Aunque
por motivaciones diferentes, y quien sabe si hasta por objetivos
también, Manuel Rosales y Carlos Ortega irrumpieron a comienzos
de la semana pasada con propuestas que sin duda serán decisivas
en el curso que tome la política venezolana de los próximos
meses.
El maracucho
convocando a los venezolanos a que lo apoyen en las elecciones
de diciembre para alzarse con el triunfo electoral, y desalojar
a Hugo Chávez de Miraflores; el
falconiano, con una fuga espectacular de la cárcel de Ramo Verde
la medianoche del domingo, cuando, en compañía de los oficiales
Darío, Jesús y Rafael Faría, tomó la
calle sin otro destino que no sea el de organizar la
resistencia contra el autoritarismo
chavista.
Inscrita la
decisión del primero en los fragmentos de vida democrática que,
en razón del interés del chavismo
de no verse denunciado como un régimen forajido y al margen de
la ley, aun flotan como hilachas en la vida nacional; y la del
segundo, en el sesgo francamente represivo y violatorio de los
derechos humanos que tomó la autocracia después de abril y
diciembre del 2002 y ha sido la causa de que veintenas de
venezolanos permanezcan en las cárceles condenados a penas tan
injustas, como ilegales.
Explícito
Rosales en su propuesta como que las elecciones ofrecen un marco
ideal de diálogo y contacto con la gente; menos conocida la de
Ortega, pero deducida de su condición de perseguido de los
cuerpos de seguridad del estado y de una carta que escribió
recientemente al CDN de Acción Democrática reunido en Caracas, y
donde apostó por la abstención en las elecciones y la
resistencia a Chávez en la calle.
Pero igualmente
dos líderes diferentes por sus hojas de vida, orígenes, perfiles
y estilos, pues el primero es un político profesional que tiene
aproximadamente 20 años dando la pelea en su estado natal, Zulia
y su capital, Maracaibo, siendo elegido unas veces como alcalde
y otras como gobernador; en tanto que el segundo, es un líder
sindical que fue dirigente de la Federación de Trabajadores
Petroleros, Fedepetrol y es
presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela,
CTV.
De ahí que la
coyuntura en que Rosales y Ortega están en la calle, cada uno
con su visión particular del rumbo que debe tomar la política
venezolana en los próximos meses y quizá años, si bien no tiene
porque significar otra ruptura en el seno de la oposición, sí va
a representar una tensión, un escarceo, pues aparte del
enfrentamiento que sostendrán los dos contra el régimen militar,
dictatorial y colectivista, pondrá a prueba sus percepciones del
gobierno y de las formas de lucha que se requieren para
expulsarlo del poder.
Las elecciones
de diciembre, y las tareas que conducirán a ellas, serán en este
orden de ideas un primer escenario de este punto de inflexión,
tratando de establecer Rosales, y las fuerzas políticas que lo
apoyan, no solo que el gobierno es
derrotable por la vía electoral, sino que, como también
afirma, “es posible cobrar el triunfo”; Ortega, por su parte,
insistirá presumiblemente en la idea de que las elecciones son
una ilusión y solo el pueblo en la calle, y aplicando el Art.
350 de la Constitución, o cualquier otro instrumento de acción,
contienen la carga para que Chávez y el
chavismo abandonen Miraflores.
En su cruzada
contará, en primer lugar, con el apoyo de partidos como Acción
Democrática, Alianza Popular, Alianza Bravo Pueblo y el
Comando Nacional de la Resistencia; y en segundo, con otras
organizaciones e individualidades identificadas con una salida
política a la crisis que no privilegie la opción electoral.
Una incógnita a
este respecto es la posición del movimiento sindical en general,
y de la CTV en particular, en cuyo seno es presumible pensar que
encuentre eco la propuesta de un líder natural como Ortega, si
bien el actual presidente de la CTV, y otrora pupilo de Ortega,
Manuel Cova, ya ha dicho que estará
con la salida electoralista.
En cuanto a
Rosales, ya cuenta con una coalición de partidos (Primero
Justicia, Nuevo Tiempo, COPEI, MAS, Bandera Roja, Un Solo
Pueblo, Solidaridad, Izquierda Democrática, etc.) y el apoyo de
individualidades cuyo peso e incidencia en la política nacional
no puede ser más ponderable.
De modo que en
más de un sentido, una y otra propuesta, con sus líderes,
organizaciones e individualidades, se juegan un primer tramo de
su vigencia y permanencia el 3 de diciembre, pues el resultado
electoral también dirá a los venezolanos si la razón está del
lado de Ortega y sus seguidores, o de Rosales y la gente que lo
acompaña.
Aquí, desde
luego, la participación o la abstención serán el termómetro a
medir, pues una Venezuela decidida a concurrir mayoritariamente
a las urnas para premiar a su candidato y castigar al
adversario, dirá que aun cree en la elecciones para buscarle
salidas a la crisis nacional; en cambio que una abstención que
castigue, tanto al gobierno, como a la oposición, será el
indicio de que la democracia ha colapsado y las formas de lucha
pasan a ser otras.
Con su especial
olfato para la táctica, Chávez, ha sido el primer político en
otear este posible cambio de rumbo y ya dijo en una rueda de
prensa que antecedió al lanzamiento de su candidatura, que “si
la abstención es muy alta entonces, habría que pensar que el
camino de la revolución es otro”.
Pero de
diciembre también podría salir una estrategia mixta, que es la
que corresponde en el caso de regímenes autoritarios y
estatólatras, que se ven obligados
por la fuerza de las “circunstancias” post guerra fría, a
avanzar en el establecimiento de autocracias militaristas y
colectivistas, pero decorándolas de espejismos seudo
democráticos.
Pero si
complejos, riesgosos y sutiles son los dilemas de la oposición,
peor son los del gobierno que debe optar, o por jugar limpio, o
más o menos limpio, en las elecciones de diciembre y así
asegurar una brizna de paz social en el 2007; o barrer con todo
vestigio de legalidad, pasando a confrontar una resistencia
violenta, que con una conflictividad creciente y permanente en
la calle, será el túnel por donde se fugue el poder acumulado
por el chavismo durante los últimos
7 años y medio.
Pronóstico más
pertinente que nunca si notamos que Ortega se acaba de fugar de
una prisión militar con el apoyo de militares y que la capacidad
de convocatoria y movilización de las llamadas fuerzas
“revolucionarias” pareciera estar en sus mínimos históricos.
La autocracia
chavista luce más y más, en efecto,
como una de esas dictaduras tradicionales latinoamericanas,
clientelares y represivas, y menos
como una revolución medianamente viable y el malestar que la
invade, contamina y deshace no viene solo de fuera, sino de
dentro.
Hay
chavistas descontentos, y en ánimo
de contribuir con algo o mucho al fin de la pesadilla, en el MVR,
la burocracia, la FAN, PDVSA, la calle y en cualquier espacio
donde se vean oportunidades de protestar, humillar y burlarse
del peor gobierno que ha tenido Venezuela en sus casi 200 años
de vida republicana.
Y también
conspiraciones, escaramuzas y emboscada, en ministerios,
gobernaciones, alcaldías y empresas del estado, desde donde se
percibe que solo con un cambio de gobierno el país evitaría
verse sumida en el horror de que al parecer está saliendo Cuba
después de 47 años de tiranía.
Pero si
sombrías son las condiciones en que el
chavismo sobrevive internamente, las externas son
catástróficas, con un Chávez sin
juego en las tres Américas,
abandonado por Lula, Kirchner y
Vásquez, tolerado solo como un vecino rico que en cualquier
momento puede accionar la chequera para financiar proyectos y
políticas inviables y aliado solo de estados y organizaciones
del Medio Oriente y Asia Oriental que lucen desde hace tiempo la
etiqueta de “terroristas”.
La oposición
democrática, por su parte, está viviendo un segundo aire, como
que de nuevo luce unida, y demuestra que está en capacidad de
movilizar a la sociedad civil y conducirla a una lucha donde el
triunfo no es que es posible, está cerca.
Lo hemos visto
en los últimos días, y lo seguiremos viendo en la medida que la
gente asuma que después de Rosales viene Ortega, y que
cualquiera de los dos, o los dos juntos, son los líderes para
que Venezuela vuelva a ponerse de pie y sea la cabeza de la
recuperación democrática del continente.