Este
domingo 17 septiembre 2006, es día de elecciones en Suecia.
Una alianza de derecha: centro, moderados, populares y
cristianos se aprestan a enfrentar una socialdemocracia
hasta ahora apuntalada por los votos duros de la izquierda
tradicional y el compromiso de los ambientalistas.
Aquí
funciona una democracia limpia, impecable, transparente, en
cuanto a la libertad de escogencia. No hay captahuellas ni
cámaras que te vigilen el voto. Ni grupos contrarios que
públicamente se agobien entre si. No hay violencia ni
intimidación.
Todas esas
cosas han quedado relegadas a una etapa anterior al mismo
momento del sufragio. Etapa donde metódicamente se evalúan
resultados y se fabrican las adhesiones a una u otra
tendencia política. Así llegamos limpios de odio a la mesa
electoral, cuidadosamente preprogramados por la retórica
empírica de las toldas que vamos a defender. Conscientes que
nadie nos va a robar o manipular nuestra ya determinada
decisión.
Las sucias
manipulaciones que normalmente generan las ansias de poder
son más bien de oferta y demanda, de visiones posibles o de
demagógicas fábulas imposibles de implementar. Sólo nosotros
(bien solos en ese sublime momento crucial de votar)
deberemos separar lo plausible de lo quimérico, lo
pragmático de lo imposible, lo esperanzador de lo narcótico,
y votar para otorgar o votar para desautorizar.
Es un
“momento de la verdad” donde a plena conciencia podemos
embriagarnos con el deleite de disfrutar “el poder” en
nuestras propias manos; sintiendo que hasta la espontaneidad
tiene cabida en ese acto, que puede implicar tanto ruptura
como revalidación de lo establecido.
El próximo
fin de semana estaremos de fiesta en Suecia, recordándole a
las sociedades autocráticas y totalitarias del mundo que
nosotros sí nos atrevemos a disfrutar sin trampas del
sublime privilegio que implica un “garantizado” Sufragio
Universal Directo y Secreto.
Yo iré a votar donde me encuentre, tanto aquí en mi país
adoptivo, Suecia, el día 17 de septiembre de 2006, como en
mi país de origen (Venezuela) el día 3 de diciembre de este
mismo año esperanzador.
En Suecia
defenderé mis tendencias políticas y en Venezuela, no sólo
votaré por dichas tendencias sino incluso por algo más
imperante: votaré por la necesidad de recuperar esa
“garantía democrática” que ya casi estamos a punto de perder
totalmente.
Al margen
de por quién votemos, en el mismo segundo de soltar el
apreciado papel electoral habremos votado por algo más
sublime que nuestras simpatías políticas: habremos votado y
validado la permanencia de una praxis democrática universal.