasta influencia, que los venezolanos llamamos “pava”, del siniestro personaje.

Pero es que igualmente los gobiernos de todo el mundo han terminado haciendo el diagnóstico apropiado con relación al heredero de Fidel Castro y su proyecto, y en las últimas dos semanas hemos visto como una sólida mayoría de países representados en la ONU, han preferido a Guatemala para un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad, antes que al país cuyo jefe promueve la guerra, el socialismo, la estatocracia, la violación de los derechos y su canonización como salvador de la humanidad, en el mismo sentido que alguna pretendieron Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Kim Il Sung y Fidel Castro.

La gran pregunta es: vistas las derrotas de Chávez en la ONU, Ecuador, México y Perú; dado el repudio que cada día generan sus políticas tanto fuera como dentro del continente; pero sobre todo, dados los resultados de sus 8 años de gobierno en un país que prácticamente ha sido reducido a la ruina, la inseguridad y la corrupción generalizada ¿votarán los venezolanos por la continuidad de un gobierno que, además, amenaza con imponerles el socialismo, el totalitarismo y un presidente dinástico y vitalicio?

¿Optarán por el: “¡Vivan las cadenas!”, antes que por el: “¡Viva la libertad!”.

Apostamos a que no, aunque también debe decirse que, dada la naturaleza e ideología de la burguesía roja, Chávez tiene como burlar otra vez la voluntad popular.

Y aquí, no solo el pueblo debe evitarlo, sino también un candidato que en el mes de la recta final debe alertar al país sobre los peligros que lo cercan y cómo evitarlos.

Manuel Rosales tiene la palabra.

 
 
 
© Copyright 2006 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.