Ha
sido una pésima noticia para Chávez que la piedra que soporta el
peso de su proyecto de socialismo del siglo XXI, Fidel Castro,
saltara de repente hecha añicos y esté a punto, sea por ausencia
física o espiritual, de abandonar el férreo control que mantuvo
durante 47 años sobre el pueblo cubano.
Calamidad que
solo puede compararse a esta otra: sin Fidel, a Chávez solo le
queda otro aliado íntimo al cual visitar para rezar y soñar con
el tiempo, en que, tomados de las manos, vean al mundo estallar
por los cuatro costados: Mahmoud
Ahmadinejad.
Solo que
mientras Castro está a dos horas y media en un vuelo normal de
Caracas y las llamadas Cuba-Venezuela y Venezuela-Cuba pueden
tarifarse como de “larga distancia nacional”,
Ahmadinejad está a 13 horas de vuelo
cruzando el atlántico y a veces las comunicaciones resultan tan
complejas y las líneas tan congestionadas, que tienen que
esperar por horas y hasta días.
Está, además,
el detalle de que mientras Chávez y Castro hablan el mismo
español, el de cubanos y venezolanos que no puede ser más
parecido, Ahmadinejad no entiende ni
jota de otra lengua que no sea la de su Irán natal, y Chávez,
cuando oye el farsi queda más loco que una cabra.
Todo lo cual no
quiere decir otra cosa, sino que los nuevos “hermanos” tienen
que hablar por intermedio de intérpretes que nunca tienen
capacidad para traducir con exactitud las ideas, y, por lo
general, las dejan a medio camino, o dicen una cosa cuando
deberían decir otra.
Asunto que
podría perfectamente clasificarse como “secundario o menor” sino
fuera porque si Chávez, como promete todos los días, entran en
guerra con su enemigo mortal, los Estados Unidos, o cualquier
otro vecino de la vecindad americana, entonces la solidaridad
del hermano Mahmoud no solo
resultaría írrita sino imposible,
porque hay que ver el trago amargo que resultaría trasladar
hombres, armas, equipos y pertrechos desde los desiertos de Asia
Menor a las planicies norteamericanas o las selvas
sudamericanas.
Lo mismo si la
ayuda va de aquí para allá, de Chávez a
Ahmadinejad, con milicianos y reservistas venezolanos
bonchones y aficionados a los
tragos, laicos y con escasos conocimientos de las religiones del
Libro, perdidos en las arenas, en países abstemios y donde no
rezar es un pecado que se puede pagar con penas de prisión.
De modo que no
es solo cuestión de distancias físicas, sino también de
espirituales y culturales, y que mientras de Castro se podía
esperar que ayudara a la expansión del socialismo del siglo XXI
con arengas que se pueden espetar hasta desde la cama, del
hermano Mahmoud es difícil que
contribuya con otra cosa que no sean los discursos que pronuncia
amenazando con desaparecer del mapa a los Estados Unidos y el
Estado de Israel.
O sea, con
puras visiones lejanas, tortuosas y remotas, como que vienen de
reacciones metafísicas, de la antipolítica
y la antiideología y no de otra cosa.
Porque de
verdad ¿es razonable pensar que al presidente iraní le guste o
simpatice el socialismo del siglo XXI, o crea en otra salvación
de la humanidad que no sea la de los pueblos islámicos, o se
sienta a gusto con una ideología como el
narcisochavismo cuya atracción por
Marx, Lenin,
Stalin, Castro y el Che es tan fatal
como inocultable y con la cual, la más débil tolerancia
proveniente de un shiita daría lugar
entre los fundamentalistas a sospechas de herejía y apostasía?
¿Sabe el
hermano Mahmoud que los venezolanos
ostentan desde hace 50 años el record mundial de consumo de
escocés per cápita, que la cerveza
se bebe por agua, que el vino, de consumo reciente, está
desplazando a los tragos nacionales y que en tocante a laicidad,
fiestas y jolgorios quizá no haya otra etnia que se les iguales
en el mundo?
¿Y que a causa
de estas preferencias que los acompañan desde la cuna a la tumba
son un pueblo pacífico, que llevan casi un siglo sin participar
en guerras civiles ni de otra índole y tienen una enorme
propensión a buscar salidas pacíficas, consensuadas y
civilizadas aun en las más agudas confrontaciones?
Seguramente que
no lo sabe y es precisamente en la respuesta a esta última
pregunta donde podría ayudarlo mucho la experiencia del teniente
coronel, Hugo Chávez, quien, habiendo encabezado un golpe de
estado en febrero del 92 prefirió la seguridad de un museo
militar en lugar de arriesgar la vida en un asalto a palacio.