Fenómeno
político extraño el que habita dentro de la Unión Europea, el
cual pareciera que le impide crecer y fortalecerse políticamente
hablando, especialmente en materia de política exterior.
Infantilización o desinterés por jugar el rol que a la UE le
corresponde en la escena internacional.
La prueba mas reciente de dicha anomalía lo
constituye la decisión tomada el pasado lunes 31 de enero a
través de la cual la UE decidió suspender “temporalmente” las
sanciones diplomáticas vigentes contra Cuba desde junio de 2003.
Igual indolencia mostró la UE en agosto del
2004 cuando se negó a enviar observadores al referendo
revocatorio venezolano, un gesto mezquino, a tener presente para
el día en que se reinstaure la democracia en Venezuela.
De igual modo la UE se mostró roñosa con
las elecciones iraquíes, un escrutinio vital tanto para Irak
como para la paz de la región, al cual la UE decidió no asistir.
Incomprensible actitud de irrespeto e
indolencia por las democracias en vías de instauración o en vías
de extinción a lo largo y ancho del mundo; sin hablar del
indecente homenaje que le rinden a la dictadura de Fidel Castro,
bailando al son del sátrapa caribeño, tal y como señala Vaclav
Havel en su brillante artículo titulado “Vuelta al
apaciguamiento” (El País, 30.01.05)
Se trata pues de contrasentidos en ciertos
ejes de la política exterior de la Unión, absolutamente
incomprensibles de parte de una entidad la cual le exige a sus
asociados como requisito previo e inexcusable, absoluto respeto
a los derechos humanos, a la libertad, a la democracia y al
estado de derecho.
Ya va siendo hora de que la UE avance de
manera honesta hacia una política exterior común – la futura
Constitución lo prevé –, de modo que los valores que le
sirven de pilares puedan ser la brújula que guíen la esperada y
necesaria acción europea en la escena mundial.

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