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Hacia un final de fotografía
por Manuel Malaver
miércoles, 22 noviembre 2006

 

No es tanto por las encuestas que siempre tienden  a encontrar los números que les interesan a los clientes que las pagan, sino por las movilizaciones que se desparraman a lo largo y ancho del país, por lo que podría anticiparse que las elecciones del 3 de diciembre terminarán con un final de fotografía.

        Método que también podría objetarse diciendo que presencia en manifestaciones no significa necesariamente intención de voto, o que por mucha gente que asista a una concentración no alcanza nunca al 10 por ciento de los votos que se necesitan para ganar, pero que en cualquier caso no tiene porque ser más o menos confiable que encuestas alimentadas por el miedo que siempre contribuye a sesgarlas.

        La manifestación, por otra parte, no termina en la manifestación misma, y es por lo general precedida y postcedida  por un clima de opinión que es como los ventarrones que sacuden al ambiente antes y después que pasan los ciclones.

        Y ese clima no revela otra cosa que si Rosales supera a Chávez, o Chávez a Rosales antes de una semana y media  del 3-D,  no es por más de 2 o 3 puntos.

        Medición que, es cierto, podría alterarse a favor de uno u otro en los 12 días que faltan, pero dependiendo de la capacidad de Rosales o de Chávez para convencer a los indecisos.

        Ahora bien, según el experto, Douglas Schoen, de la encuestadora “Penn, Schoen and Berland”, los indecisos se deciden a votar mayoritariamente por los candidatos de la oposición, por lo que podría decirse que si ese fuera el caso, serían votos que se agregarían al caudal de Rosales.

        Otro tema es el referente al abstencionismo duro, que podría estar afectando tanto al candidato oficialista, como al de la oposición, por lo que no es descartable que los 12 días finales se utilicen para redoblar los esfuerzos hacia este segmento.

        De modo que si a estas alturas no se suscita un fenómeno conmocional como el que volteó en horas los resultados de la últimas elecciones para la presidencia del gobierno español, y puso a ganar al perdedor, José Luís Rodríguez Zapatero, entonces es previsible que si no un empate, una ventaja por pocos puntos, sean los números finales del 3-D.

        La pregunta es: ¿Podrá en ese caso el candidato perdedor tener el coraje suficiente para decir que perdió y transformarse en apagafuego ante tanto radical que de lado y lado no querrá aceptar lo que es el final de una contienda electoral que por muy interferida que sea por la mano negra oficial,  es siempre la oportunidad para que unos avancen y otros retrocedan, o más bien, para que unos ganen perdiendo, y otros pierdan ganando?

        Y aquí tenemos que referirnos a la esencia agonal de la democracia, que es por sobre todo el juego político visto en una dialéctica de tiempo y espacio, donde los triunfadores de hoy, pueden ser los derrotados de mañana.

        Bien está que en la situación venezolana puede decirse que, en todo sentido, el gobierno de Chávez no es democrático y que se trata de un caudillo autoritario que usa la democracia con un carácter instrumental que valida, solo cuando contribuye a fortalecer el poder del jefe, e invalida cuando su dirección es para proteger el poder de las mayorías que controlan al jefe.

        Pero es que aun así no se debe desechar la política de imponerle la democracia a los antidemocráticos, de obligarlos a contarse, y convertir a las autocracias en un remedo de sus fines perversos, y una posibilidad para que sus adversarios, en cualquier momento, la destruyan de a poco, o de un solo envión.

        O sea, dentro del juego que es también paz y guerra, avance y retroceso, tormenta y calma, pero todo incidiendo y coincidiendo con un resultado que no puede ser otro que la democracia, la libertad y la civilidad anclen de manera definitiva, y para no volver a perderse, en el país.

        Insisto que en este sentido los resultados del 3-D pueden ser una prueba que fortalezca, o contribuya de manera muy importante, al rescate de la democracia, ya que, como en los juegos normados, y constitucionalmente reglamentados, todo puede reducirse a una frase: el que haga fraude, pierde.

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  Artículo publicado en el vespertino El Mundo, 22 noviembre 2006

 
 
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