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El
desmadre
del
sistema
electoral
por Manuel Malaver
miércoles, 30
noviembre 2005
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Si
el retiro de los partidos Acción Democrática, Copei y Proyecto
Venezuela de la contienda electoral del próximo domingo revela
algo, es la bancarrota de un sistema electoral que nació
viciado, y lejos de corregir las ilegalidades que se le han
atribuido desde siempre, las ha profundizado, ampliado,
extendido y convertido en su marca de fábrica.
Y no hablamos exclusivamente de las máquinas captahuellas que
fueron retiradas a última hora luego de demostrarse en una
auditoría o simulacro que sí archivaban secuencia del voto
pudiendo establecer por quién se pronunció cada elector, sino
también de la constitución de un Consejo Nacional Electoral,
CNE, de mayoría oficialista, de expedientes como los cuadernos
electrónicos, las migraciones y la negativa de las autoridades
electorales a limpiar un REP de doble y triple cedulados,
electores que no tienen calificación para hacerlo, o que la
tienen y la pierden con base en los caprichos de quienes escogen
sus lugares de votación.
Son aberraciones, fraudes e ilegalidades que vienen siendo
denunciadas por la oposición desde que se constituyó el actual
CNE y se dio inicio a la implementación del sistema electoral
automatizado o electrónico, pero sin que jamás se viera la menor
disposición a discutir y poner coto a desviaciones que estaban
liquidando la confianza en el voto.
Todo lo contrario, según el oficialismo fue adentrándose en el
sistema electoral “más confiable y seguro del mundo”, fue
volviéndose sordo ante los reclamos de la oposición, se dio a
descalificarlos con señalamientos políticos y a pensar que era
tal la postración de los adversarios del régimen que estarían
dispuestos a aceptar lo que fuera con tal de mantenerse viva.
Para comprobarlo habría que referirse a cómo un organismo
electoral que estuvo integrado en todos los tiempos, tramos e
instancias por funcionarios de los diferentes partidos, o
gerentes, ejecutivos y funcionarios que sólo daban cuenta de su
competencia, pasaron a ser miembro de un solo partido, el
partido de gobierno y a exhibir como única credencial su lealtad
al presidente Chávez y a la revolución.
Por tanto, programados para ejercer el poder electoral de una
manera absoluta, exclusiva y total, desde una posición arrogante
de lo “toman o lo dejan” y sin ninguna predisposición a discutir
y aceptar los señalamientos que estaban acabando con la
institución del voto.
En otras palabras, que los sucesos de las últimas horas que
tienen a punto de naufragio las elecciones del domingo no son
únicos, nuevos, sorpresivos, ni tienen un solo sentido, sino que
forman parte de una totalidad secuencial que tiene al país
frente a una crisis de características impredecibles.
Coyuntura que no es para profundizar el desmadre, extremar los
disensos, sobreexcitar los ánimos, sino para pensar en el
rescate del sistema electoral venezolano, hacer un alto en la
vía exclusivista y excluyente que ha emprendido y buscar los
consensos para que se transfigure en confiable, seguro y
propiedad de todos.
Para ello, si es necesario suspender las elecciones del domingo
y celebrarlas en el primer trimestre del próximo año, no debe
dudarse en hacerlo, ya que lo que está en juego es nada más y
nada menos si Venezuela puede continuar siendo considerada como
un país democrático o pasa a formar parte del club de los pocos
países totalitarios que sobreviven.
Tarea que incumbe a los 25 millones de venezolanos, sean
revolucionarios o contrarrevolucionarios, capitalistas o
socialistas, burgueses o proletarios, blancos, rojos, amarillos,
verdes o negros.
Y frente a la cual hay que despojarse de prejuicios de parte y
parte, hay que renunciar a las perversiones y convencerse de que
si el sistema electoral, sea automatizado o manual, lógico o
analógico, no cuenta con el consenso de todos los venezolanos,
entonces no nos unirá sino dividirá, no nos encontrará sino
separará.
Y desde luego, no es lo deseable para Venezuela ni para la
democracia, ya que si no se logra establecer una democracia
consensuada y perfectible, entonces no queda más remedio que ver
cómo se pierde también el siglo XXI.
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Artículo publicado en el vespertino
El
Mundo, 30 noviembre 2005 |
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