No
debería haber sabor de derrota en la oposición que participó en
las elecciones del 3 de diciembre.
Y si lo hay, no
hay razón para lo haya y dure más allá de las horas o días que
son propicios para que no se mire más allá de la pura y simple
frustración.
Básicamente
porque durante la campaña electoral que condujo al acto comicial
del 3, la oposición se reencontró con sus propias fuerzas, con
los millones de personas que a lo largo y ancho del país
escucharon la convocatoria de Manuel Rosales y dijeron de nuevo
que confían en el rescate de la democracia venezolana.
Millones que el
gobierno dice fueron casi 4, actas electorales que se
conocerán dentro de poco 4 y medio y según datos más
confiables, 5 y tanto.
O sea, casi como
los 6 que dice el CNE que tiene Chávez, pero que fueron a las
elecciones en condiciones altamente desventajosas como que
enfrentaron a un caudillo que tiene 8 años a la cabeza del
estado más poderoso de América latina y que no dudó en usar
todos lo recursos del estado para aplastar a la oposición, y no
la aplastó.
Y ahí está sin
duda el dato más importante de la campaña electoral, y es que
con apenas 3 meses y medio de campaña, con un candidato que
venía de provincia y sin la promoción de los líderes nacionales,
enfrentado a un presidente que pretendía ser reelecto después de
8 años en el poder, y cabeza del estado más poderoso del
continente, la oposición se mantuvo, tanto viva, como en
condiciones de emprender nuevas batallas.
Y aquí vale
preguntarse qué habría sucedido si la oposición en vez de pasar
3 años desmovilizada a raíz de los resultados del referendo
revocatorio del 3 de agosto del 2004, sin liderazgo, enferma de
abstencionismo y mirándose el ombligo, hubiera continuado la
participación política, la lucha callejera y disputándole al
gobierno los espacios que cómodamente pasó a ocupar.
Pues que
seguramente habría acumulado los apoyos para propinarle una
derrota definitiva al chavismo, por
una avalancha que nos permitiera respaldar el triunfo en los
centros de votación con una movilización popular que no dejara
pasar uno de solo de los comunicados dudosos de agencias
gubernamentales como el CNE.
Y esa es la
lección fundamental que debe aprender la oposición del acto
comicial del 3-D, y es que independientemente de los resultados,
no debe sustituirse por nada la participación popular, la lucha
política y la movilización callejera que debe ser el centro de
los nuevos empeños por rescatar la democracia.
Sobre todo ahora
que surge un nuevo liderazgo, figuras como Manuel Rosales, Julio
Montoya, Leopoldo López y William Ojeda que comprenden y
practican el axioma de que la lucha política se hace en la calle
y en este país quien no esté dispuesto a subir cerro debe
dedicarse a otra cosa.
Pero si dije que
los resultados del 3-D no tienen porque dejar un sabor de
derrota en la oposición, también creo que no tienen porque dejar
un sabor de triunfo en el gobierno, ya que las cifras del CNE
reportan un Chávez que no termina de encontrar un apoyo
contundente para llevar adelante su proyecto fundacional (los
famosos “10 millones por el buche”), y con 6 millones de votos
es apenas casi un tercio del total de electores que es de 17
millones.
O sea, que si con
los 4 millones de votantes de la oposición se redondea un total
de 10 millones de electores que participaron en el acto
comicial, entonces quedan 7 millones de venezolanos no
incorporados a la lucha política, pero a los que, no obstante,
hay que reconocerle sus derechos y preferencias.
Todo lo cual no
puede sino conducirnos a la conclusión de que contrario a lo
que se dice, Chávez no es la mayoría de los venezolanos
inscritos en el REP, sino la más importante de las minorías.
Y como primera
minoría, debe oír la segunda, a los abstencionistas y a los
chavistas democráticos que de
conjunto dijeron el domingo que creen en la democracia, en la
sucesión pacífica de los gobiernos y en la solución consensuadas
de los conflictos.
Democracia que es
fundamentalmente pluralidad, inclusión, debate y respeto por los
derechos de las minorías.
Si no, solo queda
la vía de la violencia, la ruptura y la guerra civil y ahí no
gana nadie.