No
es tanto por las encuestas que siempre tienden a encontrar los
números que les interesan a los clientes que las pagan, sino por
las movilizaciones que se desparraman a lo largo y ancho del
país, por lo que podría anticiparse que las elecciones del 3 de
diciembre terminarán con un final de fotografía.
Método
que también podría objetarse diciendo que presencia en
manifestaciones no significa necesariamente intención de voto, o
que por mucha gente que asista a una concentración no alcanza
nunca al 10 por ciento de los votos que se necesitan para ganar,
pero que en cualquier caso no tiene porque ser más o menos
confiable que encuestas alimentadas por el miedo que siempre
contribuye a sesgarlas.
La
manifestación, por otra parte, no termina en la manifestación
misma, y es por lo general precedida y
postcedida por un clima de opinión que es como los
ventarrones que sacuden al ambiente antes y después que pasan
los ciclones.
Y ese
clima no revela otra cosa que si Rosales supera a Chávez, o
Chávez a Rosales antes de una semana y media del 3-D, no es
por más de 2 o 3 puntos.
Medición que, es cierto, podría alterarse a favor de uno u otro
en los 12 días que faltan, pero dependiendo de la capacidad de
Rosales o de Chávez para convencer a los indecisos.
Ahora
bien, según el experto, Douglas
Schoen, de la encuestadora “Penn,
Schoen and
Berland”, los indecisos se deciden a
votar mayoritariamente por los candidatos de la oposición, por
lo que podría decirse que si ese fuera el caso, serían votos que
se agregarían al caudal de Rosales.
Otro
tema es el referente al abstencionismo duro, que podría estar
afectando tanto al candidato oficialista, como al de la
oposición, por lo que no es descartable
que los 12 días finales se utilicen para redoblar los esfuerzos
hacia este segmento.
De modo
que si a estas alturas no se suscita un fenómeno
conmocional como el que volteó en
horas los resultados de la últimas elecciones para la
presidencia del gobierno español, y puso a ganar al perdedor,
José Luís Rodríguez Zapatero, entonces es previsible que si no
un empate, una ventaja por pocos puntos, sean los números
finales del 3-D.
La
pregunta es: ¿Podrá en ese caso el candidato perdedor tener el
coraje suficiente para decir que perdió y transformarse en
apagafuego ante tanto radical que de
lado y lado no querrá aceptar lo que es el final de una
contienda electoral que por muy interferida que sea por la mano
negra oficial, es siempre la oportunidad para que unos avancen
y otros retrocedan, o más bien, para que unos ganen perdiendo, y
otros pierdan ganando?
Y aquí
tenemos que referirnos a la esencia agonal de la democracia, que
es por sobre todo el juego político visto en una dialéctica de
tiempo y espacio, donde los triunfadores de hoy, pueden ser los
derrotados de mañana.
Bien
está que en la situación venezolana puede decirse que, en todo
sentido, el gobierno de Chávez no es democrático y que se trata
de un caudillo autoritario que usa la democracia con un carácter
instrumental que valida, solo cuando contribuye a fortalecer el
poder del jefe, e invalida cuando su dirección es para proteger
el poder de las mayorías que controlan al jefe.
Pero es
que aun así no se debe desechar la política de imponerle la
democracia a los antidemocráticos, de obligarlos a contarse, y
convertir a las autocracias en un remedo de sus fines perversos,
y una posibilidad para que sus adversarios, en cualquier
momento, la destruyan de a poco, o de un solo envión.
O sea,
dentro del juego que es también paz y guerra, avance y
retroceso, tormenta y calma, pero todo incidiendo y coincidiendo
con un resultado que no puede ser otro que la democracia, la
libertad y la civilidad anclen de manera definitiva, y para no
volver a perderse, en el país.
Insisto
que en este sentido los resultados del 3-D pueden ser una prueba
que fortalezca, o contribuya de manera muy importante, al
rescate de la democracia, ya que, como en los juegos normados, y
constitucionalmente reglamentados, todo puede reducirse a una
frase: el que haga fraude, pierde.