Aunque
es temprano para calcular en términos de votos el alcance de las
recientes visitas de Manuel Rosales a barrios de Caracas y del
interior, no hay duda que el candidato unitario de la oposición
rompió el cerrojo con que el chavismo
ha pretendido secuestrar políticamente, y con fines
clientelares, a los millones de
venezolanos que malviven en las zonas depauperadas que cunden
por toda Venezuela.
Estafa
tan criminal como deleznable, que aun circula entre
intelectuales bien pensantes de la izquierda y la derecha de
Europa y América, que repiten como verdad cadenas de televisión
por cable como CNN en Español y la BBC, y nunca fue otra cosa
que la eterna pretensión del autoritarismo de tratar de
legitimarse con el apoyo de los pobres…aunque sea a la fuerza.
Centro
de la mitografía preestablecida en la escolástica de
Marx, Engels,
Lenin, Stalin
y Mao, pero igualmente argucia
publicitaria de los demagogos de todos los tiempos y lugares, ya
que si la finalidad es el bien común de los pobres de un país y
de todo el planeta, ¿cómo no van precisamente los pobres a ser
el alma, el cuerpo y el espíritu de la causa revolucionaria?
Y que
tiene las patas cortas del ejercicio en el poder de los
demagogos, los revolucionarios y
salvacionistas, ya que rápidamente se demuestra que el
amor a los pobres no es más que el pretexto para usarlos como
soporte, base y cimiento de las más feroces, crueles e
inhumanas tiranías.
De ahí,
por tanto, la razón de que a los días de haber tomado Chávez el
poder, los barrios más emblemáticos de Caracas y del interior,
los más populosos, necesitados y vulnerables, fueron
prácticamente tomados por la fuerza, sembrados de militantes,
comisarios y agentes de inteligencia fanatizados con la
“revolución”, y a partir de ahí, forzados a comportarse de
acuerdo a las directivas que bajaban del palacio de gobierno.
Y
primera que ninguna, vigilar, controlar y presionar a los
vecinos opositores, neutrales e indiferentes; segunda,
obstaculizar o impedir, como en una ciudadela sitiada, la libre
circulación o el establecimiento de extraños; y tercera, tener
grupos preparados y dispuestos a atacar a
peñonazo limpio, tiros, trancazos, o cualquier otro
medio, toda manifestación política que no contara con la
anuencia de las autoridades partidistas o del oficialismo.
Así fue
cómo hasta hace muy poco, uno o dos años más o menos, previa
convocatoria a las cámaras de las cadenas de televisión por
cable establecidas en el país, se aprovechaba cualquier intento
de la oposición de reunirse o marchar por los principales
barrios de Caracas y del interior, para hacer estas
demostraciones de exclusión e intolerancia, agrediendo y
atropellando, pero subrayando que sucedía porque así lo querían
los pobres, que se negaban a permitir que los oligarcas, los
ricos, los explotadores y proimperialistas
volvieran a engañarlos.
Y
rodaba la mentira, circulaba la estafa y se formaba la matriz de
opinión a todas luces condenable, execrable y abominable de
que existía una parte de Venezuela…¡óigase
bien!…una parte de Venezuela que le era prohibida y negada a
otros venezolanos.
Para
desmentirlo contundente y tajantemente, Manuel Rosales, tiene
dos semanas entrando a los barrios, dialogando y compartiendo
con sus habitantes, siendo recibido con aplausos por los que
votarán por él, y con respeto por los que lo harán por Chávez u
otros candidatos, y demostrando que los ideales de convivencia,
tolerancia y respeto mutuo no los incautará el gobierno que es
amigo de los últimos dictadores, que amenaza con convertir a su
jefe en presidente vitalicio y proclama que su fin último es
sembrar odios, guerra, destrucción y muerte “para salvar a la
humanidad”.
Entró a
los barrios y los militantes, comisarios, espías y agentes de
inteligencia identificados con el “proceso” se limitaron a una
pobre demostración en “El Boquerón” de Catia, contenidos, no
solo por los cientos de manifestantes que seguían a Rosales,
sino también por los habitantes que, apartando sus preferencias
políticas, estuvieron siempre dispuestos a protegerlo y hacer
respetar sus derechos.
Porque
es que antes de Rosales, los propios habitantes de los barrios,
los chavistas y
antichavistas, los neutrales e indiferentes, habían
salido a manifestar, pero no contra la oposición y su candidato,
no contra los oligarcas y los ricos, no contra los capitalistas
e imperialistas, sino contra el gobierno y su jefe, contra Hugo
Chávez y sus ministros, contra sus burócratas y funcionarios que
llevan 8 años reduciendo a cero su seguridad personal y
colectiva, engañándolos, abandonándolos y haciendo aún más
precarias las condiciones en que mal viven
Ocho
años en los cuales los 26 millones de venezolanos, y muy en
especial los que viven en los barrios, han conocido que al
hablar de revolución simplemente aludimos a un aborto cuyos
resultados son más pobreza, más desigualdad, más injusticias,
más incompetencia, más corrupción y pérdida acelerada de la
libertad, la democracia y los derechos individuales.
Aborto
cuyo comadrón no es otro que el “otro candidato”, el teniente
coronel y presidente de Venezuela, Hugo Chávez, el caudillo que
se ha tomado poco menos de un decenio para desmantelar y reducir
a nada uno de los sistemas políticos más estables y funcionales
del continente, una democracia de 40 años que fue ejemplo y
aliado para que otra países de América latina y Europa se
reincorporaran a la pluralidad y la civilidad.
Y que
el comadrón asaltó mediante el engaño, a través de las
marramucias, pues luego de fracasar
en dos intentonas golpistas, se disfrazó de demócrata,
participó en unas elecciones y aprovechó la legalidad e
imparcialidad de las instituciones democráticas, para tomar el
poder y proceder a barrer con la constitución, las leyes y el
estado de derecho.
Por
supuesto que estableciendo una constitución, una legalidad y un
estado de derecho ficticio, de “puro teatro” para recordar a la
Lupe y a Tite Curet Alonso, ya que
solo existe para garantizar la perpetuidad del caudillo en el
poder, crear una institucionalidad a su imagen y semejanza y
abrirle paso al exabrupto más deshilachado que ha pasado por la
mente de gobernante venezolano alguno: hacerse elegir presidente
vitalicio.
Despropósito que nunca pasó siquiera por las mentes más
violentas y primarias de la Venezuela del siglo XIX, la de los
generales analfabetos y las guerras civiles, pero que anida en
este pichón de reyezuelo que ha avenido deshojando insensatez
tras insensatez para culminar en la que sin duda alguna será la
suprema y también la última.
Y debe
ser por este sancocho de engañifas, aberraciones y tropelías que
Chávez evita ahora presentarse en los barrios, dar le la cara a
sus habitantes, a los transeúntes y solo se presenta en locales
cerrados, aquellos donde lo aguardan unos miles de manifestantes
trasladados en autobuses desde los rincones más remotos, previa
cancelación de sus honorarios, y que actúan en base a un guión
preacordado, con indicaciones de lo que deben gritar y simular.
Sitios
asépticos y vigilados donde se evita la presencia de espontáneos
con preguntas sobre promesas incumplidas, casas que no se
hicieron, escuelas que nunca se terminaron, puentes que se
derrumbaron, hospitales que no prestan servicios por falta de
insumos, cuerpos policiales minados por secuestradores y grupos
de exterminio, corruptos que no van a las cárceles y tribunales
que solo existen para administrar una justicia sesgada, parcial
y contra los opositores.
Pero
también para preguntar por qué los ingresos provenientes de los
altos precios del petróleo se dilapidan financiando alianzas
políticas inviables y que para acabar con el capitalismo e
instaurar el socialismo, siendo que se trata de añagazas que ya
fracasaron en los hechos y ahora solo conviene enterrar o tirar
en el cesto de la basura.
También
bulle en la cabeza del comadrón el delirio de fundar un sistema
económico alternativo que llama “modelo de desarrollo endógeno”,
siendo que se trata del mismo esperpento
estatista y colectivista que significó la pérdida de casi
un siglo en la vida histórica útil de Rusia, y de medio siglo en
los países de Europa del Este, China y Vietnam.
Países
que hace más de una década se insertaron en el sistema
capitalista, pero Chávez sigue considerando como socialistas en
la truculencia de soñar que un día será restaurada la utopía
marxista y él será el restaurador.
Es que
el comadrón hace tiempo que abandonó la realidad, al pueblo, a
las calles y vive ahora rodeado de guardaespaldas, de agentes de
seguridad y militares, no se baja de su avión privado que es un
hotel cinco estrellas volante y si baja es para codearse con
príncipes, reyes, jefes de Estado, presidentes y emperadores a
los cuales distrae con los discursos más largos y rocambolescos
de la historia…y con la chequera.