La
frase del título no recuerdo si la oí o leí, pero lo cierto es
que grafica muy bien la paradoja de quien pasándose de vivo cree
que la democracia es un juego de un
solo contendor y no advierte que el público, con solo negarse a
ir al estadio, puede dejarlo en el más espantoso ridículo.
Lo cual representa una pérdida
enorme, incalculable, mucho más contundente que si se hubiese
perdido en buena lid, pues la fortaleza o debilidad de un
gobierno, de cualquier gobierno -e independiente que se etiquete
de democrático o antidemocrático- siempre se medirá por su
capacidad de convocar a los electores para que respalden o
rechacen sus políticas.
Sobre todo si se habla de un
gobierno que proclama a los cuatro vientos su olor a
popularidad, su condición de “democrático, participativo y
protagónico”, que debe y tiene en todas las circunstancias que
estar rodeado y entre mayorías para sentir que está cumpliendo
su misión y destino.
Una condición que también recibe
el agregado de “revolucionario”, para terminar de confirmar que
en la calle o en las urnas, en el campo o en la ciudad, en
Venezuela o en el extranjero, Hugo Chávez y los suyos deben
estar rodeados de multitudes que establezcan que por lo menos,
para ellas, cuanto dice es cierto y certificable.
De ahí que haya dos elementos de
la política chavista que nos guste o
no están perfectamente explicados.-1) El gasto colosal para
montar la maquinaria electoral de voto interferido más eficiente
que se conoce en el mundo; y 2) Los programas sociales que
inducen a los electores a concurrir a las urnas, ya sea para
elegir a los candidatos del gobierno, o a los de la oposición,
pero suministrando siempre la masa crítica que permite decir que
el gobierno ganó y que el sistema electoral es confiable.
Quiere decir que lo que sucedió
de especial en las elecciones del domingo antepasado con la
descomunal abstención del 80 por ciento, es que el pueblo no se
sintió convocado por el presidente ni su partido y así Chávez no
pudo llevar a cabo una jugarreta, ni otra.
O sea, se quedó solo, íngrimo y
solo, sin ese olor de pueblo que hasta ahora fue la sal de la
“democracia participativa y protagónica”, el condimento de la
revolución que “los” había redimido, el impulso del presidente
que estaba llevándole las mismas
bienaventuranzas a los pobres del mundo.
Una situación para la reflexión y
preguntarse si Chávez alguna vez cumplió ese papel, o si
prometió cumplirlo y no lo logró y el pueblo, harto de promesas,
decidió darle la espalda.
Pero es que en cuanto tal desaire
ocurre en un proceso electoral, entonces las preguntas se
extienden a inquirir sobre las naturaleza del sistema y proceso
electoral venezolanos, de las condiciones en que se realiza y si
la ausencia de votantes no está relacionada con la desconfianza
en una parafernalia construida solo para el conocimiento, solaz
y disfrute de unos pocos.
Y tratando de responder estas
preguntas es cuando el especialista, académico, analista
político y el observador nacional y extranjero se encuentra que
se trata de un sistema que no admite representación de la
oposición, con reglas dictadas por el poder ejecutivo, inserta
en un sistema judicial y legislativo de la misma naturaleza y
vocación, que siempre actúa para provecho del poder constituido,
para quienes dicen que gobernaran en el corto plazo hasta el
2030, y en el largo, hasta por 300 años.
Pero es que, además, viene
haciendo todo lo necesario para que quienes compiten por los
cargo públicos se retiren, y sean ellos solos, los mandamases,
los autoritarios, los que juegan en solitario, los que
convocan las elecciones, dicen cómo se tienen que hacer, se
lleva a cabo el conteo de los votos y quiénes ganaron y quiénes
perdieran.
Situación ideal que forma parte
del modus
operandi de cualquier dictadura que se precie de tal y
sin el cual no es posible que cuenta su vida útil en meses, años
o decenas de años.
Y para cuya simulación es
imprescindible la presencia de más y más electores para que
pueda decirse que el gobierno arrasó y la oposición tiene que
calárselas porque participo, legalizó y legitimó.
Y aquí es donde pienso que el
domingo antepasado le produjo a Chávez un estropicio difícil de
reparar, ya que hasta ahora explicó cómo le había ganado
elecciones a la oposición, pero tendrá que explicar cómo y por
qué la abstención le ganó a él.
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Artículo publicado en el vespertino
El
Mundo, 14 diciembre 2005 |
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