Como
siempre soñé con un día en que los latinoamericanos dejáramos de
hablar de dictaduras y dictadores, entonces pueden imaginarse mi
incomodidad al no poder escapar al díctum
de tener que referirme a la muerte del dictador chileno, Augusto
Pinochet.
Y lo que es peor:
de tener que ocuparme dentro de poco del deceso de otro
dictador, y quien sabe si durante los próximos 10 años o más
mantenerme atareado entre dictadores que aparecen, desaparecen,
o reaparecen en una suerte de ritual de abominación de la
muerte, la violencia y la fatalidad que a marchas forzadas nos
estrecha en su círculo de hierro.
Porque es que,
contrario a lo que pensaron los hombres de mi generación y de
otras generaciones, la materia prima para la formación de
dictaduras y dictadores en América del Sur no se agotó con
Pinochet,
y
sus congéneres de Brasil, Uruguay y Argentina durante los 70 y
80 y más bien como en un magma silente pero bullente se mantuvo
a la espera de las condiciones que la hicieran irrumpir a flor
de tierra.
Y estas llegaron
como consecuencia de la impaciencia por los resultados de la
modernización económica que se inició después de la caída del
muro de Berlín y el colapso del socialismo real, cuando pareció
viable que con el efecto de demostración de la catástrofe del
fin del mundo comunista, todo cuando se
le igualaba o semejaba (socialismo, autoritarismo, colectivismo,
populismo y totalitarismo) pasaban al invernadero de la
historia.
El caso fue que
alentados por los náufragos que se resistían a morir, hábiles
demagogos venidos, unos del mundo militar, otros de la
universidades, y otros de las etnias indígenas, se dispararon a
agitar e incendiar la pradera de los justos resentimientos por
la lenta distribución de la riqueza que generaban las reformas
económicas, creando la mayoría electoral que en elecciones
democráticas, limpias y transparentes garantizaba el ascenso de
los neo dictadores.
O sea, que está
naciendo (o ya nació) el dictador que no viene de las asonadas
cuartelarias, la guerra de
guerrillas y las insurrecciones populares, sino de la
participación en procesos electorales y de mayorías de votantes
circunstanciales que prestan su concurso para que el
personalismo recién acuñado desmonte la constitucionalidad
vigente, cree otra marcadamente autocrática y avance rápidamente
en la ruta para que “su majestad” se convierta en dictador
vitalicio.
Desde luego que
este es el mapa por el que se ha guiado hasta ahora la
neodictadura de Hugo Chávez en
Venezuela, pero que igualmente, aunque con suerte variada, se
está tratando de implementar en Bolivia y lo más seguro es que
en el Ecuador de Rafael Correa.
Lo importante a
destacar de todas maneras, es que la oportunidad de que el
subcontinente marchara como un todo
en el establecimiento de un espacio democrático donde el
bienestar económico, la revolución tecnológica y la igualdad
social marcaran la pauta para la inserción en el siglo XXI, se
está esfumando y ya pocos dudan de que América del Sur se
precipita a constituirse en una de las zonas más atrasadas del
planeta.
Atraso con
dictadores mesiánicos, ideas anacrónicas de la justicia social,
institucionalidad que se arma y desarma para atender la demanda
del mandamás de turno e implementación de un modelo económico
alternativo que es el mismo que fracasó en el socialismo real y
significará una pérdida enorme de recursos, tiempo y energía
para todo el continente.
De modo que si
bien cabe celebrar que los dictadores más longevos y terribles
de América no serán dentro de poco sino un recuerdo para
abominar y olvidar, nuevos retoños de la especie están naciendo,
y quien sabe si mejor dotados para hacer daño y retroceder las
agujas del reloj histórico a un tiempo incomprensible porque sus
signos hace tiempo que pertenecen al lenguaje fósil.
Son los hechos
que están determinando que América del Sur sea una región que
cada día se borra más del mapa mundial, siendo sustituida por
países como India y China, de la cuales ya se auguran serán las
estrellas del siglo XXI.
No por algo en
una reciente visita a India, el presidente de China,
Hu Jin Tao, en un discurso que hará
historia afirmó que “El siglo XXI será un siglo asiático”.