Como
aún no termina de evaluarse la devastación del terremoto o
tsunami del pasado domingo, nada más indicado entonces que
proceder a realizar una suerte de inventario o arqueo de las
señales que dejó al descubierto una barrida que no se esperan
la oposición y mucho menos el gobierno.
Una primera
es la desconexión con la realidad que privaba tanto en un factor
como en otro, ya que si bien la oposición llegó a convencerse
una semana antes del domingo que la tromba abstencionista
tocaría máximos que oscilarían entre el 55 y 65 por ciento,
jamás supuso que, según las cifras oficiales de CNE, se colocara
un punto por debajo del marcador histórico que era de 76 por
ciento en las elecciones municipales del 2002.
En cuanto al
gobierno, también se mostró confiado, convencido de que la
enorme masa de recursos que en los últimos 3 años ha drenado
hacia los sectores de menores recursos, vía las misiones,
generaría por si sola tal avalancha de adhesiones que se daba
por descontado que tanto la legalidad, como la legitimidad de la
nueva asamblea nacional estarían garantizadas.
No sucedió
una cosa ni la otra, el máximo de abstención, que algunas
organizaciones independientes fijan entre el 80 y el 85 por
ciento, se constituyó en una alerta roja que debería impactar a
todo el sistema político y en una prueba del divorcio entre las
mayorías nacionales y el gobierno de Hugo Chávez.
Sobre todo en
lo referente al lazo sagrado, férreo e irresoluble entre el
chavismo y los pobres, principio
esplendente de toda revolución, que precede a la revolución
misma, pues es parte intrínseca de su dogmática escatológica que
si no nace, se desarrolla y toma el poder como repuesta a un
mandato popular, no puede tomarse por tal.
De ahí que
Chávez se apresurara –como alumno que se empeña en pasar una
asignatura- no más los precios del petróleo se fueron por las
nubes, en llevar a cabo un gasto gigantesco en políticas
sociales, en una escala sin precedentes, y que, según sus
ideas anacrónicas sobre justicia e igualdad, cubría un espectro
que afectaba el total de la vida de las clases más pobres y
excluidas.
Un universo
que según estadísticas independientes se sitúa entre el 40 y el
50 de la población, pero el oficialismo, con la visión
catastrofista típica de las revoluciones, entre el 70 y el 80
ciento.
En todo caso,
un universo más que suficiente para colmar las urgencias
electorales del gobierno, que podría en cualquier circunstancia,
aun en el caso de que tuviera un sistema electoral transparente
y confiable, demostrar que cuenta con apoyo
contante, sonante y abrumador entre
las clases menos favorecidas.
¿Qué sucedió
entonces en las elecciones del domingo para que los más pobres,
las clases populares, los sectores que ahora llaman de la
C,
D, E,
le dieran la espalda de una manera tan irreverente, no se
sintieran convocados por el presidente ni su partido y
contribuyeran a crear esta sensación de que si bien las
políticas sociales están ahí, no lo hacen al extremo de que los
incite a jugárselas por la revolución y su líder?
Las
respuestas comienzan a surgir y una primera y muy calificada es
la del político y director del vespertino, Tal Cual, Teodoro
Petkoff, quien sostiene en un
editorial del lunes:
“El país
expresó pacíficamente un claro rechazo a las últimas ‘novedades’
puestas en órbita por Hugo Chávez. Ya habíamos percibido en las
barriadas populares cierta inquietud con aquello de “Toda la
tierra es del estado” y ante la militarización de las medidas
con relación a la tierra. También se expresaba no poca
perplejidad ante el llamado ‘Socialismo del siglo XXI’, que no
se sabe bien en que se diferencia del comunismo cubano”.
Pero
igualmente se refirió Petkoff al
fracaso colosal de las políticas sociales, al país que con los
más altos ingresos petroleros de la historia se hunde en más
pobreza, más desigualdad, más corrupción, más engaño y más
desesperanza.
Y aquí creo
que reside la otra clave de la desconexión y divorcio entre el
pueblo y la llamada revolución, señal que debería provocar un
cambio radical en su forma y contenido, pero que de acuerdo a la
información disponible de cómo aparece y desaparece la izquierda
religiosa en el ejercicio del poder, no hará sino aumentar el
mesianismo, el voluntarismo y el
gestualismo de los revolucionarios, con el resultado ya
cantado de que más temprano que tarde tendrán que esfumarse sin
dejar rastro.
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Artículo publicado en el vespertino
El
Mundo, 7 diciembre 2005 |
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