Como
tengo una opinión tan deleznable de la salud mental, cohesión y
eficacia del gobierno, entonces me siento inclinado a no aceptar
que el show reciente del Alcalde Metropolitano, Juan Barreto, se
proponga restarle centimetraje al
impacto de la primera semana de campaña electoral del candidato
presidencial, Manuel Rosales, y/o al
knockdown que le propinó el dirigente sindical, Carlos
Ortega, al mandamás de Miraflores
con su fuga espectacular de la cárcel de máxima seguridad de
Ramo Verde.
Peor aún: que se trate de una jugada
de laboratorio a través de la cual, Chávez, por intermedio de
uno de sus peones más conspicuos, intente estropear un posible
acercamiento entre el gobernador de Miranda,
Diosdado Cabello, y la clase media
“en negativo” que percibe como un aliado para el futuro de su
proyecto personal.
Porque es que, a efectos reales,
quien anda buscando los votos es Chávez y no Cabello y no se ve
claro por que los votos que presuntamente está amarrando el
gobernador de Miranda para su plan particular, no se le pueden
endosar al teniente coronel Chávez para el suyo.
A menos que se piense que los
sufragios clase media no son necesarios para uno y otro y
entonces tengamos que admitir que las elecciones son un juego de
espejos mediante el cual el chavismo
se distrae de tanto aburrimiento y rutina, que no es el caso.
Situación que nos obligaría a
preguntarnos por qué entonces tanta exposición en lo interno y
lo externo, confesando que no se van a lograr los 10 millones de
votos que se habían prometido sino apenas 6 o 7 y preparándose a
llevar a cabo una campaña electoral que por la medida chiquita
va a significar un gasto gigantesco que podría invertirse mejor
en apretar las tuercas.
De modo que a diferencia de algunos
analistas que piensan que al abordar el “Caso Chávez” nos
enfrentamos a un injerto de Hitler,
Musolini,
Stalin y Mao
Tse Tung,
de una suerte de táctico o estratega de leyenda que deja una
escuela al asaltar y hacerse con el poder en un país petrolero,
tropical, tercermunista y, por más
señas, latinoamericano, creo que se trata más bien de un
militarejo chapucero, con dotes
para el disimilo y la farsa, articulador eficaz de disparates y
despropósitos, sortario en la
comisión de audacias que le debe su ascenso, más a los
estupideces de sus enemigos, que a sus propios méritos.
Quiero decir que si el liderazgo
político, económico y mediático que fue sorprendido por el golpe
de estado de febrero del 92, no se hubiera rendido ante el
“joven oficial, romántico y patriótico” que venía a “salvar la
patria”, a recuperar la democracia y devolvernos la libertad,
la moral, la paz, y la prosperidad, entonces Chávez no sería más
que un punto oscuro en la ristra de tanto aventurero que en
tantos momentos de nuestra historia echó la parada de hacerse
con el botín.
Y tanto como eso: por la ambigüedad,
despistes y falsas ilusiones con que los líderes, partidos e
instituciones democráticas, que aun no habían perdido todo el
poder, se enfrentaron a un Chávez que aun no tenía el suyo y
permitieron se entronizara por el solo influjo de bandas
armadas, fanatizadas y pagadas que tomaron las calles,
temerarias por estar dispuestas a ejecutar las órdenes que les
trasmitiera el caudillo, pero al margen de la ley.
Que es exactamente lo que podría
ocurrir en los próximos meses, cuando una oposición que ha
recibido dosis de caballo por sus errores al enfrentar al
“militarismo siglo XXI”, lejos de estar firmemente unida en una
estrategia que movilice a la gente, la guíe en el rescate de la
democracia y el estado de derecho, y bregue por disputarle a
Chávez palmo a palmo todos los espacios que socarronamente ha
usurpado, se pierda en discusiones y futilezas sobre “si votar
o no votar, participar o abstenerse, las condiciones o las no
condiciones, relegitimar o
deslegitimar” , cuando lo verdaderamente importante es mantener
a las mayorías en pie de lucha, y dispuestas a producirle un
vuelco a la situación en cuanto las condiciones se muestren
favorables.
A lo que me refiero es al hecho de
que si las elecciones o la abstención, o las dos a la vez, son
la razón o pretexto para que los ciudadanos estén en la calle,
entonces usémoslas y demostremos en todas las circunstancias
que las mayorías nacionales no van a dejarse arrebatar sus
derechos de brazos cruzados.
Propuesta contra la que podría
argumentarse que se trata de una estrategia irresponsable que
procura enfrentar ciudadanos inermes frente militares, policías
y sicarios armados hasta los dientes que, protegidos por jueces,
tribunales y magistrados que bailan al son del dictador,
dispararían hasta que se les agote el cargador.
Pero eso siempre podría suceder, ya
sea que votes o te abstengas, que participes o no participes,
que manifiestes o no manifiestes.
¡Olvídense!...el totalitarismo
siempre tiene una bala en la recámara para los “diferentes”,
aún para aquellos que no se aventuran fuera de sus casas, sitios
de trabajo y lugares de culto y se le oponen aunque sea en sus
más íntimos pensamientos.
De todas maneras lo importante a
subrayar aquí es que fue con enormes manifestaciones en las
calles de Manila, Santiago, Yakarta y Lima, como cayeron los
dictadores Marcos, Pinochet,
Suharto, y
Fujimori, a veces en razón de participaciones o de
abstenciones electorales, pero sin perder de vista la verdad de
Perogrullo de que los dictadores no se derrocan desde las casas.
Y es en este contexto donde se me
ocurre que el más reciente show de Barreto no expresa otra cosa
que el miedo, la histeria y la neurosis del cobarde que
protegido durante un tiempo largo, o más o menos largo, bajo el
paraguas de la no participación, la indiferencia y el no “hay
mas nada que hacer”, siente de repente que se aproxima la
tormenta, que se oyen truenos y relámpagos a lo lejos, pero
volando a una velocidad que en segundos lo tendrán entumido y
calado hasta los huesos.
Por supuesto que un ser humano
racional y con un mediano conocimiento del fenómeno de
evaporación de las aguas y de la meteorología, no haría otra
cosa que guarecerse en el alero más cercano esperando que
escampe para reorientar sus pasos, pero no un fanático
revolucionario tercermundista y farandulero, con una ingesta
vomitiva de bolivarianismo,
marxismo, chavismo y castrismo,
minado de complejos y frustraciones que van desde el exceso de
kilos, hasta su mediocre desempeño como periodista, alcalde y
político y dispuesto a disparar contra cualquiera que, ubicado
en su mira, le resalte su minusvalía en todo.
En otras palabras, que la fuga de
Carlos Ortega, más el impacto de opinión pública del lanzamiento
de la candidatura unitaria de Manuel Rosales, tiene a los
representantes del chavismo local y
nacional como las damas de aquel clásico de Pedro Almodóvar que
se llama “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y que
siempre conviene repasar (se pueden conseguir buenas copias
entre los buhoneros de Sabana Grande, o en el portal “E-Mule”,
un magnífico bajador de Internet) en cualquier circunstancia en
que humanos de sexo, edad, partido o religión diversos se ven
empujados a situaciones límites donde la racionalidad paraliza
sin producir resultados.
Sobre todo si vemos a Barreto, como
a Cabello, Chacón y Rangel, ante la
perspectiva de un Chávez que regresará de Asia Oriental a pedir
cuentas, a preguntar por qué ya Carlos Ortega no está entre
“sus” presos y la candidatura de Rosales es un fenómeno que ha
hecho olvidar la suya.
Un Chávez que repasará la lista de
altos funcionarios, de colaboradores, de allegados, de amigotes
y peones, y se preguntará si esa es la falange que necesita para
ganar las elecciones y tomar, en caso de mantenerse en el poder,
la ruta de cerrar el candado del militarismo del siglo XXI, la
exportación de la “revolución” y la guerra asimétrica.
Suposiciones que, tratándose de
Chávez, de repente no pasan de otra rabieta, pero que igualmente
puede representar un sacudón de la burocracia después de la cual
los hoy validos, pasan a la condición de desvalidos.
Estado de ánimo que también podría
traer una multiplicación de los atropellos, las arbitrariedades
y los show, pero siempre para recordarnos que podemos estar más
bien en la entrada del crepúsculo del
chavismo, antes que en los prolegómenos de la etapa en
que el émulo de Hitler,
Musolini,
Stalin y Mao
Tse Tung,
consolidada la conquista de Venezuela, se prepara a conquistar
el mundo.