No
nos queda otra alternativa sino la de ir a votar, para
obligar al oficialismo a volver a hacer trampa (Y sobre todo
hoy, cuando más debilitados se encuentran).
La reticencia de no ir a votar no se
sustenta entonces en la conocida trampa preprogramada por el
oficialismo, sino más bien se asienta en el desconocimiento
de las posibilidades de hacérselo lo más difícil posible,
para que de esa manera, con porcentajes difíciles de
maquillar, sintamos una legítima e inalienable razón de
salir a cobrar el 4D.
El ser ni-ni pasa entonces a ser una
posición favorable al poder establecido, y en ningún momento
una merma a sus posibilidades de supervivencia.
“Cobrar el voto”, se convierte de esta
manera en la piedra principal del único proceso factible que
disponemos para desahuciar la permanencia forzada del
régimen actual (cueste lo que cueste). ¿Pero cuál voto vamos
a cobrar?
El tuyo, el mío, el de nuestros vecinos, y
el de los que calladamente desaprueban la gestión de un
gobierno más elitista que cualquiera de los gobiernos de la
cuarta república. Un gobierno que no quiso, o no supo,
aprovechar la oportunidad de corregir lo que una gran
mayoría del país, equivocadamente, se esperaba de él en
1999.
Ocho años de constatada corrupción e
ineficiencia, de sectarismos, de mendingancias,
de oprobios, de engaños, de manipulaciones
indecentes y de flagrantes atropellos a los derechos
humanos, nos indican que ya no podemos dejar de actuar.
Votar es la última oportunidad que nos queda
para manifestar cualquier descontento (por muy recóndito que
lo llevemos dentro), y convertir ese sentimiento en algo
poderoso, tangible, a través de la potente acción de votar.
Lo único que podemos esperarnos esgrimiendo
una indiferencia democrática (al no votar), es un vacío de
posibilidades, una imposibilidad de hacernos sentir, una
sumisión total a los deseos totalitarios de un poder
elitista y dispuesto a cualquier cosa para mantenerse en las
dulzuras de los petrodólares que creímos serían para todos
los venezolanos.
Dólares que otros países han disfrutado:
como Bolivia, Argentina, CUBA, Uruguay y otros países de
África y Asia, o señores como Humala, el Correa ecuatoriano,
los Sandinistas, Putin o Zapatero, entre muchos otros, y que
probablemente podrán seguir disfrutando a cambio de apoyo
por dinero “contante y sonante”; incluyendo también en ese
carrusel de repartideras, a los pobrísimos partícipes de las
misiones y demás “forzados militantes” de programas
dadivosos de migajas demagógicas.
Lo que vamos a cobrar no es sólo dinero,
sino la posibilidad de desarrollarnos para ser
independientes de los regalos que cualquier elitismo de
turno pretenda repartir a quienes se vean forzados a
mendigar. Tenemos que eliminar el acto de mendigar, y eso no
se logra con limosnas, sino enseñando a individuos a ser
económicamente independientes.
Votar y cobrar es hoy, sin lugar a dudas,
una ecuación indisoluble para corregir estas
equivocaciones.
Pero pretender seguir cobrando (aunque sea
fallo, y al estilo bolivariano), es una degradante y
narcótica quimera preñada de dolorosa frustración (ya que
mientras dure el dinero, este endulzará, aunque sea poco),
pero cuando merme, con toda seguridad desaparecerán (se
esconderán) los actuales embuchados “bondadosos” que hoy la
financian con mano izquierda; con las sobras que ha ido
dejando la corrupción.