Según
el Chávez que acompañó el lunes al presidente de Irán,
Mahmoud
Ahmadinejad, en una rueda de prensa en Caracas, “la
invasión de Irán por Estados Unidos es inevitable, cuestión de
tiempo, y Venezuela será el primer país del mundo en hacer causa
para defender el sagrado territorio iraní”
Afirmación tan apresurada como extravagante, pues desconoce el
hecho de que, ni el gobierno de Irán se niega a ceder en una
negociación sobre su programa nuclear que involucra a las
Naciones Unidas y no solo a Estados Unidos; ni Estados Unidos ha
dicho otra cosa que las sanciones, en caso de aplicarse, deben
ser responsabilidad de la comunidad internacional en general y
no de ningún país en particular.
Sanciones que, además, difícilmente llegarán al caso extremo,
la invasión y solo después de un largo periplo de años en el
cual se haga evidente la decisión de Irán de agredir a un país,
o grupo de países, pasará a mayores.
¿De
dónde entonces la impaciencia de Chávez por la guerra, por qué
esos deseos irrefrenables de que el mundo se vea envuelto en una
conflagración mundial y Venezuela participe en un suceso
desgraciado en el cual decididamente no está invitado porque, ni
Venezuela está situada en el Medio Oriente ni Irán en América
Latina, ni las relaciones históricas entre el país de Bolívar y
el de los ayatolahs ha traspasado
otra frontera que no sea la del conocimiento mutuo?
¿Acaso
la oportunidad para que el teniente coronel de
Sabaneta de Barinas irrumpa en el
escenario bélico mundial, luzca las dotes que se le quedaron en
el tintero durante el golpe de estado del 4 febrero de 1992 y de
los sucesos del 11 de abril del 2002 y el mundo conozca que un
nuevo Saddan
Hussein, u otro Osama
Ben Laden
u otro Aymán Al-Zahuahiri
acaba de aparecer con vocación de hacer historia?
Puede
ser, ya que de los delirios de Chávez está hecha la historia
venezolana y latinoamericana de los últimos 8 años, aunque
personalmente me siento más inclinado a atribuir los aprestos
guerreros del teniente coronel, a la urgencia que tiene de que
una nueva crisis en el Medio Oriente volatilice los precios del
petróleo, y vuelva a percibir ingresos de hasta 100 millones de
dólares diarios que fue la botija con que contó hasta ahora
con el barril a 78 dólares.
Suma
colosal que no se piense está invirtiendo en los reclamos que
tiene Venezuela de que un gobierno responsable resuelva los
problemas de la pobreza, la desigualdad y las injusticias
sociales, las necesidades de más y mejores viviendas, educación,
salud, transporte, agricultura y seguridad personal, sino en la
creación de una alianza política y militar internacional que
enfrente al capitalismo y al imperialismo y haga morder el polvo
de la derrota a los Estados Unidos.
O sea,
en todo lo que fracasaron Alemania, Japón e Italia durante la
Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y sus satélites
durante la Guerra Fría y el terrorismo islámico en los últimos
años.
Ingresos que son también la causa de que Chávez lleve casi un
decenio paseándose por el mundo en un avión privado de los más
lujosos del mundo, desde cuyas instalaciones, comparables a las
de hotel 5 estrellas volante, da órdenes, dispone de ejércitos,
libra batallas y hace la revolución mundial.
Y sin
los cuales, el teniente coronel volvería a la tierra, al rincón
donde los seres humanos, y en particular los jefes de estados,
son tratados de acuerdo a su valor real, que en el caso de
Chávez ya sabemos andan en sentido inverso a su promoción
personal y oficial.
Cuán
urgido anda el coronel venezolano del ciclo alcista del crudo lo
vimos en la reciente reunión de la OPEP en Viena, cuando su
ministro de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez, fue el único
funcionario en promover un nuevo recorte en la producción del
cártel cuyos precios habían caído de 78 a 64 dólares el barril
en menos de 3 semanas.
Proposición que fue rechazada por el resto de los países
miembros y pospuesta para una reunión en diciembre, pero solo en
caso de que el desplome de los precios se haga incontrolable.
Pero
nada que disuada a Chávez, quien tiene bajo la manga la carta
Ahmadinejad, la posibilidad de que
el presidente de Irán coja casquillo, se embarque en una crisis
y el venezolano y su corte, como los reyes de la Europa
absolutista, sigan percibiendo ingresos provenientes del
extranjero para que el gasto dedicado al lujo y la extravagancia
fluya sin cesar.