No
sólo las monedas se devalúan, también pueden devaluarse las
medallas. Sólo que, mientras la devaluación de la moneda es de
carácter material y contable, e incide poderosamente en la
actividad económica, la devaluación de las medallas es sólo de
carácter moral, y no tiene una incidencia real en la vida del
país.
Semanas atrás, en ocasión de su
viaje a España y otros países, el presidente Hugo Chávez hizo
una visita a la Universidad Complutense, de Madrid, de muy
vieja tradición y la más importante universidad española, y allí
recibió, de manos del rector, una medalla honorífica. Por
considerar tal condecoración como una afrenta, un centenar de
profesores universitarios venezolanos enviamos al rector de la
Complutense una carta de protesta. Ahora el rector nos ha
respondido, aclarando que tanto la visita a la Universidad, como
el otorgamiento de la medalla se hicieron a petición del
embajador de Venezuela en España, y que ante semejante solicitud
el gobierno universitario consideró que negarla constituiría
un desaire a un país amigo. Lectura obligada de esta
aclaratoria es que la condecoración, a juicio de los que la
concedieron, no fue otorgada por méritos reales, sino en
cumplimiento de eso que en el derecho internacional se conoce
como cortesía diplomática.
En el texto de la carta del rector
se transparenta la molestia que hubo de causarle la petición
del inefable embajador venezolano. Y hasta pareciera leerse
entre líneas que nuestra carta de protesta fue bien recibida por
el alto funcionario, por cuanto le daba ocasión para manifestar
esa molestia, y de ese modo borrarse al menos un poco la raya
que aquella condecoración le había producido.
Todo el mundo sabe, aquí, en
España y en cualquier otra parte, cómo esos premios
–condecoraciones, doctorados honoris causa, etc– se otorgan la
mayoría de las veces, o al menos muchas veces. Nadie duda de lo
justificados que son esos honores en algunos casos, cuando se
conceden a personas que realmente lo merecen. En estas ocasiones
casi siempre los agraciados son figuras prominentes en sus
respectivos oficios o actividades, como son las letras y las
artes, las ciencias, le enseñanza, el deporte, la religión,
etc., cuando quienes los distinguen son las instituciones
universitarias o afines. Pero cuando se otorgan a personas que
no reúnen méritos en esos campos específicos, el “honor”
resulta sospechoso. Los jefes de estado, y los políticos que lo
son exclusivamente, sin otros méritos intelectuales visibles,
suelen ser distinguidos con condecoraciones apropiadas para
ellos. Si a un político venezolano el gobierno español le
otorga, pongamos por caso, la Orden de Isabel la Católica,
no resulta extraño, aunque pudiera considerarse injustificado
por los escaso méritos del condecorado. Pero que a esos mismos
personajes se les conceda una condecoración universitaria o un
doctorado honoris causa inevitablemente induce a la malicia.
Lo insólito en este caso, un
verdadero exabrupto, es que el embajador venezolano en España
haya sido tan torpe en su desempeño diplomático. Pues era obvio
que el presidente Chávez no reúne los méritos que tal honor
supone; pero, además, puesto el embajador en el trance de
gestionar en la Complutense la visita y la medalla, bien por
iniciativa propia –¿un ejercicio de adulación?– o porque se lo
ordenasen desde Caracas, lo apropiado era que se hiciese la
gestión a través de terceros que garantizasen la eficacia y la
confidencialidad de la petición, y no directamente ante la
máxima autoridad de la Universidad. De ese modo no se incurría
en el desplante de poner a las autoridades universitarias en una
situación incómoda y molesta, porque, como bien lo señala el
rector en su carta de respuesta, negarse a aquella solicitud
podría interpretarse como un desaire a un país amigo. Y al
hacerlo como se hizo, además, el embajador corría el riesgo de
que ocurriese lo que ocurrió: que el rector de la Complutense
echase el cuento, y de ese modo la medalla concedida se
devaluara a su mínima expresión.
En un país serio lo mínimo que debiese recibir este embajador
sería una reprimenda de la cancillería.

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