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El fraude in fraganti 
por Manuel Felipe Sierra - El Nacional
martes, 29 noviembre 2005

 
El episodio de las captahuellas (más allá de que el CNE las retire y los partidos de un sector de la oposición lo acepten) deja al desnudo la naturaleza fraudulenta del ente comicial y ocasiona un daño irreparable a la institución del sufragio.

Los alcances de este hecho, sin manifestaciones multitudinarias ni maquinaciones conspirativas, suponen la mayor crisis política que ha vivido el proyecto autocrático y cuyo desenlace resulta impredecible.

De ahora en adelante (por encima de la relación numérica entre oficialismo y participacionismo que se registre el 4 de diciembre), no cabe la menor duda de que el mandato de Chávez acelera su deslegitimación.

Cuando el CNE retira los dispositivos tramposos que hasta hace apenas unas horas defendió su presidente Jorge Rodríguez, admite que ha mentido y engañado de manera contumaz a los electores.

Se comprueba que el revocatorio presidencial de 2004 fue decidido por el camino tortuoso de la trácala y que las consultas siguientes se han desarrollado al amparo del más descarado ventajismo.

Pensar que la eliminación de un trámite que se sabía absolutamente inútil pero que vulnera el derecho al voto exonera de responsabilidad a quienes lo concibieron, aplicaron y se beneficiaron de él, es un risible contrasentido.

Equivale a someter a un curioso juicio el arma usada en un homicidio al tiempo que se declara la inocencia del supuesto asesino.

El CNE ya estaba condenado por la opinión pública como el brazo ejecutor de la estrategia continuista del chavismo.

Los altos índices de ausentismo que se pronostican para el fin de semana se alimentan de la desconfianza que genera un árbitro bajo justificada sospecha, pero que ahora ha sido sorprendido in fraganti en una operación propia de los choros reincidentes.

Los partidos que tranquilizan su conciencia con la concesión que les hace el CNE suponen erróneamente que con ello se restablece la credibilidad en un electorado que ahora tiene muchas más razones para recelar de una instancia electoral estructuralmente viciada.

¿Dónde quedan las “morochas”?

¿Por qué no se aprueba la cuenta manual de los votos? ¿Por qué no se permite la revisión del Registro Electoral?

Si Chávez fuese un demócrata, tuvo la oportunidad de refrescar el clima electoral de cara a futuros eventos que involucran su propio destino, propiciando la postergación de unas elecciones que serán, como lo ha dicho María Corina Machado, “una página triste en la historia venezolana”, y estimular de esta manera la participación popular. Y si la conducción de algunos partidos en contienda tuviera sentido de la necesidad de fortalecer la democracia, hubiera retirado sin pensarlo sus candidatos para obligar a una tregua indispensable para la reconstrucción de un soporte esencial del Estado de Derecho.

¿Por qué alarmarse si ahora una mayoría mucho más aplastante de venezolanos expresa con su silencio su rechazo a ambos actores?
¿No están, acaso, los dos sectores jugando deliberada o ingenuamente a la liquidación de la cultura democrática del país?.

 
*   Artículo publicado en el diario El Nacional, 29 noviembre 2005

 

 
 
 
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