Sin
restarle importancia al aplastante ventajismo del
oficialismo pero con los resultados en la mano, pienso en la
“estrategia” de los ni-ni. En este momento los ni-ni (entre
otros), con los indicios de manipulación (aún no probados)
durante el proceso electoral, deberían de disfrutar de
cierta legitimidad (y valentía) para manifestar, probar,
organizar y llevar a la victoria final a la oposición
venezolana.
Pero es todo lo
contrario. Para algunos, la razón de que Chávez se haya
encaramado en su “nuevo barco de papel absorbente”, es culpa
de esos cuatro millones de infelices que fueron a
legitimarlo. Y lo peor es que conjeturan que los que
ingenuamente votaron el 3D, ostentan la pretensión de
convencer al país de que algo “bueno” se ha ganado con tal
actitud (¡que desfachatez...!, gritan a cuatro vientos). No
hubiera querido traer a colación la legitimante abstención
de la Asamblea Nacional el día 15 de agosto, si no fuera un
ejemplo esclarecedor que por antonomasia describe la misma
situación (ya que parece que hay gente que tiene memoria
corta y me puede tildar de mentiroso). Sin embargo, en esa
ocasión, nadie habló de traición.
Tanta sabiduría
fustigante, cuando se sermonea luego de haber obtenido los
resultados buenos o malos de una acción, me ocasiona un
malestar difícil de disimular; ya que me molestan las
fustigaciones ventajistas que no aportan soluciones, sobre
todo cuando estas pretenden hacer leña de árbol jamaqueado.
No considero
tampoco, luego del resultado electoral obtenido, que la
oposición siga siendo (como algunos mantienen) un chiripero
“despreciable” (porque así suena cuando hablan) ya que es
precisamente eso lo que vamos logrando dejar atrás a pasos
acelerados. No aceptar que esta es una verdadera posibilidad
de trascender el pasado es obstaculizar un desarrollo lento
pero encaminado hacia una nueva realidad.
Prefiero
concentrar mis esfuerzos en el hecho incuestionable de que
Chávez no la lleva fácil, ya que posee una bomba de tiempo
entre sus propias fuerzas; una quinta columna insaciable que
a partir de febrero, cuando los adelantos navideños, los
pagos de campaña y las fiestas dionisíacas sean devoradas
por la inflación, comenzará a retorcerse ya no sólo
clavándose de manos a los árboles que circundan las
instituciones del estado, sino hasta en el seno de todas las
misiones de desarrollo social.
Cuando
irremediablemente (más pronto que tarde) comience la
inevitable administración de bonanzas con cuentagotas y los
necesarios controles sociales vuelvan a su justo lugar,
deberemos estar allí para socorrer a los indigentes y no por
proselitismo dadivoso, sino porque es allí donde queremos
llegar, donde tenemos que trabajar, donde tendremos que
traducir a idiomas entendibles, el tangible fracaso que
implica para todos esta propuesta de administración
estatal.
Sin una
significante mayoría (de todos los estratos), sólo
lograremos ser capaces de inmolarnos sin beneficio alguno.
Es por lo tanto una inmensa irresponsabilidad azuzar a la
rebelión, o incluso glorificar u omitir las consecuencias de
la misma. Es una irresponsabilidad también debilitar la poca
unión que hemos logrado. Y es una definitiva
irresponsabilidad jugar a conjeturas fantasiosas sobre
líderes sobrenaturales que sólo existen en las páginas de la
literatura fantástica.
No hay nada más
cursi que machacar que ya Venezuela nunca será la misma; eso
lo saben hasta los incapacitados. Lo importante es saber qué
será de ella, o cómo podremos moldear su futuro en aras de
lograr un bienestar social general.
Hoy sabemos con
certeza que tenemos a un Rosales honesto, sencillo y
decidido; y a un resto que lo acompaña (que no son mejores
ni peores que usted y yo), que, o se pliegan a la probada
honestidad y pragmatismo del líder, o sucumben con la
herencia de un pasado desvencijado dejando paso a este nuevo
tiempo que acaba de nacer.
Aquí nadie se
chupa el dedo (como algunos “expertos” ingenuamente
insinúan). Aquí todos sabemos, calladamente, tanto los
trampeados como los tramposos, en que suerte de situación
estamos metidos. Y estamos todos conscientes de que si se
cometió algún error de nuestra parte, fue tanto en la IV
como ahora en la V; y aún más: en agosto por las
consecuencias de una Asamblea Nacional ilegítima que hasta
el momento nadie se ha atrevido a desconocer.
Nuestro futuro
(si es que verdaderamente queremos rescatar el país) es
salir unidos a rescatar esa mitad de venezolanos, “chavistas
por necesidad”, que por razones de ineficiencia
administrativa pronto comenzarán a sufrir el mismo oprobio
que sufren y han sufrido todos los opositores de hoy.
Y eso no se hace
pataleando o mendingando ñapa por unos votos más (sin que
esto signifique claudicar a denunciar cualquier ventajismo o
irregularidad); sino que se hace con paciencia, honestidad,
trabajo, sudor y lágrimas de verdad.
Eso es hacer
política (como dijo Rosales); lo demás (el especular y
buscar la perfección absoluta a priori) es demagogia,
retórica gastada, decrépita manifestación de un tiempo que
no ha de volver jamás.
Tenemos lo que
tenemos y lo vamos a mejorar, no nos engañemos más.