Un
primer efecto en la contienda electoral tuvo la avalancha de
Manuel Rosales y fue bajar a Chávez de la carroza que usa como
repelente anti pueblo desde que se
estrenó como candidato del gobierno hace poco más de mes y
medio.
Lo
vimos el domingo en la tarde en la caravana que le prepararon
sus seguidores en la parroquia El Valle, donde, si bien es
cierto que repitió su exhibición desde el también llamado
Chávezmóvil, al final decidió
bajarse y caminar unos 50 metros, pero para después
escabullirse.
Dicen
algunos analistas que porque ya no soportaba, primero los ruegos
y después las amenazas del Comando Miranda para que descendiera
del miedo, pero otros que para tratar de animar unas
manifestaciones de calle que más que electorales, parecen
velorios.
Procesiones de enlutados que se dirigen a un entierro, al de un
régimen militar disfrazado de revolución que ha hecho más que
ninguno otro para empobrecer a los más pobres y usarlos como
pretexto para justificar una dictadura que se dirige a
instaurar la primera presidencia vitalicia de la historia
republicana del país.
Todo lo
cual es de suponer que tiene al candidato a la reelección
incómodo, maquinando añagazas que vendan tan deleznable baratija
y tratando de neutralizar un estilo electoral como el de
Rosales que prefiere la calle a las carrozas, los venezolanos
humildes a los guardaespaldas, el abrazo franco del hombre de
la calle a los escudos protectores y la voz recia de los pobres
que llega airada a reclamar sus derechos, a las zalemas de los
burócratas adulantes que se regodean en doblarse y
horizontalizarse.
Pero no
es fácil después de 8 años instalado en
Miraflores, las nubes y el mundo, viajando en un avión
privado de 66 millones dólares con lujos de un hotel 5
estrellas volante y cupo para 70 invitados, alojado en palacios,
casas de gobierno, residencias oficiales y
hoteles de 1.000 dólares la noche y
recibido por príncipes, emperadores, presidentes, jefes de
Estado, y altos dignatarios de la iglesia, las academias y los
organismos multilaterales.
Venezuela entre tanto es un país asolado por el hampa, transido
de pobreza extrema, con los servicios públicos colapsados, el
desempleo creciendo de manera exponencial, la inflación más alta
de América latina y una corrupción galopante que vuela a
colocarse entre las más rentables, impunes e incontrolables del
planeta.
Un país
de millones de pobres que esperan que el presidente regrese para
pedirle cuentas, para exigirle que construya viviendas, que
deje definitivamente de tomar al país como un lugar de
vacaciones y se dedique a gobernar y a cumplir con la
constitución y las leyes.
Pero
Chávez continúa con sus viajes intermensuales y si regresa es
para atrincherarse en una carroza desde cuyas alturas saluda a
manifestantes que son controlados por una organización casi
militar que pasa lista, transmite órdenes y tarifa su
participación.
Todo lo
contrario a lo que sucede en los mítines,
caravanas y manifestaciones de Rosales, con su color variopinto,
sus hombres y mujeres que pueden vestir, decir, gritar, opinar,
preguntar y responder lo que les da la gana, como que la idea es
volver a rescatar la Venezuela donde todos hablaban, todos oían,
todos preguntaban y todos respondían.
Una
algarabía que hace deslucir y pone en evidencia al estilo y
pensamientos únicos de los actos de calle de Chávez, sin más
voz, oído, preguntas y respuestas que la del caudillo presidente
y candidato, del mismo que dice es el único capacitado para
dirigir los destinos del país y aspira -colmo de colmos- a
convertirse en presidente vitalicio fundador de una dinastía.
De ahí
que como dice Manuel Rosales, todas las ideas de Chávez, todas
sus propuestas, todas sus pretensiones, y Chávez mismo, son
fenómenos del pasado, hechos vetustos, sacados literalmente del
basurero, que de no ser porque ocurren ante nuestras narices,
cabría pensar que los segrega la máquina del tiempo.
Un
caudillo cuyo símbolo electoral es la lejanía, la carroza, el
podium, el pináculo, la cueva donde se guarece de las manos, de
los ojos, de las voces de 26 millones de venezolanos para
quienes también es la grafía de la estafa, la burla y la
frustración.
Un
candidato corredizo que ensayó el domingo hacer política popular
acercándose a una pareja, saludando a un niño, pero para salir
corriendo, como si ante su solo contacto hubiera sentido el
anuncio del final.