No
fue un “paro” sino un “parao” el que le propinó a mediados de
la semana pasada la alianza opositora al trío Chávez,
Rangel y Rodríguez, cuando alegre y
confiado se dirigía a prender los fogones del cuarto fraude
electoral que cocinaba en menos de 2 años.
Condumio que degustarían y
engullirían hasta el hartazgo los asambleístas “electos” del
chavismo que pasarían a comportarse
como sargentos de una fuerza de ocupación, los también
favorecidos de la oposición que entrarían a trabajar como en una
zona de tolerancia y los viajeros, gozones
y vividores del turismo ideológico internacional que seguirán
disfrutando de un destino con playas, selvas, llanos y montañas
plagadas de derrumbes y mosquitos, pero con petrodólares.
Un auténtico record mundial en
materia comicial que ni siquiera intentaron otros dos líderes
autoritarios con currículos electorales como
Hitler y
Musolini, pero en absoluto porque hubiera norma
política, ética o legal que se los impidiera, sino simplemente
porque, ignorantes de las bondades de la democracia simulada, no
más oían la palabra “elecciones” echaban la mano a su revólver.
Chávez, por el contrario, es un
adicto, un entusiasta, un fanático, un apasionado de las
elecciones, procesos que digiere con la fruición de un
comunicador que perdió una veintena de años sin micrófonos ni
cámaras, y percibe como los campos de batalla que le negó una
paz nacional excesivamente prolongada y como cátedra para
disparatar sobre todo cuanto le pasa por la cabeza, intimidar a
amigos y enemigos, despotricar de
sacralidades, glorias y sapiensas,
burlarse de los tontos que por debilidades de equis signos caen
en sus trampajaulas y amenazar a
partidos y países, continentes e imperios con la espada que
según él le han confiado los cielos para destruir y reconstruir
el mundo.
Pero que igualmente ve, no se sabe
si por inteligencia o viveza, como el instrumento ideal para
legitimarse y dignificarse, para que se le tome en cuenta y en
serio, para ser recibido por presidentes, príncipes y reyes, ser
oído en calles, avenidas, palacios, universidades y foros y,
sobre todo, para permitirse hacer lo que le da la gana en
Venezuela y el mundo, porque y que es un presidente
“democrático, constitucional y legítimo”.
De ahí que las elecciones del
domingo fueran un hito importantísimo, un elemento marcador,
cuando después de lograda toda la legitimidad acumulable
posible, de una dosis de democracia como jamás devoró otro
caudillo en otro momento de la historia, el líder máximo de la
revolución venezolana y latinoamericana se construía un pedestal
aprueba de denuncias contra violaciones de los derechos humanos,
demandas en los tribunales de Roma y La Haya y de amenazas de
aplicarle la Carta Democrática de la OEA.
Los augurios, por tanto, no podían
ser más prometedores, y al rescoldo de los continuos reportes,
entusiastas e hiperoptimistas, del
vicepresidente José Vicente Rangel y
del presidente del CNE, Jorge Rodríguez, se lanzó a borronear
las ideas de la celebración nacional e internacional que
seguiría al anuncio urbi et orbi de que otra vez había arrasado
en otras elecciones y que la discapacitada oposición venezolana
sencillamente recogía los bártulos para desaparecer de este
mundo.
Serían unos fastos tan o más
grandes que aquellos con que celebró el
sha de Irán a comienzos de los 70 los 1000 años del
imperio persa en las ruinas de Persépolis,
o los de la iglesia católica en Roma por los 3000 años del
nacimiento del cristianismo, o los de los franceses por los 200
años de la Gran Revolución, o los de toda la humanidad la
medianoche del 2001 para ingresar al tercer milenio.
Ya, por ejemplo, se le habían dado
órdenes a la chef oficial de Miraflores,
Irina de Rodríguez (esposa por
cierto del psiquiatra y presidente del CNE, Jorge Rodríguez y
alumna de la dotada Helena Ibarra en su escuela “Cocido a Mano”)
para que aderezara un banquete de exquisiteces llaneras (chigüires,
lapas, terecayes, cachicamos,
báquiros y venados), pero poniendo
énfasis en la dulcería que tanto deleita al presidente, y las
dispusiera en un salón de palacio desde el cual el alto gobierno
recibiría las noticias de los cómputos y, según las cifras del
oficialismo se elevaban a alturas siderales, el jefe y su estado
mayor le entraban a platos y golosinas que se han hecho
emblemáticas desde que Chávez dijo que había celebrado la
desgracia de unos enemigos políticos saboreando un dulce de
lechoza.
Y a Gaby
Chacón, Patricia Velásquez y Rudy
Rodríguez para que hicieran de Caracas una sola pasarela, un
desfile sin límites de gastos, donde los grandes de la moda y
las top models
vinieran a decirle al mundo que la revolución bolivariana
también cree en la riqueza, el buen gusto y el lujo.
Pero igualmente los plumarios del
régimen (los poetas cesáreos, los novelistas quince y último,
los cineastas financiados y refinanciadas, los ensayistas
tarifados y los comunicadores de nómina que indigestan los 400
medios impresos y audiovisuales sufragados por el oficialismo,
recibieron órdenes de enristrar sus espadas, cargar sus cañones
y afilar los cuchillos para que desde la misma noche del domingo
anunciaran al planeta que se había dado inicio a la construcción
del socialismo del siglo XXI.
Y que este fuera el único y
recurrente tema de estas fiestas
decembrinas, en medio de jolgorios sin fin, banquetes
donde maridaran como nunca la gastronomía criolla y la
extranjera, y músicas de las cinco razas y los cinco
continentes, con ferias y festivales, y un congreso de fin de
año de la izquierda religiosa universal y
medioeval, en la raya entre el 2005 y 2006, que marcara
el instante del entierro del odiado, explotador,
hambreador e inhumano capitalismo y
el nacimiento de la era que, presidida por Hugo Chávez y Fidel
Castro, derramaría sobre la humanidad y por los siglos de los
siglos las mieles de la felicidad, la paz, el bienestar, la
justicia y la igualdad.
Por eso también diciembre y los
primeros meses del 2006, serían los meses de más y más
discursos, peroratas, chats,
cadenas, exposiciones, conferencias, tele conferencias,
entrevistas vía satélite y cuanta alevosía inventó Dios y
Bill Gates
para que un jefe de estado con el poder total aturda,
desconcierte y confunda a sus súbditos, los fuerce con la
tecnología del ruido a adorarlo, y si se hacen los sordos, con
la de los cuerpos policiales, fiscales, jueces y diputados que
tendrán ahora como nunca recursos para conseguirle adhesiones y
lealtad a la palabra revelada.
Pero he aquí que una medianoche o
madrugada de la semana pasada -y mientras se oía el ajetreo, el
nerviosismo y el tráfago de la preparación de la hora, día y
meses históricos- comienzan a llegar noticias extrañas, reportes
incomprensibles y rumores desusados, cosas como que la otra
parte -la que es imprescindible para decir que se ha ganado la
madre de todas las batallas, que otra vez los enemigos mordieron
el polvo de la derrota y que un gran mariscal y un jefe sin
tacha había nacido para dirigir la revolución mundial-estaba
reacia a participar en la nueva farsa y diciendo que si no se le
retiraban las captahuellas no
participarían en las elecciones.
Y he aquí el comienzo del calvario
de Rangel y Rodríguez, la tragedia o
tragicomedia en la cual dos triunfadores del día anterior que ya
habían elegido los paraísos tropicales y fiscales donde se
retiraran a descansar en diciembre y enero después de ungir y
coronar al único, empiezan a ser presionados, maltratados,
insultados, y ninguneados, para que presentaran resultados y
volvieran el plan a las promesas originales.
Y con los insultos, el intento de
estos dos altos funcionarios ya devenidos en defenestrados, de
negociar, convenir, ceder y hacer el milagro de que una
oposición que había descubierto que el nuevo fraude la borraría
de raíz del socialismo del siglo XXI, tratara de volver al
redil y no intentara crearle una nueva realidad y un nuevo
tiempo a las luchas de los venezolanos por el rescate de la
democracia y la libertad.
Y es desde esta perspectiva –que
no son conchas de ajo- como puede establecerse que las
elecciones de hoy domingo son un triunfo para la oposición y una
derrota para la autocracia, ya que todo era preferible a
continuar prestándose para que un caudillo decimonónico y
colgado de un proyecto inviable y anacrónico continuara
vociferando que había ganado en elecciones limpias y ahí estaba
la oposición (con unos pocos diputados) y los observadores
internacionales (expertos en turismo electoral) para que lo
certificaran.
Un triunfo que se constituiría en
un gran aliento, un enorme auspicio para los Chávez que están
esperando turno al bate en América latina (los Morales de
Bolivia, Humala en Perú y Ortega en
Nicaragua), que tendrían no solo petrodólares a granel, sino
también el ejemplo de este jefe insigne que, tanto lleva a los
suyos a la victoria, como a los enemigos a la derrota y que, al
igual que la liebre que se paraliza ante el ataque despiadado y
aterrador de la boa, son presa fácil.
Ahora, por el contrario, y después
de la derrota de Mar de Plata, se le descompone a Chávez el
clima, el escenario, y el ajedrez nacional, todo cuanto le había
sido fácil en el plano electoral y legislativo desde que se fue
adueñando del país a comienzos de 1999.
O lo que es lo mismo, que tiene
que manejarse ante un escenario frente al cual solo dispone de
tres variables: o accede a llamar a la oposición para
transformar de raíz al sistema electoral y al CNE para hacerlos
confiables y aceptables por las partes; o insiste en continuar
como hasta ahora, pero con la creación de partidos de oposición
mamparas, que se camuflen de antichavistas
y digan que son la nueva oposición (estafa que no creería nadie)
o le da el palo a la lámpara, estrangula los últimos espacios
democráticos y pasa a comportarse como el dictador
tercermundista, cuartelario y
sangriento que según la evidencia disponible es la vocación que
rige sus pulsiones últimas.
O sea, salidas todas que hablan de
la inviabilidad del chavismo y de
que en el mundo que vivimos, y por lo menos durante por los
próximos 100 años, siempre tendrá una existencia precaria, sin
asidero en la realidad ni en la historia, tolerado hasta tanto
no sea una amenaza real y tenga petrodólares para comprar
lealtades y atención a sus delirios y fantasías.
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