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Chávez, la
máscara de
la cordura
por María Cristina Ortega
miércoles,
7 junio 2006
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Desde
que apareció en el panorama político nacional con su “por ahora”
y responsabilizándose por los hechos del 4 de febrero pude
intuir su potencia, sin poder vislumbrar en ese momento la
cualidad de sus efectos.
Como profesional de la salud mental ha generado en mí curiosidad,
y un estímulo al pensamiento, la comprensión de la verdadera
naturaleza del Teniente Coronel.
He compartido mis ideas con muchos colegas con quien he
intercambiado opiniones, pensando en términos diagnósticos; en
una posible organicidad cerebral por su biotipo, su conducta
repetitiva, escasamente imaginativa. Su naturaleza agresiva,
confrontadora, que lo mantiene exaltado, incapaz de relajarse
para dedicarse a actitudes meditativas. El escaso control de lo
impulsivo, que resulta en explosiones emocionales con fines de
descarga de la tensión psíquica acumulada, debido a la
incapacidad de elaboración mental. Sus ideas poco originales,
repetidas en forma interminable, sin añadirle la contribución
propia resultan acartonadas, lo que produce escasa flexibilidad
en el pensamiento y en la actitud. El pensamiento no logra
expresarse sintéticamente, por lo que su discurso resulta
extremadamente prolijo, lo que lo hace interminable, equiparando
lo accesorio con lo esencial. La carencia de capacidad reflexiva
y de contención de las pasiones primitivas son características
que resultan inadecuadas y nefastas para cualquier conductor de
destinos humanos.
Por otra parte, los rasgos de personalidad narcisista también
están presentes en este personaje: el sentimiento de
grandiosidad que se revela en su discurso pomposo, donde se
manifiesta la imperiosa necesidad de ser admirado, de producir
sorpresa, pasmo o estupefacción, más que de transmitir un
mensaje claro, coherente que sirva de directriz a un país y a
sus integrantes. No puede soportar disensiones, críticas,
interrogantes o peor aún indiferencia. Por ello no ha permitido
el desinterés de ninguno de sus conciudadanos, ya que en su
fuero interno le es más soportable la ofensiva que la
indiferencia. Y así el país entero se mueve en la confrontación
que él genera para alimentar su soberbia y autosuficiencia.
De esta manera, sus logros son exagerados y sus talentos
sobredimensionados. Se nutre con fantasías de éxitos ilimitados,
el poder lo embriaga y lo hace adicto. Se siente especial, y los
que no comparten su idea se transforman en “otros”, no
diferentes, sino enemigos potenciales hacia los cuales debe
dirigir toda su fuerza agresiva. Como el “otro” no puede ser
reconocido en sus diferencias, sentimientos o necesidades se
carece de empatía para contactar con él. Por ello es incapaz de
colocarse en otra perspectiva que no sea la propia.
Con frecuencia se siente envidioso de los “otros”, por tanto los
ataca sin piedad intentando destruirlos, desaparecerlos y no
tener así que lidiar internamente con el malestar que la envidia
le genera. Se defiende de estos sentimientos con arrogancia y
altivez, esperando compensar lo que muy dentro de sí sabe que le
falta y que el “otro” pudiera tener.
Sin embargo, los rasgos de personalidad que posee en alto grado
y que resultan los más peligrosos son los psicopáticos o
sociopáticos, ya que son éstos los mayores responsables de los
sufrimientos que ha ocasionado a la nación.
Los trastornos psicopáticos de la personalidad se alimentan de
fuentes psicóticas revestidas de una apariencia de normalidad,
lo cual le permite mantener relaciones superficiales con las
demás personas pero sin establecer vínculos profundos, sin
interesarse u ocuparse genuinamente del otro. Estas
características dieron el nombre al libro de Hervey Cleckey “La
máscara de la cordura”, clásico de la materia publicado en 1941.
Son apreciables en el Teniente Coronel, un buen nivel de
inteligencia acompañado de cierto encanto superficial que tiende
a desvanecerse cuando se conoce en profundidad.
Resulta evidente el uso del engaño, la mentira y la insinceridad,
aunado a la ausencia de remordimiento o vergüenza; así como la
sorprendente capacidad de manipulación, con la que logra
utilizar a los demás y convencerlos de su credibilidad. Estas
características nos producen asombro, dejándonos sin aliento
ante declaraciones evidentemente falsas de él o de sus
seguidores, que se nos muestran como verdaderos “caraduras”.
Muchos de ellos comparten los rasgos psicopáticos produciéndose
asociaciones, alianzas o “gangs”, que por supuesto están
propulsadas por intereses comunes, y no por aprecio personal
genuino.
Posee serios impedimentos para lograr un juicio equilibrado y
ajustado a los eventos de la realidad global, lo cual sumado a
una incapacidad para aprender de las experiencias, lo confina a
un estancamiento mental sin progreso ni evolución.
Cuenta con un egocentrismo patológico que aparece domingo tras
domingo en sus programas televisados “Aló Presidente”, cuando
utiliza largas y valiosas horas a hablar de sí mismo y de sus
propias vivencias, proyectándolas a nivel de interés nacional.
Incapacidad para el amor, pobreza y superficialidad en sus
relaciones afectivas, donde escasea la consideración, el respeto
y el buen trato, sustituyéndolo por el sarcasmo , la burla y el
desprecio.
Se aprecia en él impulsividad, irritabilidad y agresividad
exacerbadas que sumadas a las características anteriores lo
lleva a obviar los peligros a que pueda exponer o los daños que
pueda ocasionar a otras personas. Atendiendo sólo a sus propios
beneficios.
El uso de estos mecanismos psicológicos, apaciguando las
tensiones internas, se vuelve adictivo, lo que lo imposibilita
para apreciar la realidad como el resto de los seres humanos.
La adicción continúa su escalada de lo falso, a lo criminal, a
lo macabro, a la violencia asesina y al uso de todo lo que
siembre el pánico ajeno de lo que la adicción se alimenta. Sin
embargo, la falta de juicio y de una correcta apreciación de la
realidad puede conducirlo a cometer errores fatales que lo
comprometan indefectiblemente.
Por otra parte podemos considerar su forma predominante de
funcionamiento mental como esquizo paranoide, tal como fue
descrita por la gran psicoanalista Melanie Klein, quien la
consideró la forma más primitiva de funcionamiento mental, donde
la organización del caos mental se establece en primer término
bajo la forma de división del mundo y del sí mismo en bueno o
malo. Lo bueno cuenta con todas las características positivas
por lo que se torna idealizado y perfecto, y lo malo con todas
las características negativas por lo que se vuelve denigrado e
infernal. Por ende, todo lo que es diferente es malo y
persecutorio y debe ser atacado. En esta suerte de estado mental
maniqueísta es imposible encontrar visiones integradoras de los
aspectos positivos y negativos del mundo y del sí mismo;
impidiendo entonces una correcta apreciación de la realidad
externa e interna. Por lo tanto la consideración por el otro, el
dolor por el daño ocasionado, el deseo de reparar lo dañado, la
gratitud por lo recibido resultan inalcanzables.
En esta posición mental las pasiones humanas universales: la
envidia, la voracidad, los celos, la ingratitud, el
resentimiento quedan de su cuenta, sin la posibilidad de ser
atemperadas por los elementos bondadosos de la personalidad.
Constituye una posición mental propia de los primeros estadios
de la mente, que queda inscrita como forma predominante de
funcionamiento si no se logran alcanzar niveles más avanzados de
evolución mental, o bien pueden alternar transitoria y
dinámicamente con éstos en situaciones de gran exigencia
psíquica.
En mi opinión, esto explica el por qué el discurso del
Presidente originado en esta forma de funcionamiento mental,
cala en personas que lo comparten ya sea en forma transitoria o
permanente. Su verbo despierta los demonios sin posibilidad de
moderarlos por otras instancias de la personalidad, no se
mezclan, permanecen divididos y por lo tanto se exacerba su
potencialidad letal. Los que tienen la suerte de contar con
niveles mentales más desarrollados pueden usar otros recursos y
es por ello que en medio de todo ese enfrentamiento cáustico y
sangriento aparecen fenómenos que nos reconcilian con ser
humanos.
Personajes como éste llegan a pueblos necesitados en el momento
propicio, se constituyen en la voz de una necesidad y de allí su
enorme potencia, ya que no hablan por sí solos sino con la voz
de un colectivo. En nuestro caso, el colectivo se sentía
defraudado por la acción de gobiernos anteriores, en especial la
gran masa desposeída que sentía las consecuencias de la
ineficiencia en el abordaje de los programas sociales. Por otra
parte necesitaba creer en valores que sentía traicionados tales
como honestidad, justicia, equidad. Chávez con esa percepción
acusada de las necesidades y debilidades del otro, con fines de
manipulación con que suele contar la psicopatía, logró captar
estos pedimentos y en ellos sustentó su campaña electoral, con
el éxito por todos conocido. Esta fue su máscara electoral.
Aunque soterradamente, se afianzó en el odio, envidia y
resentimiento de la población para captar su voluntad.
Las causas del resentimiento pueden ser muy justificadas, como
creo que es el caso en Venezuela, donde la injusticia social ha
prevalecido a pesar de que la nación ha recibido ingresos
abundantes, pero el uso de armas mentales tanáticas no busca en
realidad una reconstrucción y una reparación de lo dañado, no
busca un alivio al sufrimiento humano, no se basa en la
preocupación y el sentir por el otro, sino en el inmenso placer
de odiar y de destruir envidiosamente. La posición mental
adoptada mayoritariamente no permite transitar los caminos que
conducen a la armonía y a la paz. No es posible porque no se
cuenta con los recursos psíquicos de amor, generosidad y
valentía para ello.
Varios millones de personas cifraron su esperanza en la potencia
indudable de este líder pero no supieron ver la dirección de
esta potencia. Algunos pudieron discernir rápidamente las
fuerzas directrices de la misma: odio y violencia alimentadas
por la envidia, encubiertas bajo la máscara de justicia social.
A otros les fue más difícil y requirieron de muchas pruebas
antes de poder ver claro. Otros aún continúan engañados y
algunos comparten con él esta patología destructiva de alta
potencia letal.
Freud en su artículo “Psicología de las Masas y análisis del Yo”
(1921), nos habla de la pérdida de las características
individuales favoreciendo la formación de una masa anónima, por
ende, irresponsable; sin capacidad de voluntad ni de
discernimiento, altamente sugestionable pudiendo obedecer a
ideales nobles o crueles, heroicos o cobardes, pero en forma tan
imperiosa que queda abolido lo personal, incluyendo la auto
conservación.
Al perderse las inhibiciones se corre el riesgo de resultar
conducidos por los instintos al quedar la masa expuesta al poder
mágico de las palabras.
Por tanto, y tal como hemos visto no todo lo deseado por la
mayoría sería de por sí respetable, ya que puede ser el
resultado de fuerzas instintivas primitivas, pero lo que sí es
fundamental es “mantener un orden político donde todos puedan
querer libremente”, en palabras de Fernando Savater. Hasta ahora
el único orden social probado por los hombres donde se garantiza
la libertad para querer, pensar, opinar, existir es la
democracia. Es por ello que impedir su destrucción nos resulta
esencial.
El querer libremente preserva la diversidad, el intercambio, la
mezcla, imprescindibles para el crecimiento de la mente
individual y por tanto de la colectiva, único resguardo contra
el totalitarismo, tiranía o dictadura psicológica o social.
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Médico
Psiquiatra, Psicólogo Clínico, Psicoanalista de la
Asociación Venezolana de Psicoanálisis
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