La
errática campaña electoral de Chávez con sus cambios de
mensajes, humor y objetivos obligan a pensar que, lejos de
encontrarnos frente al líder de un movimiento político en auge y
en capacidad de iniciar la segunda fase de la revolución,
estamos más bien ante una fuerza decadente, sin la pegada y
penetración de otros días, y más bien condenada a rodar por una
pendiente que la hará más y más una hueste estratégicamente
anodina, pero coyunturalmente peligrosa a la hora de echar manos
al poder que tan aviesamente ha acumulado en los últimos años.
Es el mundo de fantasmas que habita
en un escrito de Alexis de Tocqueville
sobre los tiempos crepusculares de la revolución francesa y
donde el teórico de la libertad y la democracia deja una página
inolvidable sobre quienes, habiendo perdido la oportunidad
honrosa de retirarse, tienen que medrar, primero en la
nostalgia, y después en la violencia… para sobrevivir.
“Porque lo que
más desmoraliza a los hombres en las revoluciones largas, no son
tanto los yerros, e incluso los crímenes cometidos en el ardor
de sus creencias y pasiones, como el desprecio que a veces
terminan sintiendo por esas mismas creencias y pasiones que los
impulsaron a obrar; cuando fatigados, desencantados,
decepcionados, acaban por volverse contra si mismos y encontrar
pueriles sus esperanzas, ridículo su entusiasmo y más ridícula
aun, y por sobre todo, su abnegación. Es difícil imaginar hasta
que punto el resorte de las almas más fuertes se quiebra en tal
caída. El hombre queda anonadado hasta el punto, no solo de no
poder aspirar a las grandes virtudes, sino incluso de ser
incapaz para el mal”.
Espectros cuyas
sombras, siluetas, borrones pudieron verse perfectamente en la
campaña electoral chavista activando
las disímiles formas de presión que puede emplear un poder
omnímodo y autocrático, haciendo uso abusivo e ilegal de los
recursos del estado para amedrentar y asustar a quienes se
enfrentan a la acción oficial, y echando mano, en fin, al ritual
de gestos, palabras y mecanismos que mantengan, aunque sea
agónico, el humo mortecino de la “revolución”.
Pero sobre todo,
trayendo la imagen de un chavismo
dividido, fragmentado, inerte, sin posibilidad de desempeñarse
civilmente en una manifestación profundamente democrática como
es una elección presidencial, y un Chávez revelándose como un
líder en disolvencia, desinflado,
nostálgico, aburrido, y sin vocación de volver a sintonizar con
los millones de personas que después de 8 años deja con las
manos y los espíritu vacíos.
Un paisaje tan
dramático, como traumático, sorpresivo e inquietante por lo que
contiene como premonición de que la irracionalidad podría
instalarse en el país por un tiempo más o menos largo, pero sin
ocultar la lección de que una permanencia excesiva en el poder,
no solo es antidemocrática, sino antinatural.
Jefes,
comandantes y caudillos rodeados de un país que ha visto
estupefacto como la acumulación de poder en manos de unos pocos,
como cualquier otra acumulación de poder, no redunda en otra
cosa que no sea la formación del viejo dictador venezolano y
latinoamericano de antes y de ahora.
Es la ruta que
con bemoles recorrieron Perón, Velazco
Alvarado, Fujimori y Castro, la que
repavimentan los Chávez, Morales y Ollanta
Humala, como preludio a otro tiempo
de frustraciones, represión, voluntarismo, mesianismo y
reconocimiento de que otra vez se trajinó por las oportunidades
perdidas.
Poder, ventajas y
recursos inmensos contra la opción de la oposición democrática,
que otra vez tiene que pasar por la experiencia de combatir
ilegalidad con legalidad, el poder del Uno contra el poder de
los muchos, violencia con paz, y todo el arsenal que son capaces
de exhibir y usar quienes se colocan al margen de la ley.
Pero sin que
siquiera el poder del Estado y su caudillo puedan hacer nada
contra la decisión de millones de personas que vuelven a
constituirse en la referencia de una Venezuela que quiere por
sobre todo vivir en paz, reconciliada, donde todos contribuyan
al bienestar, la igualdad y la justicia social, y gobierno y
oposición formen parte de una ecuación sin la cual no hay
gobernabilidad posible.
La manifestación
de fin de campaña de Rosales en Caracas ayer sábado, así como el
conjunto de las movilizaciones de la oposición y su candidato
por todo el país, es la prueba de que existe una oposición
democrática que no se ha rendido, que solo esperaba a un líder
confiable para ponerse en movimiento, y continuar la lucha para
que la democracia, el estado de derecho y la libertad, vuelvan a
normar la vida de los venezolanos.
Manifestaciones y
movilizaciones que no abandonarán la calle independientemente
del resultado electoral, ya que de lo que se trata más allá de
las contingencias, es de establecer que en Venezuela la
oposición democrática no cejará en la resistencia.
Toda una agenda
que no puede traer peores noticias para Chávez, ya que quedará
claro para quien quiera ver, que su proyecto zamarro, socarrón,
y montado sobre el esquema de la mentira y la simulación, no
tendrá más duración que la que decidan darle los venezolanos.
En definitiva, el
encuentro de dos fuerzas: una en ascenso, y otra en descenso,
una en auge y otra en decadencia, una levantándose en el
horizonte y otra cayendo hacia la noche.
Y que no están
sometidas a la contingencia del resultado electoral del 3 de
diciembre, pues independiente de quien gane y quien pierda,
Rosales está condenado a crecer, profundizarse y extenderse, y
Chávez a continuar desmoronándose entre tanta retórica, trucaje
y mentira.
Sobre todo, si
como pareciera, avanza por el camino de aplicar la violencia
extrema, de terminar de configurar un régimen donde solo las
armas, el fraude, la represión y la coacción sean los últimos
argumentos para permanecer y sobrevivir.
Variable a lo que
no dudan en acudir los mesiánicos que confunden sus ansias
desmesuradas de poder con un presunto desvelo por los pobres y
los que menos tienen, siendo que es inevitable que se conviertan
en las víctimas preferidas de un sistema cuyo fin fundamental es
establecer gobiernos que concentren la mayor cuota de poder y
duren el mayor tiempo posible.
Los días últimos
y agónicos de la dictadura castrista son un libro abierto en es
sentido, con capítulos para todos los gustos en lo que se
refiere a mesianismo, voluntarismo, concentración del poder,
exclusivismo, pensamiento único y fracasos.
El programa o
mapa que se ha decidido transitar el
chavismo, pero claro, siempre y cuando fuerzas, salud,
dinero, y apoyo popular lo permitan.
La manifestación
de fin de campaña de Manuel Rosales obliga a pensar que el
camino es otro y que si Chávez insiste en perpetuarse en el
poder contra la voluntad popular, entonces debe prepararse a ser
desalojado de Miraflores de
cualquier empellón y en cualquier momento.