El mes de noviembre que
comienza ésta semana no será cualquier mes en la historia de
Venezuela, pues podría pasar a recordarse, o como aquel en que
las libertades democráticas se recuperaron después de 8 años en
franco deterioro, o como aquel en que se eclipsaron por un
período previsiblemente largo y después del cual ni el país ni
sus habitantes volvieron a ser los mismos.
Desiderátum tanto más paradójico, cuanto que ha desaparecido de
la agenda del 95 por ciento de los países del mundo, y cabía
esperar que si existía alguno con méritos para escapar al
círculo de hierro de su espectro, era precisamente la Venezuela
que vivió 45 años en democracia y en medio de un auge económico
que activó una auspiciosa promoción social.
Pareciera, sin embargo, que fue precisamente la combinación de
democracia y economía petrolera la que dio lugar al proceso que
podría culminar el 3 de diciembre con la dictadura abierta,
militarista, monocrática y totalitaria del teniente coronel,
Hugo Chávez, acelerando el retroceso que hace 8 años nos aventó
medio siglo atrás, y que de mantenerse, nos lanzaría el próximo
año a una noche tan hórrida, abismal y sangrienta como la que
vivieron los países que después de la primera y segunda guerra
mundial sufrieron la “revolución comunista”.
Es un sistema de gobierno firmemente anclado en el poder del
estado, por lo que también se conoce como estatocracia; con una
economía colectivista a partir de la cual se esfuman los
derechos individuales; una sociedad reducida al imperio de un
partido y pensamiento únicos; y una burocracia estatal arrogante
e incontrolable que rápidamente empieza a comportarse como una
nueva clase, también conocida como “burguesía roja”.
Y donde la ruina, la pobreza y la miseria extremas es el caldo
de cultivo que nutre las bases del totalitarismo, de un sistema
personal de gobierno con un solo jefe, un solo comandante y un
solo caudillo, y que fija a voluntad, y por parámetros que
tienen que ver básicamente con la lealtad al régimen, quién
trabajaba y quién no trabajaba, quién come y quién no come,
quién es esclavo en la cárcel, y quién en la calle.
Es la tragedia que León Troski graficó diciendo que Stalin había
convertido el principio marxista de que “quien no trabaja, no
come”, en la política totalitaria de que “quien no obedezca, no
come”.
Una sociedad, en fin, sin libertad individual, derechos civiles,
partidos e instituciones; sin libertad de expresión ni de
movimiento; en la cual los delitos se convierten en mera
expresión de la política; sin pluralidad, diálogo y tolerancia,
y dirigida, no al bien común, sino al disfrute de los pocos que
están dispuestos a convertirse en agentes, militantes, policías,
soplones y soldados de la autocracia.
De ahí que es un experimento social que ha sido comparado no
pocas veces con el infierno, con la peor de las situaciones
extremas a que pueden someterse los seres humanos, y que aún
después de liquidada, colapsada y sepultada, sigue produciendo
heridas en el espíritu y la piel de aquellos que la sufrieron.
De modo que en la recta final de la campaña electoral, en el mes
que significa la elección entre la libertad y la dictadura, la
democracia y la pérdida del estado de derecho, la pluralidad o
el partido y el pensamiento únicos, la inclusión o la exclusión,
la tolerancia o la intolerancia, pensamos que más allá de la
“Tarjeta Mi Negra”, del rescate de los niños de la calle, de la
construcción de 3 millones de viviendas en 6 años, y los
programas de lucha contra la inseguridad, la corrupción y la
pobreza, creo que el candidato de la oposición democrática,
Manuel Rosales, debe insistir igualmente en cómo, una
equivocación a favor de Chávez, propiciaría el ingreso a una
suerte de edad oscura, de experiencia medieval, inquisitorial y
teocrática en la cual la desaparición de los derechos humanos,
de la sociedad civil y las libertades individuales conllevarían
a un a un período de inestabilidad sin fin, guerra civil y
anarquía de resultados impredecibles.
Y frente a la cual será imposible que esté ausente la comunidad
internacional democrática y global, con sus leyes e
instituciones, lenta algunas veces en reaccionar y aplicar las
sanciones que corresponden a los infractores del estado de
derecho, pero a la espera de los consensos que siempre llegan
para que los también llamados “estados forajidos”, sientan el
peso del repudio que imponen la civilidad, la pluralidad y la
ley.
Creo a este respecto que las sanciones que acaba de imponer la
ONU al régimen vetusto, monástico y criminal de Corea del Norte,
así como las que aplicarán dentro de poco a Irán si insiste en
llevar adelante su programa de enriquecimiento de uranio, es un
libro abierto que obliga a pensar en lo que sucederá con un
gobierno chavista continuista, fraudulento y al margen de la
constitución.
Pero igualmente con las derrotas que durante el año en curso, ha
ido acumulando el teniente coronel en el pasivo de su política
exterior y que son la mejor prueba de que, no solo los
gobiernos, sino los pueblos, lo han puesto en la lista de
regímenes que deben desecharse, vigilarse, controlarse, y
denunciarse para que, o se ajuste a las normas del derecho
internacional, o desaparezca.
Caso entre estos últimos el de las recientes elecciones de
Ecuador, donde el candidato presidencial de la izquierda, Rafael
Correa, llegó a darse como seguro ganador con más de 40 puntos
en las encuestas, pero que según fueron conociéndose sus
vínculos, admiración y tutelaje de parte del teniente coronel y
presidente Chávez, fue desmoronándose en las preferencias
populares, para terminar de segundo con un 22 por ciento que lo
fuerza a concurrir a una segunda vuelta que, con toda seguridad,
perderá.
Pero es que igualmente en las elecciones mexicanas de julio
pasado, otro candidato que llegó a tener 20 puntos en las
encuestas y se daba como seguro ganador, Andrés Manuel López
Obrador, fue cayendo según los otros candidatos denunciaron que
seguía instrucciones desde Caracas, para suceder lo que parecía
impensable meses atrás, que López Obrador terminó siendo
rechazado por otro electorado que decidió cualquier cosa, menos
que Chávez ejerciera el tutelaje sobre su presidente que hoy
tiene sobre, Evo Morales, el presidente de Bolivia.
Posibilidad de la que también se apartaron en abril los
electores peruanos, prefiriendo a Alán Gracía, antes que a
Ollanta Humala, un candidato presidencial de la izquierda que
también se acercó a Chávez, pero sin calcular que el teniente
coronel venezolano que ya se sentía el nuevo libertador del sur,
se inmiscuiría en las elecciones peruanas, haría campaña
abiertamente a favor de Humala y amenazaría al Perú con la horca
y el cuchillo si era que los peruanos no elegían al candidato de
las preferencias del caudillo tropical e incontinente verbal.
Amenazas que lógicamente no fueron sino un estímulo para
castigar al candidato de la izquierda que al igual que López
Obrador y Correa, tuvo los puntos necesarios para ganar, pero
luego se convirtieron en agua y sal según se acercaron a la
nefasta influencia, que los venezolanos llamamos “pava”, del
siniestro personaje.
Pero es que igualmente los gobiernos de todo el mundo han
terminado haciendo el diagnóstico apropiado con relación al
heredero de Fidel Castro y su proyecto, y en las últimas dos
semanas hemos visto como una sólida mayoría de países
representados en la ONU, han preferido a Guatemala para un
puesto no permanente en el Consejo de Seguridad, antes que al
país cuyo jefe promueve la guerra, el socialismo, la
estatocracia, la violación de los derechos y su canonización
como salvador de la humanidad, en el mismo sentido que alguna
pretendieron Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Kim Il Sung y Fidel
Castro.
La gran pregunta es: vistas las derrotas de Chávez en la ONU,
Ecuador, México y Perú; dado el repudio que cada día generan sus
políticas tanto fuera como dentro del continente; pero sobre
todo, dados los resultados de sus 8 años de gobierno en un país
que prácticamente ha sido reducido a la ruina, la inseguridad y
la corrupción generalizada ¿votarán los venezolanos por la
continuidad de un gobierno que, además, amenaza con imponerles
el socialismo, el totalitarismo y un presidente dinástico y
vitalicio?
¿Optarán por el: “¡Vivan las cadenas!”, antes que por el: “¡Viva
la libertad!”.
Apostamos a que no, aunque también debe decirse que, dada la
naturaleza e ideología de la burguesía roja, Chávez tiene como
burlar otra vez la voluntad popular.
Y aquí, no solo el pueblo debe evitarlo, sino también un
candidato que en el mes de la recta final debe alertar al país
sobre los peligros que lo cercan y cómo evitarlos.
Manuel Rosales tiene la palabra.