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Después del domingo 
por Manuel Malaver
miércoles, 7 diciembre 2005

 

Como aún no termina de evaluarse  la devastación del terremoto o tsunami del   pasado domingo, nada más indicado entonces que proceder a realizar una suerte de inventario o arqueo de las señales que dejó al descubierto   una barrida que no se esperan la oposición y mucho menos el gobierno.

Una primera es la desconexión con la realidad que privaba tanto en un factor como en otro, ya que si bien la oposición llegó a convencerse una semana antes del domingo que la tromba abstencionista tocaría máximos que oscilarían entre el 55 y 65 por ciento, jamás supuso que, según las cifras oficiales de CNE, se colocara un punto por debajo del marcador histórico que era de 76 por ciento en las elecciones municipales del 2002.

En cuanto al gobierno, también se mostró confiado, convencido de que la enorme masa de recursos que en los últimos 3 años ha drenado hacia los sectores de menores recursos, vía las misiones, generaría por si sola tal avalancha de adhesiones que se daba por descontado que tanto la legalidad, como la legitimidad de la nueva asamblea nacional estarían garantizadas.

No sucedió  una cosa ni la otra, el máximo de abstención, que algunas organizaciones independientes fijan entre el 80 y el 85 por ciento, se constituyó en una alerta roja que debería impactar a todo el sistema político y en una prueba del divorcio entre  las mayorías nacionales y el gobierno de Hugo Chávez.

Sobre todo en lo referente al lazo sagrado, férreo e irresoluble entre el chavismo y los pobres, principio esplendente de toda revolución, que precede a la revolución misma, pues es parte intrínseca de su dogmática escatológica que si no nace, se desarrolla y toma el poder como repuesta a un mandato popular, no puede tomarse por tal.

De ahí que Chávez se apresurara –como alumno que se empeña en pasar una asignatura- no más los precios del petróleo se fueron por las nubes, en llevar a cabo un gasto gigantesco  en políticas sociales,  en una escala sin precedentes, y que, según sus  ideas anacrónicas sobre justicia e igualdad, cubría un espectro que afectaba el total de la vida de las clases más pobres y excluidas.

Un universo que según estadísticas independientes se sitúa entre el 40 y el 50 de la población, pero el oficialismo, con la visión catastrofista típica de las revoluciones, entre el 70 y el 80 ciento.

En todo caso, un universo más que suficiente para colmar las urgencias electorales del gobierno, que podría en cualquier circunstancia, aun en el caso de que tuviera un sistema electoral transparente y confiable, demostrar que cuenta con  apoyo contante, sonante y abrumador entre las clases menos favorecidas.

¿Qué sucedió entonces en las elecciones del domingo para que los más pobres, las clases populares, los sectores que ahora  llaman de la C, D, E, le dieran la espalda de una manera tan irreverente, no se sintieran convocados por el presidente ni su partido y contribuyeran a crear esta sensación de que si bien las políticas sociales están ahí,  no lo hacen al extremo de que los incite a jugárselas por la revolución y su líder?

Las respuestas comienzan a surgir y una primera y muy calificada es la del político y director del vespertino, Tal Cual, Teodoro Petkoff, quien sostiene en un editorial del lunes:

“El país expresó pacíficamente un claro rechazo a las últimas ‘novedades’ puestas en órbita por Hugo Chávez. Ya habíamos percibido en las barriadas populares cierta inquietud con aquello de “Toda la tierra es del estado” y ante la militarización de las medidas con relación a la tierra. También se expresaba no poca perplejidad ante el llamado ‘Socialismo del siglo XXI’, que no se sabe bien en que se diferencia del comunismo cubano”.

Pero igualmente se refirió Petkoff al fracaso colosal de las políticas sociales, al país que con los más altos ingresos petroleros de la historia se hunde en más pobreza, más desigualdad, más corrupción, más engaño y más desesperanza.

Y aquí creo que reside la otra clave de la desconexión y divorcio entre el pueblo y la llamada revolución, señal que debería provocar un cambio radical en su forma y contenido, pero que de acuerdo a la información disponible de cómo aparece y desaparece la izquierda religiosa en el ejercicio del poder, no hará sino aumentar el mesianismo, el voluntarismo y el gestualismo de los revolucionarios, con el resultado ya cantado de que más temprano que tarde tendrán que esfumarse sin dejar rastro.

*   Artículo publicado en el vespertino El Mundo, 7 diciembre 2005
 
 
 
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