No
comparto la opinión de algunos colegas periodistas que afirman
que el cambio de estrategia que transfiguró a Chávez, de
agresivo halcón en mansa paloma, obedece a la urgencia de
conectarse con votantes de clase media que podrían
potencialmente aumentar su caudal electoral para conseguir al
menos la mitad de los 10 millones de votos.
No la comparto
porque sería ingenuo aspirar a juntar el agua y el aceite, a
los polos que signan la fractura de la política venezolana
actual, a la pareja que protagonizó uno de los matrimonios más
cortos e incompatibles de la historia, con cada uno de sus
extremos pasando a emblematizar lo que el otro rechaza.
Y esto lo saben
menor que nadie los estrategas electorales
chavistas, algunos de ellos
auspiciadores de la tesis de que la cultura política de
la clase media es refractaria con la revolución, y convencidos
de que, en una campaña electoral tan corta, lo menos que debe
hacerse es aventurar.
O lo que es lo
mismo: que para que Chávez volviera a conectarse con la clase
media como realidad política tendría que dejar de ser lo que es;
o, a la inversa, que para que la clase media se moviera en la
idea de reconsiderar su rechazo a Chávez, tendría que dejar de
ser clase media, y eso, ya sabemos, no está en el futuro
inmediato de unos y otros.
Todo lo cual no
puede sino llevarnos a la conclusión de que el cambio de
estrategia electoral en el candidato del gobierno, tiene
necesariamente que dirigirse a apuntar a los vastos sectores
populares que hasta poco tiempo constituyeron los bastiones del
teniente coronel presidente y candidato, pero que hoy desertan,
desaniman o dudan en repetir una experiencia que hasta ahora
solo les ha significado pobreza, desempleo, inseguridad, muerte
y destrucción.
Como prueba las
concentraciones electorales chavistas
del último mes y medio, donde unos pocos miles de manifestantes
silenciosos, somnolientos, y más propensos a reclamar que
aplaudir, se medio acercan al presidente candidato, una buena
parte de ellos presionada por el control fascistoide
de “si no vas no hay empleo, ayuda, o beca” y la otra con la
esperanza de oír alguna medida urgente, viable y desesperada que
les permita salir del infierno en que mal viven.
Distanciados,
además, por hoscos anillos de seguridad con guardaespaldas
armados hasta los dientes, que no permiten que el presidente
candidato baje de una carroza o Chávezmovil,
de
una suerte de podio o pináculo, del cual habla como desde una
atalaya, o púlpito.
Pero solo para
repetir las promesas de hace 8 años, los sermones del profeta
que arengaba a los pobres de los barrios a la conquista del
paraíso terrenal, a emprender el éxodo hacia la tierra
prometida, y construir la vía para tener acceso a viviendas
dignas, empleos estables, servicios eficientes y una vida
segura.
Promesas y
sermones que seguramente oyeron al lado del padre, del hijo, del
hermano, tío, sobrino o amigo que ya no están porque en 8 años
fue imposible salir del barrio, mejorar las condiciones de vida,
y una noche, o día cualesquiera, de una balacera entre bandas
rivales salió el proyectil que les quitó la vida.
Y es que, en su
sentido más gráfico, en esta escena de horror, sangre y muerte
concluyó el paraíso terrenal chavista,
la tierra prometida y el reino de Dios en la tierra, en una
proliferación exponencial y terrible de bandas rivales que ya
cuentan 100 mil asesinatos en 8 años, de grupos de exterminio y
de mafias de sicarios que justamente se ceban entre los sectores
más pobres, vulnerables y populosos, como que han sido dejados
de la mano de Dios, sin control ni vigilancia policial que
eviten su conversión en el teatro preferido para la perpetración
de tal danza del horror y la muerte.
Y pienso yo que
será por eso que el cambio de estrategia electoral también
involucra la erradicación del color rojo, o por lo menos la
desidentificación del candidato del
gobierno con el color de la sangre, ya que para los habitantes
de los barrios, y en general para todos los venezolanos, el rojo
no puede sino representar e invocar la violencia, la guerra y
la muerte, la pesadilla que los ha llevado a convertirse
prácticamente en una comunidad asolada y diezmada.
Y que no podrán
evitar recordar al momento de depositar su voto el 3 de
diciembre próximo, pues se tratará sencillamente de optar por
la vida o la muerte, por la guerra o la paz, por un sistema de
libertades ciudadanas donde cada quien tendrá garantías para
articular sus preferencias de vida, y otro en el cual las
actividades más mínimas estarán relacionadas con la violencia,
el rojo y la confrontación, en un país que no tendrá otro futuro
que devenir en el cuartel que previó el Libertador, Simón
Bolívar, en la Carta de Jamaica.
De modo que
zamarra y ladinamente los estrategas electorales
chavistas nos traen ahora un Chávez
“in blue”, en azul (“El amor es azul” ¿se acuerdan?), un
comandante en jefe que se desgrana, se deshace en una versión
de su biografía signada por el amor, y otra vez en promesas
electorales que parecen dichas por un líder del movimiento
hippie de los 60, o el abad de alguna congregación religiosa
inspirado desde el más allá para hacer del amor terrenal y
divino el centro de sus ruegos y oraciones.
Y digo yo si no
pensarán los electores, ¿caramba y este no es el mismo individuo
que lleva 8 años convertido en el campeón de la violencia,
diciendo que los revolucionarios tienen que armarse para
derrotar a los contrarrevolucionarios, declarándose neutral
ante el conflicto armado colombiano, justificando a los
terroristas porque y que protestan por las injusticias en el
mundo, dotando a la FAN de armamento moderno y sofisticado, y
llamando a la formación de milicias y fuerzas de reserva, de
millones de hombres y mujeres que deben dormir con el fusil al
lado y preparados para entrar en combate?
¿No es el mismo
que desde hace 5 años predica la guerra asimétrica, la más
cruel, sangrienta y vandálica forma de guerra que ha conocido
la humanidad porque es la guerra no sujeta a leyes, códigos ni
convenciones; el mismo que obligó a la FAN a adoptarla como
estrategia de seguridad y defensa, y cada mes promueve
ejercicios donde presuntamente soldados, miembros de la reserva,
la milicia o simples civiles se entrenan para tan feroz
carnicería?
¿No es el mismo
que se enorgullece de su amistad, alianza y solidaridad con los
presidentes de Irán, Mahmoud
Ahmadinejad y de Siria,
Shapour Al-Asad, señores de la
guerra moderna que también llaman terrorismo que estuvieron tras
los sucesos que condujeron al reciente conflicto entre Israel y
Hezbolá?
¿No es el mismo,
en fin, que hace un mes no más pronunció un discurso en la ONU
insultando a tirios y troyanos, pero en particular al presidente
de los Estados Unidos, y reafirmando su condición de líder de
una supuesta cruzada que a través de un nuevo
Armagedón conduciría a la humanidad
a la liberación definitiva?
Creo que la
respuesta no deja lugar a dudas y que conducirá a los
electores de los sectores más vulnerables del país a dar otro
paso en el desenmascaramiento de un hegemón
que no conoce límites en su ambición desmesurada y, pasa en
días, de la ferocidad a la cursilería, de la tragedia a la
comedia, de la ortiga al olivo, del rojo al azul, de todo lo que
simbólicamente revela que estamos en manos de un maquiavelista
irresponsable para quien ni los principios, ni las palabras, ni
la vida valen nada.
El mismo que
hemos visto durante estos años ahincado, es cierto, en la idea
fija de la guerra, la muerte y la destrucción, pero sin empacho
en reunirse con líderes de la comunidad internacional para
quienes el bien supremo es lograr un mundo más seguro, más
reconciliado, y conducido por las reglas y normas de un estado
de derecho garante de la paz.
De ahí que no sea
exagerado afirmar que estamos en el acto final de la hipocresía
y la impostura, en el momento en que el pueblo venezolano, y
fundamentalmente sus sectores más pobres y vulnerables, votarán
mayoritariamente contra Chávez y darán paso a otra Venezuela
donde predominen la verdad, el bienestar, la igualdad, la
justicia y la seguridad.
El país que les
fue arrebatado bajo engaño y ahora es un infierno cruzado de
fusiles y cañones que apuntan, tanto contra los deseos de una
comunidad que quiere trabajar, estudiar y vivir en paz, como
contra otros países que han visto sus espacios políticos y
sociales invadidos y subvertidos por un caudillo cuya misión,
dice, es restaurar la utopía marxista en la que fracasaron
Lenin, Stalin,
Mao y Castro.
Una aberración,
un extravío, una pesadilla que anda ahora cantando “El amor es
azul”, pero antes, hasta hace una semana no más, gritaba
“Oligarcas, temblad”, y el “Que asome la cabeza duro con él”.
Una prueba más
del cambio de escena que pueden instrumentar quienes no tienen
otra finalidad que conquistar y dominar y no se detienen en
inventar lo que sea para conseguir reclutas para la cruzada de
la muerte.
Pero que será el
último, o por lo menos un tramo menos en la carrera que le
permitirá a Venezuela ser el país moderno, pacífico y civilizado
que una vez fue y merece volver a ser.
Creo que el 3 de
diciembre próximo será decisivo en este sentido, ya que si
Chávez lograr permanecer será en condiciones que no le
permitirán avanzar, sino retroceder.