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Castro:
¿la última
proclama?
por Manuel Malaver
miércoles,
2 agosto
2006
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Hay
dos indicios fuertes para sospechar que la proclama con que el
presidente de Cuba, Fidel Castro, anunció que sufría graves
quebrantos salud que lo obligaban a separarse provisionalmente
del cargo, pueda ser la última del caudillo que acarició la idea
de superar el récord de longevidad en el ejercicio del poder en
cualquier tiempo y lugar.
El primero es justamente ese, el de la proclama, el de haber
elegido para dirigirse a los cubanos en instantes tan
dramáticos, una alocución cercana al testamento que en la última
edición del DRAE se define como “Declaración solemne del
principio o inauguración de un reinado u otra cosa”.
Aunque también podría ser una declaración del fin, de la entrega
del gobernante que se siente ya cercano al término de su mandato
o vida, de una despedida que intenta alargar en el tiempo el
soplo o aliento que se le escapa, que le queda de vida.
En cuanto al segundo podríamos encontrarlo en el hecho de que
hasta ahora, en circunstancias de que el caudillo fue objeto de
fallas de salud o accidentes, como una pérdida de conocimiento
en un mitin en el 2003 y una caída que le fracturó una rodilla
en otro acto en el 2004, jamás se pensó en la delegación de sus
poderes, en que se hacía necesario apartarse, aunque fuera
temporalmente, del inmenso control que ejerce sobre el estado y
gobierno cubanos desde hace 47 años.
Y aquí caemos en cuenta que Castro, y su entorno más cercano,
pueden estar pensando en una separación larga o definitiva, en
la probabilidad “cierta” de que, aun cuando no suceda lo peor,
pase a jugar el papel de figura decorativa o jarrón chino en una
situación política que en cuanto se acostumbre a funcionar sin
él, lo tratará como un trasto inservible y desechable.
Y aquí tenemos que regresar a la proclama o testamento, que no
se reduce exclusivamente, y como corresponde, a pasar un parte
médico, sino a trazar detalles minuciosos de cómo debe
estructurarse el gobierno durante la sucesión, cuáles cargos y
tareas deben mantenerse, asignarse o reasignarse, y en que
prioridades y sentido deben emplearse los recursos.
Cuidados que son, tanto los del padre amante y solícito que vela
por sus hijos hasta el último momento, como los del político
desconfiado que piensa le van a jugar sucio, que una vez que ya
no esté en el Palacio de la Revolución, o este mundo, van a
independizarse y gobernar como si fuera niños grandes y con
prescindencia de sus promesas y recuerdos.
Por eso la proclama o testamento puede leerse también como una
amenaza, como la presencia del dedo acusador, o del ojo
omnisciente que toma nota de todo y se prepara, cual conde de
Montecristo, a regresar, pedir cuentas y repartir premios y
castigos según los méritos.
Y aquí es cuando lo que pudo ser una sucesión, transición, o
transmisión de mando pura y simple, normal y sujeta a leyes o
costumbres, se complica y puede pasar a ser la herramienta con
que los herederos se deciden a sacar de juego al causahabiente,
al legatario, al que, ni aun después que la biología le
recomienda desaparecer, se resigna a no estar, a no ser, e
insiste en que sus poderes trascienden las fronteras humanas.
Creo que si se estudiara más el misterio de la sucesión de
Stalin, la cuestión de cómo al final, ya enloquecido por la edad
y temeroso de que fuera de su entorno más íntimo de donde
saliera el puñal que lo extrañara de este mundo, arremetió
contra el entorno, pero para precipitar el ataque cerebral que
en pocos días, y de manera aun no aclarada, dio cuenta de su
vida, tendríamos algunos luces para establecer hacia donde se
dirige la actual situación cubana.
El caso de la sucesión de Mao también sigue entre nubes y sin
responder a la pregunta de por qué, inmediatamente después de su
muerte, fueron los líderes que más se le opusieron y que más
persiguió, encabezados por Deng Siao Ping, quienes vinieron a
darle la vuelta a la tuerca que convertiría a China en un país
capitalista.
Pero en todo caso, sucesiones que instrumentaron cambios en el
tiempo que evitaron estallidos populares que tambalearan el
statu quo.
De modo que más preguntas que respuestas en la proclama o
testamento que anunció la enfermedad y delegación de poderes de
Castro, más oscuridades que claridades en un hecho que
ciertamente puede significar que el sol de la verdad vuelva a
brillar en Cuba, o que siga hundido en las tinieblas.
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Artículo publicado en el vespertino
El Mundo, 2 agosto 2006 |
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