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El show de Barreto  
por Manuel Malaver
domingo, 27 agosto 2006

 

Como tengo una opinión tan deleznable de la salud mental, cohesión y eficacia del gobierno, entonces me siento inclinado a no aceptar que el show reciente del Alcalde Metropolitano, Juan Barreto, se proponga restarle centimetraje al impacto de la primera semana de campaña electoral del candidato presidencial, Manuel Rosales, y/o al knockdown que le propinó el dirigente  sindical, Carlos Ortega, al mandamás de Miraflores con su fuga espectacular de la cárcel de máxima seguridad de Ramo Verde.

Peor aún: que se trate de una jugada de laboratorio a través de la cual, Chávez,  por intermedio de uno de sus  peones más conspicuos, intente estropear un posible acercamiento entre el gobernador de Miranda, Diosdado Cabello, y la clase media “en negativo” que percibe como un aliado para el futuro de su proyecto personal.

Porque es que, a efectos reales, quien anda buscando los votos es Chávez y no Cabello y no se ve claro por que los votos que presuntamente está amarrando el gobernador de Miranda para su plan particular, no se le pueden endosar al teniente coronel Chávez para el suyo.

A menos que se piense que los sufragios clase media no son necesarios para uno y otro y entonces tengamos que admitir que las elecciones son un juego de espejos mediante el cual el chavismo se distrae de tanto aburrimiento y rutina, que no es el caso.

Situación que nos obligaría a preguntarnos  por qué entonces tanta exposición en lo interno y lo externo, confesando que no se van a lograr los 10 millones de votos que se habían prometido sino apenas 6 o 7 y preparándose a llevar a cabo una campaña electoral que por la medida chiquita va a significar un gasto gigantesco  que podría invertirse mejor en apretar las tuercas.

De modo que a diferencia de algunos analistas que piensan  que al abordar el “Caso Chávez” nos enfrentamos a un injerto de Hitler, Musolini, Stalin y Mao Tse Tung, de una suerte de táctico o estratega de leyenda que deja una escuela al asaltar y hacerse con el poder en un país petrolero, tropical, tercermunista y, por más señas, latinoamericano, creo que se trata más bien de un militarejo  chapucero, con dotes para el disimilo y la farsa, articulador eficaz de disparates y despropósitos, sortario en la comisión de audacias que le debe su ascenso, más a los estupideces de sus enemigos, que a sus propios méritos.

Quiero decir que si el liderazgo político, económico y mediático que fue sorprendido por el golpe de estado de febrero del 92, no se hubiera rendido ante el “joven oficial, romántico y patriótico” que venía a “salvar la patria”, a recuperar la democracia y  devolvernos la libertad, la moral, la paz, y la prosperidad, entonces Chávez no sería más que un punto oscuro en la ristra de tanto aventurero que en tantos momentos de nuestra historia echó la parada de hacerse con el botín.

Y tanto como eso: por la ambigüedad, despistes y falsas ilusiones con que los líderes, partidos e instituciones democráticas,  que aun no habían perdido todo el poder, se enfrentaron a un Chávez que aun no tenía el suyo y permitieron se entronizara por el solo influjo de bandas armadas, fanatizadas y pagadas que tomaron las calles, temerarias por estar dispuestas a ejecutar las órdenes que les trasmitiera el caudillo, pero al margen de la ley.

Que es exactamente lo que podría ocurrir en los próximos meses, cuando una oposición que ha recibido dosis de caballo por sus errores al enfrentar al “militarismo siglo XXI”, lejos de estar firmemente unida en una estrategia que movilice a la gente, la guíe en el rescate de la democracia y el estado de derecho, y  bregue por disputarle a Chávez palmo a palmo todos los espacios que socarronamente ha usurpado, se pierda en discusiones y futilezas sobre  “si votar o no votar, participar o abstenerse, las condiciones o las no condiciones,  relegitimar o deslegitimar” , cuando lo verdaderamente importante es mantener a las mayorías en pie de lucha, y dispuestas a producirle un vuelco a la situación en cuanto  las condiciones se muestren favorables.

A lo que me refiero es al hecho de que si las elecciones o la abstención, o las dos a la vez, son la razón o pretexto para que los ciudadanos estén en la calle, entonces usémoslas y demostremos en todas las circunstancias  que las mayorías nacionales no van  a dejarse arrebatar sus derechos de brazos cruzados.

Propuesta contra la que podría argumentarse que se trata de una estrategia irresponsable que procura enfrentar ciudadanos inermes frente militares, policías y sicarios armados hasta los dientes que, protegidos por jueces, tribunales y magistrados que bailan al son del dictador, dispararían hasta que se les agote el cargador.

Pero eso siempre podría suceder, ya sea que votes o te abstengas, que participes o no participes, que manifiestes o no manifiestes.

¡Olvídense!...el totalitarismo siempre tiene una bala en la recámara para los “diferentes”,  aún para aquellos que no se aventuran fuera de sus casas, sitios de trabajo y lugares de culto y se le oponen aunque sea en sus más íntimos pensamientos.

De todas maneras lo importante a subrayar aquí es que fue con enormes manifestaciones en las calles de Manila, Santiago, Yakarta y Lima, como cayeron los dictadores Marcos, Pinochet, Suharto, y Fujimori, a veces en razón de participaciones o de abstenciones electorales, pero sin perder de vista la verdad de Perogrullo de que los dictadores no se derrocan desde las casas.

Y es en este contexto donde se me ocurre que el más reciente show de Barreto no expresa otra cosa que el miedo, la histeria y la neurosis del cobarde que protegido durante un tiempo largo, o más o menos largo, bajo el paraguas de la no participación, la indiferencia y el no “hay mas nada que hacer”, siente de repente que se aproxima la tormenta, que se oyen truenos y relámpagos a lo lejos, pero volando a una velocidad que en segundos lo tendrán entumido y calado hasta los huesos.

Por supuesto que un ser humano racional y con un mediano conocimiento del fenómeno de evaporación de las aguas y de la meteorología, no haría otra cosa que guarecerse en el alero más cercano esperando que escampe para reorientar sus pasos, pero no un fanático revolucionario tercermundista y farandulero, con una ingesta vomitiva de bolivarianismo, marxismo, chavismo y castrismo, minado de complejos y frustraciones que van desde el exceso de kilos, hasta su mediocre desempeño como periodista, alcalde y político y dispuesto a disparar contra cualquiera que, ubicado en su mira, le resalte su minusvalía en todo.

En otras palabras, que la fuga de Carlos Ortega, más el impacto de opinión pública del lanzamiento de la candidatura unitaria de Manuel Rosales, tiene a los representantes del chavismo local y nacional como las damas de aquel clásico de Pedro Almodóvar que se llama “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y que siempre conviene repasar (se pueden conseguir buenas copias entre los buhoneros de Sabana Grande, o en el portal “E-Mule”, un magnífico bajador de Internet) en cualquier circunstancia en que humanos de sexo, edad, partido o religión diversos se ven empujados a situaciones límites donde la racionalidad paraliza sin producir resultados.

Sobre todo si vemos a Barreto, como a Cabello, Chacón y Rangel, ante la perspectiva de un Chávez que regresará de Asia Oriental a pedir cuentas, a preguntar por qué ya Carlos Ortega no está entre “sus” presos y la candidatura de Rosales es un fenómeno que ha hecho olvidar la suya.

Un Chávez que repasará la lista de altos funcionarios, de colaboradores, de allegados, de amigotes y peones, y se preguntará si esa es la falange que necesita para ganar las elecciones y tomar, en caso de mantenerse en el poder, la ruta de cerrar el candado del militarismo del siglo XXI, la exportación de la “revolución” y la guerra asimétrica.

Suposiciones que, tratándose de Chávez, de repente no pasan de otra rabieta, pero que igualmente puede representar un sacudón de la burocracia después de la cual los hoy validos, pasan a la condición de desvalidos.

Estado de ánimo que también podría traer una multiplicación de los atropellos, las arbitrariedades y los show, pero siempre para recordarnos que podemos estar más bien en la entrada del crepúsculo del chavismo, antes que en los prolegómenos de la etapa en que el émulo de Hitler, Musolini, Stalin y Mao Tse Tung, consolidada la conquista de Venezuela, se prepara a conquistar el mundo.
 

 
 
 
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