El
caso de la Venezuela de hoy parece que violentará para
siempre la estrategia irresponsable que hasta ahora ha
permitido satisfacer las necesidades de subsistencia de la
izquierda-dura europea.
Quiero decir que
la praxis inconsciente de defender cualquier tendencia
izquierdista del tercer mundo, sin sopesar las verdaderas
intenciones de las mismas, les crea una peligrosa merma de
credibilidad ante la patente “farsa socialista” que ha
resultado ser la República Bolivariana de la Venezuela del
siglo XXI (cosa que deberemos agradecer a Chávez por los
siglos de los siglos).
A pesar de que
hoy el error se sigue cometiendo (el caso del apoyo sin
crítica a cualquier gobierno que se llame “revolucionario”),
no existen, o no se hacen análisis que permitan volcar luz
sobre las terribles y continuas equivocaciones de la ciega
vorágine “de las izquierdas burguesas europeas” quienes
desde su cómoda posición y con desenfrenada necesidad de
subsistir como “revolucionarios de salón”, avalan cualquier
propuesta con tal de que persista el barniz heroico que
satisface su autoimpuesta identidad.
Esta izquierda
senil sufre aun de enfermedades infantiles (pero
peligrosas), posiblemente renacidas de frustraciones
literarias, o de la impertinencia de querer encarnar héroes
míticos revolucionarios que ya no pueden existir en el
entorno sofisticado de una Europa dura y desarrollada, de un
mundo patentemente globalizado; globalización que les ha
permitido proyectarse (que contrariedad) y causar “necesaria
mella” en la interpretación de un mundo aparentemente “menos
sofisticado o subdesarrollado”.
Me quedo atónito
cuando confronto a individuos provistos del lenguaje
necesario para poder discernir sobre esta o cualquier otra
propuesta crítica intelectual, pero que contrariamente
niegan abordarla; o que, en el peor de los casos, insisten
en evadirla con fabulaciones explicativas sobre una supuesta
realidad construida desde los mitos que les impone la
defensa de sus propias quiméricas propuestas.
A pesar de las
probadas capacidades intelectuales de algunos interlocutores
“revolucionarios”, la mayoría se empecina en rechazar
categóricamente, ni siquiera como hipótesis, las
esencialidades que hoy se nos presentan como necesidades
manifiestas: como lo son el derecho a la libertad individual
y el derecho a un orden democrático correctivo de cualquier
inconstitucionalidad.
¿Será que se han
quedado viviendo en las ancianas realidades de un
Livingstone aventurero (el africano, por supuesto), o en el
mejor de los casos en las de un Conrad en “El Corazón de las
tinieblas”?
Porque, desde
que Sudáfrica se convirtió en Sudáfrica, esas vicisitudes
literarias del siglo pasado ya no satisfacen las
explicaciones que algunos individuos “modernos” y
revolucionarios nos pretenden imponer; ya que amparados en
una retórica sacada del mundo de la aventura, de la audacia
y del reconfortante descubrimiento del Edén, más bien se
alejan de las necesidades pragmáticas que rigen al mundo de
hoy.
Entonces no es sólo Hugo Chávez
el que está enfermo de heroísmos históricos, sino que toda
una cultura izquierdista internacional, alienada del derecho
de pluralidad política, ha hecho posible, y pretenderá
seguir haciendo posible, la subsistencia del mismo mal.
Esta reflexión
que hago sobre “la comodidad de las izquierdas del mundo
desarrollado”, no será una estulticia fácil de descartar, ya
que la misma es real y patente y se manifiesta en cada
momento político que se presenta en nuestra cotidianidad:
Irac, Irán, Zimbabwe, Cuba, Corea del Norte y ahora
Venezuela, entre otros ejemplos, siguen cosechando
fervorosos adictos por “la libertad”.
Es una izquierda
que a falta de oportunidades revolucionarias en su propio
patio, se ha visto obligada a constituirse en juez avalador
de lo que otros hacen; como es el caso que,
consecutivamente, reivindican cualquier atrocidad quijotesca
que “unos otros” le infrinja a los amenazantes molinos de
viento que atormentan su propio y desgastado discurso.
Perdonen que
mezcle en esta reflexión lo irreal y lo terrenal, pero es
necesario puntualizar que en este complicado “aquí y ahora”
que vivimos hoy (y perdonen la redundancia), necesitamos
aplicar alguna forma retórica amplia, tanto concreta como
abstracta, que eficientemente nos permita abordar, para
explicarnos con soltura, el origen de cualquier tendencia
política que afecte negativamente nuestro discurrir social.
En resumidas
cuentas, da tristeza constatar que estas personas, que con
su capacidad intelectual pudieran ser útiles al proceso de
trascender anquilosamientos históricos, sólo se dediquen con
fervor a eternizar y preservar modelos incongruentes y poco
aplicables en un mundo que desprecia, cada vez más,
cualquier disimulo institucional que cuarte la libertad
(llámese esta como se llame: mala democracia o buena
dictadura).
El papel de
“sacerdote protector” (de un mundo subdesarrollado) con el
que se autoinviste esta izquierda, me atrevo a especular, le
proporciona un subterfugio de identidad “digna” que les
permite disimular cualquier pusilanimidad o debilidad.
Es indiscutible
que siempre han existido grandes diferencias entre humanos y
humanos: desde estos alienados, manipulantes de realidades,
que he descrito en los párrafos anteriores, pasando por los
moderados Pilatos de la historia, y hasta llegar a los
honestos abanderados humanos que sí se atreven a enfrentar
la realidad tal y como es.
Todo parece
indicar que de ser cierto que en Venezuela estamos logrando
trascender la malquerencia que hasta hoy hemos tenido contra
el país, nada podrá evitar que logremos rescatar la frescura
que hasta ahora, trágica y crecientemente, hemos ido
perdiendo durante estas últimas décadas.
Para terminar, y
totalmente convencido de que es gracias a los admirables
frutos de una creatividad sin miedo, quiero referirme a
todos los “Manuel Rosales” que comienzan a florear en
nuestro país; Manueles que dedicados a trabajar
metódicamente, lograrán rescatar la dignidad que
definitivamente nos permita vivir en una Venezuela moderna,
justa, feliz y eficaz. En un país para todos. En un país
para querer y para jamás volver a traicionar. En un país
donde podamos nacer y morir en paz. En un país fuerte e
independiente, que pueda lograr infringirles un certero y
profundo golpe a las aves de rapiña de una extrema izquierda
internacional ladrona, arrogante y elitista, que nos
pretende seguir manipulando desde su comodidad.