No
cree el presidente de Perú, Alán
García, que Hugo Chávez esté haciendo una revolución, y mucho
menos que, si tal fuera el caso, ello lo autorice a inmiscuirse
en los asuntos internos de otros países.
Es un disenso que
empezó cuando Chávez apoyó abiertamente a
Ollanta Humala en las
elecciones peruanas de abril pasado que ganó García, y que, con
decibeles más, decibeles menos, cubrió la ruta de estos últimos
7 meses.
Pero que dejó
algo muy claro: si Chávez habla fuerte, García habla más fuerte
aún, pasando a convertirse para el primero en un eco respondón
que, tanto intimida, como atormenta.
Sobre todo en
circunstancias de que, bien por razones ideológicas, o intereses
políticos y económicos, no han sido pocos los jefes de estado
latinoamericanos que se han comido la lengua ante un Chávez que
no ha tenido empacho en devaluarlos, maltratarlos y
carajearlos, porque y que no hacen
su trabajo como patriotas, nacionalistas, antiimperialistas y
revolucionarios.
Desplante o
coup de théâtre
en que eran duchos jefes revolucionarios y guerreros del siglo
pasado como Musolini,
Stalin, Hitler,
Mao y Castro, pero que le queda mal
al presidente de un pequeño país tercermundista electo de
acuerdo a la más irreprochables reglas de la democracia, no ha
librado una sola batalla, comandan un ejército que en mas de 2
siglos no sabe lo que es una guerra internacional, y no es capaz
de hilar un discurso medianamente coherente a la hora de
plantear a dónde va y qué es lo quiere.
Pero nada que
arredre a Chávez, que en revancha tiene el poder que brinda ser
el jefe de Estado de un país petrolero en una época en que los
precios del crudo se han ido por las nubes, la amenaza de una
crisis terminal de energía no acaba
de despejarse, y puede darse el lujo de usar el garrote de la
energía barata o regalada para atraer y callar a presidentes
rebeldes, o reacios a aceptar sus diktat.
No es el caso del
Perú de Alán García, con importantes
reservas de crudo y gas, capacidad para satisfacer la demanda
interna y exportar, emergiendo con Bolivia como la otra potencia
energética del subcontinente, y
haciendo planes para armar y liderar el Anillo
Gasífero del Sur.
Por tanto, con
malas pulgas para calarse los arrebatos del teniente coronel
venezolano, soportar su soberbia e intromisiones y que ande por
el mundo descalificando a cualquiera que no aplauda y comparta
al que dice es el pensamiento de la nueva era, de los nuevos
tiempos.
Porque es que el
Alán García que gobernó al Perú a
mediados de los 80, se negó a pagar la deuda externa más allá
del 10 por ciento, intervino la economía a extremos que
recordaban a Velazco Alvarado,
nacionalizó o intentó nacionalizar la banca y terminó siendo
repudiado por una marejada electoral que llevó al poder a
Alberto Fujimori, sabe muy bien lo
fácil, cómodo y buena nota que resulta ser “nacionalista,
antiimperialista y revolucionario” con un precio del crudo que
en julio pasado llegó a cotizarse a 78 dólares el barril.
Por eso en la
versión de Alán García, Chávez no es
más que un hijo de los trópicos buchón de petróleo en una época
de extrema escasez, arrogante y nuevorrico,
frívolo y pantallero, irresponsable
y guapachoso, que tiene por hobby
decir que es patriota, nacionalista, antiimperialista y
revolucionario.
Bravata que no se
le perdonaría si no tuviera la llave del grifo que permite
enviar millón y medio de barriles diarios de crudo a los Estados
Unidos, y otros tantos en ayuda a países sin combustible de
América y el mundo, donaciones de diversa índole, contratos mil
millonarios en dólares a Brasil para la fabricación de puentes,
y repetidos aportes a Argentina para la compra de bonos basura
de su deuda.
Señalamientos que
ya son como una chapa, se oyen en el palacio de gobierno del
Perú o en la sede de la cancillería inca cuando menos se piense,
y actúan como la marca de fábrica que se le construye desde el
exterior a una revolución que quiso conquistar el mundo pero a
punto de barriles de petróleo, petrodólares y bravuconadas.