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El medio oriente en la pantalla grande
 Roberto Palmitesta
 


 
         
        

La gran sorpresa del último Festival de San Sebastián fue que el premio mayor del evento –conocida como la Concha de Oro- se concediera a una película de co-producción irano-iraquí, Las tortugas pueden volar (Turtles can fly) filmada en los campos de refugiados de Iraq cerca de la frontera con Turquía, en un país a punto de ser invadido por las tropas norteamericanas en el 2003. Que un director se empeñara en filmar una cinta semidocumental en semejante contexto geográfico y social fue una verdadera proeza, y así lo reconoció unánimemente el jurado del Festival, presidido por el escritor Mario Vargas Llosa, que valoró tanto el coraje del productor-director Bahman Ghobadi como su habilidad para dirigir actores no profesionales, todo para relatar el drama de los niños kurdos y sus temores ante el inminente conflicto bélico.

El hecho de que este filme, hecho con un presupuesto bastante modesto en condiciones tan difíciles, llegara al primer lugar en un festival internacional, compitiendo con un centenar de producciones de países más avanzados, constituyó todo un triunfo para Ghobadi, cineasta iraní de origen kurdo, quien en las tres películas que lleva en su haber –todas premiadas en festivales- ha tratado de mostrar la angustia del sufrido pueblo kurdo, víctima desde hace décadas de la exclusión y el acoso tanto del gobierno iraquí como el de países vecinos que no reconocen al Kurdistán como una nación autónoma.

 Un cine con mercado limitado

 El cine de los países musulmanes ha sido generalmente poco visto y casi discriminado en los circuitos internacionales, por razones culturales y comerciales, por lo que se ha limitado mayormente a mercados locales o regionales. Desde los años 30, Egipto fue la potencia cinematográfica regional, conocida como la “Hollywood del mediano oriente”, con una producción estimada en un centenar de cintas anuales, que invadían las pantallas del mundo árabe gracias al idioma y la popularidad de sus actores. Sin embargo la temática se concentró en melodramas sentimentales, adornados con una plétora de números musicales (al estilo de las películas mejicanas o argentinas de los 40 y 50), con cantantes y bailarinas que eran verdaderas vedettes en el mundo árabe. Con la nacionalización de la industria durante los gobiernos de Nasser y sus sucesores, el cine egipcio se concentró en temas más sociales y nacionalistas, enfocados al enfrentamiento bélico con Israel y la condena de la ocupación de Palestina, pero al convertirse en una víctima del terrorismo islámico abordó temas relacionados con este nefasto fenómeno, aunque siempre bajo la lupa de la censura oficial.  A pesar de lineamientos dirigidos a evitar la influencia occidental, algunas famosas  superproducciones norteamericanas se han filmado en escenarios egipcios, como lo fueron Los diez mandamientos, de Cecil B. de Mille y Lawrence de Arabia de David Lean, siendo esta última la cinta que dio a conocer a Omar Sharif, el único actor egipcio de prestigio internacional.

La guerra civil en el Líbano, el enfrentamiento entre Iraq e Irán y las guerras del Golfo también ofrecieron nuevos motivos para abordar la temática geopolítica y social, tanto por Egipto por otros países de la región, donde se destacan Líbano, Siria, Jordania e Iraq, e incluso el naciente cine palestino, mayormente enfocado al interminable conflicto con Israel y la creación de un estado autónomo. Arabia Saudita, en especial, jamás ha podido tener una industria cinematográfica solida a pesar de una cuantiosa renta petrolera, debido a sus estrictas tradiciones religiosas, pero los emiratos del Golfo, más liberales en ese sentido, han invertido frecuentemente en producciones egipcias o libanesas.

El cine del Magreb

En categoría aparte están las cinematografías de la región del Magreb (Túnez, Argelia y Marruecos) que, bajo la influencia del cine francés, italiano y español, han tenido una modesta producción en el último medio siglo, que mientras compiten con el egipcio en el mercado árabe por razones idiomáticas, cosechan premios en certámenes internacionales. Argelia, en especial, se ha dado a conocer con algunas cintas hechas en coproducción como la ambientada en Grecia pero filmada en Argelia, la laureada Zeta de Costa-Gavras, mientras La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo fue hecha en colaboración con Italia. Por su enfoque anticolonialista, esta última está disfrutando actualmente de un renovado éxito, a raíz de las guerras del mediano oriente, y el DVD recién editado, con entrevistas con sus realizadores, se ha convertido en auténtico best-seller en los mercados norteamericanos y europeos. Por su lejanía de los sitios con confrontaciones bélicas y la relativa seguridad que ofrecía (al menos hasta el reciente acto terrorista de Casablanca), el reino de Marruecos también ha sido muy utilizado como escenario de superproducciones ambientadas en el mundo árabe, como El viento y el León (con Sean Connery y Candice Bergen) y El mensajero de Dios, esta última una producción libio-libanesa dirigida por Mustafa Akkad (hecha en versiones árabe e inglesa), sobre en la vida del líder religioso, con Anthony Quinn personificando el tío del profeta e interpretando sus instrucciones, en vista de la prohibición que existe en la religión islámica de mostrar la figura de Mahoma y su verbo.

Aunque Irán no comparte la cultura árabe, su cinematografía también se ha orientado hacia motivos islamistas y nacionalistas, especialmente después de la revolución iraní de 1979, con una estricta censura oficial y múltiples restricciones religiosas (prohibición de mostrar la figura femenina, ninguna referencia al sexo) que han impedido un desarrollo armónico de su industria, en aras de glorificar los mártires de la revolución y los héroes de la guerra con Iraq. Sin embargo, la creciente liberalización del régimen, iniciada a mediados de los 90, ha permitido la producción de excelentes filmes que han triunfado en festivales por sus méritos estéticos y argumentales, al separar el aspecto ideológico del puramente cinematográfico. Y ahora sobresale el joven Bahman Ghodabi, quien acaba de dar prestigio a la cinematografía de su país con Las tortugas pueden volar, y quizás su filme llegue incluso a ganar el Oscar de 2005 en vista de que es la candidata oficial de Irán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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