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Chávez: tan cerca de Castro
y tan lejos de Ahmadinejad

por Manuel Malaver
miércoles, 23 agosto 2006

 

Ha sido una pésima noticia para Chávez que la piedra que soporta el peso de su proyecto de socialismo del siglo XXI, Fidel Castro, saltara de repente hecha añicos y esté a punto, sea por ausencia física o espiritual, de abandonar el férreo control que mantuvo durante 47 años sobre el pueblo cubano.

Calamidad que solo puede compararse a esta otra: sin Fidel, a Chávez solo le queda otro aliado íntimo al cual visitar  para rezar y soñar con el tiempo, en que, tomados de las manos, vean al mundo estallar por los cuatro costados: Mahmoud Ahmadinejad.

Solo que mientras Castro está a dos horas y media en un vuelo normal de Caracas y las llamadas Cuba-Venezuela y Venezuela-Cuba pueden tarifarse como de “larga distancia nacional”, Ahmadinejad está a 13 horas de vuelo cruzando el atlántico y a veces las comunicaciones resultan tan complejas y las líneas tan congestionadas, que tienen que esperar por horas y hasta días.

Está, además, el detalle de que mientras Chávez y Castro hablan el mismo español, el de cubanos y venezolanos que no puede ser más parecido, Ahmadinejad no entiende ni jota de otra lengua que no sea la de su Irán natal, y Chávez, cuando oye el farsi queda más loco que una cabra.

Todo lo cual no quiere decir otra cosa, sino que los nuevos “hermanos” tienen que hablar por intermedio de intérpretes que nunca tienen capacidad para traducir con exactitud las ideas, y, por lo general, las dejan a medio camino, o dicen una cosa cuando deberían decir otra.

Asunto que podría perfectamente clasificarse como “secundario o menor” sino fuera porque si Chávez, como promete todos los días, entran en guerra con su enemigo mortal, los Estados Unidos, o cualquier otro vecino de la vecindad americana, entonces la solidaridad del hermano Mahmoud no solo resultaría írrita sino imposible, porque hay que ver el trago amargo que resultaría trasladar hombres, armas, equipos y pertrechos desde los desiertos de Asia Menor a las planicies norteamericanas o las selvas sudamericanas.

Lo mismo si la ayuda va de aquí para allá, de Chávez a Ahmadinejad, con milicianos y reservistas venezolanos bonchones y aficionados a los tragos, laicos y con escasos conocimientos de las religiones del Libro, perdidos en las arenas, en países abstemios y donde no rezar es un pecado que se puede pagar con penas de prisión.

De modo que no es solo cuestión de distancias físicas, sino también de espirituales y culturales, y que mientras de Castro se podía esperar que ayudara a la expansión del socialismo del siglo XXI con arengas que se pueden espetar hasta desde la cama, del hermano Mahmoud es difícil  que contribuya con otra cosa que no sean los discursos que pronuncia amenazando con desaparecer del mapa a los Estados Unidos y el Estado de Israel.

O sea, con puras visiones lejanas, tortuosas y remotas, como que vienen de reacciones metafísicas, de la antipolítica y la antiideología y no de otra cosa.

Porque de verdad ¿es razonable pensar que al presidente iraní le guste o simpatice el socialismo del siglo XXI,  o crea en otra salvación de la humanidad que no sea la de los pueblos islámicos, o se sienta  a gusto con una ideología como el narcisochavismo cuya atracción por Marx, Lenin, Stalin, Castro y el Che es tan fatal como inocultable y con la cual, la más débil tolerancia proveniente de un shiita daría lugar entre los fundamentalistas a sospechas de herejía y apostasía?

¿Sabe el hermano Mahmoud que los venezolanos ostentan desde hace 50 años el record mundial de consumo de escocés per cápita, que la cerveza se bebe por agua, que el vino, de consumo reciente, está desplazando a los tragos nacionales y que en tocante a laicidad, fiestas y jolgorios quizá no haya otra etnia que se les iguales en el mundo?

¿Y que a causa de estas preferencias que los acompañan desde la cuna a la tumba son un pueblo pacífico, que llevan casi un siglo sin participar en guerras civiles ni de otra índole y tienen una enorme propensión a buscar salidas pacíficas, consensuadas y civilizadas aun en las más agudas confrontaciones?

Seguramente que no lo sabe y es precisamente en la respuesta a esta última pregunta donde podría ayudarlo mucho la experiencia del teniente coronel, Hugo Chávez, quien, habiendo encabezado un golpe de estado en febrero del 92 prefirió la seguridad de un museo militar en lugar de arriesgar la vida en un asalto a palacio.

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo, 23 agosto 2006

 
 
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