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El fruto
de un odio
sembrado
por Liko Pérez
jueves, 6
abril
2006
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Las
monstruosidades gratuitas, como en “Crimen y Castigo” (de
Fyodor Dostoevsky), se han hecho cotidianamente presentes en
nuestro discurrir (siempre pensé, ingenuamente, que eran
sólo cosas de la literatura).
Estamos de luto de verdad (de múltiple luto), ya que es
imposible olvidar la triste y fresca historia de los
asesinados estudiantes de la Universidad Santa María
(asesinados por la misma policía de este gobierno) o del
empresario Sindoni (por la policía de Aragua), o nuestros
periodistas, como Jorge Aguirre entre otros (por algún
esbirro oficialista), o los soldados quemados (por
militares), los presos ejecutados en cárceles y retenes (por
descuido de organismos oficiales), o simplemente las muertes
violentas que cada día hacen que superemos las cifras de un
país en guerra.
No es la primera vez entonces, que experimentamos la
miserable circunstancia de una realidad que no quisiéramos
que fuera real; un aquí y ahora crudo y elemental (como
apuntó Aldous Huxley) que va más allá de nuestra
interpretación intelectual de realidad, que se nos va
imponiendo agresivamente como nefasto dictamen de la parte
más oscura y enferma de nuestra sociedad, con aval de
“legitimada ferocidad” desde el poder.
Todo lo que sucede, indiscutiblemente, es efecto evidente y
palpable de siete años de cultivo de odio, de minucioso
trabajo para la fragmentación de nuestra idiosincrasia, de
siete años de consciente acción perniciosa para transformar
nuestra benévola identidad de libertad en una identidad
psicópata, enferma, desvariada, facilista, inmediatista,
desesperada, abominable; igual que la identidad que
indiscutiblemente caracteriza a los que nos dan el ejemplo,
a los que, con maña, se han hecho del poder en nuestra
nación.
Esto es sólo el principio del calvario, ya que encendida la
mecha del destape (desahogo) de las frustraciones
“legitimadas” por este gobierno (invasiones, expropiaciones,
xenofobia, etc.), veremos crecer la intolerancia social
hasta niveles nunca vistos; o hasta que la sociedad
tradicional, cansada de la constante amenaza del malsano
oscurantismo que nos envuelve, reaccione de forma decisiva,
tajante, y acepte el reto de esta insana amenaza social que
ya no se puede dejar de combatir.
¿Que vale la vida de un escuálido? ¿Qué vale la vida de un
marginal? ¿Qué vale la vida de de un judío venezolano? ¿Qué
vale la vida de un verdadero extranjero?
Este gobierno ha sembrado y legitimado la semilla de la
discordia en la sociedad venezolana; hasta tal punto, que ya
ni siquiera sabemos quién es un “verdadero” venezolano
nacional (ya que todo huele fétidamente, cada vez más, a
irrestricto nacionalismo de estado, a vulgar fascismo no
disimulado).
No existen explicaciones que puedan ayudar este gobierno a
“desexplicarse” de la magnífica y espléndida ruina social (y
económica) en que nos ha terminado de hundir, ni del
escalante y descalabrado desarrollo social que vivimos en
cada segundo de mísera existencia.
El odio generado desde la altura del poder ha legitimado una
vez más una acción totalmente reprochable por la total
mayoría de un país que ha entendido y claramente rechaza
esta psicopatía institucional.
Asco, repugnancia, rechazo, angustia, son palabras que se
acercan a la verdad, al momento de tratar de describir la
realidad que vivimos hoy.
¿Hasta cuándo vamos a permitir que quienes nos mandan hoy
generen y promuevan tanta ultrajante bajeza?
Ya basta. Que no nos manden más. Que se vayan a su infierno.
Que nos dejen en paz. Que nos dejen vivir con un poco de
dignidad.
De ahora en adelante, será duro el esperar hasta diciembre.
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