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Medalla devaluada - por Alexis Márquez Rodríguez
domingo, 9 enero 2005

 

 

No sólo las monedas se devalúan, también pueden  devaluarse las medallas. Sólo que, mientras la devaluación de la moneda es de carácter material y contable, e incide poderosamente en la actividad económica, la devaluación de las medallas es sólo de carácter moral, y no tiene una incidencia real en la vida del país.

 

Semanas atrás, en ocasión de su viaje a España y otros países, el presidente Hugo Chávez hizo una visita a la Universidad  Complutense, de Madrid, de muy vieja tradición y la más importante universidad española, y allí recibió, de manos del rector, una medalla honorífica. Por considerar tal condecoración como una afrenta, un centenar de profesores universitarios venezolanos enviamos al rector de la Complutense una carta de protesta. Ahora el rector nos ha respondido, aclarando que tanto la visita a la Universidad, como el  otorgamiento de la medalla se hicieron a petición del embajador de Venezuela en España, y que ante semejante solicitud el gobierno  universitario consideró que negarla  constituiría un  desaire a un país amigo. Lectura obligada de esta aclaratoria es que la condecoración, a juicio de los que la concedieron, no fue otorgada por méritos reales, sino en cumplimiento de eso que en el derecho internacional se conoce  como cortesía diplomática.

 

En el texto de la carta del rector se transparenta la molestia  que hubo de causarle la petición del inefable embajador venezolano. Y hasta pareciera leerse entre líneas que nuestra carta de protesta fue bien recibida por el alto funcionario, por cuanto le daba ocasión para manifestar esa molestia, y de ese modo borrarse al menos un poco la raya que aquella condecoración le había producido.

 

Todo el mundo sabe, aquí, en España y en cualquier otra parte, cómo esos premios –condecoraciones, doctorados honoris causa, etc– se otorgan la mayoría de las veces, o al menos muchas veces. Nadie duda de lo justificados que son esos honores en algunos casos, cuando se conceden a personas que realmente lo merecen. En estas ocasiones casi siempre los agraciados son figuras  prominentes en sus respectivos oficios o actividades, como son las letras y las artes, las ciencias, le enseñanza, el deporte, la religión, etc., cuando quienes los distinguen son las instituciones  universitarias o afines. Pero cuando se otorgan a personas que no reúnen méritos en esos campos específicos, el “honor” resulta  sospechoso. Los jefes de estado, y los políticos que lo son exclusivamente, sin otros méritos intelectuales visibles, suelen ser distinguidos con condecoraciones apropiadas para ellos. Si a un político venezolano el gobierno español le otorga, pongamos por  caso, la Orden de Isabel la Católica, no resulta extraño, aunque  pudiera considerarse injustificado por los escaso méritos del condecorado. Pero que a esos mismos personajes se les conceda una condecoración universitaria o un doctorado honoris causa inevitablemente induce a la malicia.

 

Lo insólito en este caso, un verdadero exabrupto, es que el embajador venezolano en España haya sido tan torpe en su desempeño diplomático. Pues era obvio que el presidente Chávez  no reúne los méritos que tal honor supone; pero, además, puesto el  embajador en el trance de gestionar en la Complutense la visita y la medalla, bien por iniciativa propia –¿un ejercicio de adulación?– o porque se lo ordenasen desde Caracas, lo apropiado era que se hiciese la gestión a través de terceros que garantizasen la eficacia y la confidencialidad de la petición, y no directamente ante la máxima autoridad de la Universidad. De ese modo no se incurría en el desplante de poner a las autoridades universitarias en una situación incómoda y molesta, porque, como bien lo señala el rector en su carta de respuesta, negarse a aquella solicitud podría interpretarse como un desaire a un país amigo. Y al hacerlo como se hizo, además, el embajador  corría el riesgo de que ocurriese lo que ocurrió: que el rector de la Complutense echase el cuento, y de ese modo la medalla concedida se devaluara a su mínima expresión.

 

En un país serio lo mínimo que debiese recibir este embajador sería una reprimenda de la cancillería.

 

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