El
episodio de las captahuellas (más allá de que el CNE las
retire y los partidos de un sector de la oposición lo acepten)
deja al desnudo la naturaleza fraudulenta del ente comicial y
ocasiona un daño irreparable a la institución del sufragio.
Los alcances de este hecho, sin manifestaciones
multitudinarias ni maquinaciones conspirativas, suponen la
mayor crisis política que ha vivido el proyecto autocrático y
cuyo desenlace resulta impredecible.
De ahora en adelante (por encima de la relación numérica entre
oficialismo y participacionismo que se registre el 4 de
diciembre), no cabe la menor duda de que el mandato de Chávez
acelera su deslegitimación.
Cuando el CNE retira los dispositivos tramposos que hasta hace
apenas unas horas defendió su presidente Jorge Rodríguez,
admite que ha mentido y engañado de manera contumaz a los
electores.
Se comprueba que el revocatorio presidencial de 2004 fue
decidido por el camino tortuoso de la trácala y que las
consultas siguientes se han desarrollado al amparo del más
descarado ventajismo.
Pensar que la eliminación de un trámite que se sabía
absolutamente inútil pero que vulnera el derecho al voto
exonera de responsabilidad a quienes lo concibieron, aplicaron
y se beneficiaron de él, es un risible contrasentido.
Equivale a someter a un curioso juicio el arma usada en un
homicidio al tiempo que se declara la inocencia del supuesto
asesino.
El CNE ya estaba condenado por la opinión pública como el
brazo ejecutor de la estrategia continuista del chavismo.
Los altos índices de ausentismo que se pronostican para el fin
de semana se alimentan de la desconfianza que genera un
árbitro bajo justificada sospecha, pero que ahora ha sido
sorprendido in fraganti en una operación propia de los choros
reincidentes.
Los partidos que tranquilizan su conciencia con la concesión
que les hace el CNE suponen erróneamente que con ello se
restablece la credibilidad en un electorado que ahora tiene
muchas más razones para recelar de una instancia electoral
estructuralmente viciada.
¿Dónde quedan las “morochas”?
¿Por qué no se aprueba la cuenta manual de los votos? ¿Por qué
no se permite la revisión del Registro Electoral?
Si Chávez fuese un demócrata, tuvo la oportunidad de refrescar
el clima electoral de cara a futuros eventos que involucran su
propio destino, propiciando la postergación de unas elecciones
que serán, como lo ha dicho María Corina Machado, “una página
triste en la historia venezolana”, y estimular de esta manera
la participación popular. Y si la conducción de algunos
partidos en contienda tuviera sentido de la necesidad de
fortalecer la democracia, hubiera retirado sin pensarlo sus
candidatos para obligar a una tregua indispensable para la
reconstrucción de un soporte esencial del Estado de Derecho.
¿Por qué alarmarse si ahora una mayoría mucho más aplastante
de venezolanos expresa con su silencio su rechazo a ambos
actores?
¿No están, acaso, los dos sectores jugando deliberada o
ingenuamente a la liquidación de la cultura democrática del
país?.
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Artículo publicado en el diario El Nacional, 29
noviembre 2005 |
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