En Miraflores es la cosa - Capítulo III

 


El último crimen de un dictador
  

Por Roberto Giusti

...nueve muertos y 88 heridos luego de una sangrienta y horrible tarde en la que se impidió, a sangre y fuego, lo que en cualquier otro país del mundo resulta absolutamente normal, cual es el paso de una manifestación por el frente de la casa de gobierno.

 

Si alguien alguna vez tuvo dudas sobre el carácter fascista y asesino de este régimen que agoniza, ayer debe haberlas despejado y si ese mismo alguien llegó a pensar que la vena heroica del pueblo venezolano había dejado de palpitar hace mucho tiempo, tendría que haber estado en la Plaza O Leary del Silencio.

Después de años y años de jurar solemnemente que como presidente nunca ordenaría disparar contra el pueblo, ayer Hugo Chávez se manchó, una vez más, las manos de sangre. Al final se quitó la careta democrática y quedó al descubierto su verdadera naturaleza de matón sin escúpulos que ordena disparar, a su guardia de corps, contra una multitud pacífica y desarmada. Implacable, dispuesto a conservar el poder sobre una montaña de cadáveres, si fuera necesario, mientras discurseaba sandeces extemporáneas por radio y televisión, las calles aledañas a Miraflores se convertían en un campo de batalla que no era tal porque de un lado estaban la casa Militar, la Guardia Nacional, los círculos chavistas y los francotiradores del alcalde Bernal, y del otro decenas de miles de manifestantes que protestaban según las normas civilizadas existentes en cualquier sociedad democrática.

El resultado fueron nueve muertos y 88 heridos luego de una sangrienta y horrible tarde en la que se impidió, a sangre y fuego, lo que en cualquier otro país del mundo resulta absolutamente normal, cual es el paso de una manifestación por el frente de la casa de gobierno.

Lo evitaron gracias a los francotiradores entranados en Cuba, a quienes Bernal apostó en el edificio de la alcaldía, y en la azotea de las dependencias que ese organismo tiene a lo largo de la avenida Baralt, para jugar tiro al blanco con seres humanos, como si de una cacería se tratara. Lo evitaron también gracias a los hombres de la Guardia Nacional que dispararon bombas molotov y a los efectivos de la Casa Militar, quienes apuntaron sus FAL contra venezolanos inermes, armados de una bandera y una pancarta.

II

Lo admirable de este bochornoso y cobarde episodio, quizás el último ocurrido por la voluntad de Chávez, fue la heroica actitud de una muchedumbre que gritando 'No tenemos miedo' y desafiando un despiadado e intenso fuego, avanzó hacia el palacio desde la Plaza O'leary, hasta que empezaron a caer los muertos, los heridos y los ahogados por los gases lacrimógenos. Ahí retrocedían, se reagrupaban y movidos por líderes espontáneos, jóvenes de todas las clases y condiciones, muchachas y muchachos, volvian a las andadas, con un pañuelo en el rostro y el pecho al descubierto.

Arriba estaban las hordas chavistas, armadas, ebrias de sangre, protegidas por un cordón de la Guardia Nacional y otro de la Casa Militar. Luego venía un trecho de cien metros, la tierra de nadie, un cordón de la Policía Metropolitana, cuyos efectivos se limitaron a impedir el paso, a trasladar heridos y repeler los asesinos a sueldo de Chávez y Bernal. Al final, en los espacios de la plaza, en las esceleras del Calvario, en los accesos laterales, la gente.

No faltaron los líderes de la oposición, muchos en realidad para nombrarlos a todos, tratando de canalizar la protesta de una muchedumbre que lejos de amilanarse, al observar los primeros caídos, comenzó a corear: '¡Chávez asesino, Chávez asesino, Chávez tiene miedo!'. Pasadas las tres de la tarde el fuego arreció y el combate se conentró entre las esquinas de Marcos Parra y Solís. Allí fue donde un grupo heroico de veinteañeros, con la camisa a modo de gorro y sin ningún tipo de armas, avanzaban en medio de la balacera y las nubes de humo tóxico hacia los destacamentos de la Guardia, con agilidad felina recogían las bombas que les lanzaban y las devolvían con feroz puntería. Eran los muchachos de Banderas Roja, cuyo arrojo enardecía a muchos otros más y entonces los grupos avanzaban desafiando el humo y los disparos de los francotiradores de los círculos chavistas hasta que alguno caía y vuelta atrás. Cargaban el cuerpo ensangrentado, gritaban pidiendo un médico, clamaban que por favor no corrieran en medio de toses y lágrimas, dejaban el herido en la ambulancia y volvían a la pelea.

Hasta las cinco y media de la tarde, cuando una arremetida salvaje y sostenida los hizo correr en desbandada hacia la avenida Baralt, dispersados, aunque no vencidos, para retirarse por la avenida Lecuna gritando la arrechera en contra de un Presidente que ha cerrado su paso por el poder con una masacre. Ya se sabía, Chávez no se iba sin saciar su odio visceral y su resentimiento contra quienes, unos muertos y otros vivos, han logrado lo que ya resulta e inminente: su salida del poder y el rescate de la democracia.
 

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Artículo publicado en el diario El Universal, viernes 12 abril 2002


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Efectivos del Comando Regional número 5 de la Guardia Nacional enfrentaron a los partidarios de la oposición, pero no a los del Gobierno.


Los enfrentamientos más intensos se efectuaron en "Puente Llaguno"


La PM enfrentó a los tiradores que estaban colocados en Puente LLaguno y la zona norte de la avenida Baralt


6:30 pm Pedro Aristimuño, secretario de Salud de la Alcaldía Metropolitana, contabilizó más de 40 heridos y 12 muertos y pidió refuerzos médicos para atender el colapso de heridos en el Hospital Vargas.

 

 

 

 

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