¿Qué hacer, que
será mejor?
¿Alzar los brazos y arremeter contra este mar de malévolos
obstáculos?
¿O dejarse morir, echarse a dormir o simplemente
soñar?
¿Integridad moral
o revanchismo?
¿O actuar en un mundo corrupto manteniendo la integridad moral?
Eso pensó Hamlet
ante el mar de calamidades que lo obligaron a enfrentarse a si
mismo. Y de esta manera las mágicas e inequívocas palabras que
describen la existencia de la libertad, se le hicieron presentes
en su más profundo yo: - Ser o no ser, ese es el dilema.
La historia se
repite y se repetirá eternamente; siempre tendremos que
enfrentarnos a la usurpación de nuestra integridad moral, a las
trabas que impiden ejercer nuestra legítima libertad. Siempre
necesitaremos ser luces que enmienden la adversidad; ya que son
estas preciosas y escondidas necesidades, las que fundamentan
nuestra integridad.
¿Entonces?
¿Votar o no votar? Ese es nuestro dilema
actual.
Nuestros brazos
son el voto; única herramienta viable que nuestro cuerpo,
parcialmente mutilado por esta creciente y malsana realidad, aún
puede ejercer dentro del marco de la sensatez.
Si no los alzamos
ahora, que aún disfrutan de la misma sana animosidad que
disfrutaron los de Hamlet en su momento, morirá nuestra actitud
de mantenernos íntegros, dormiremos aparentemente ausentes pero
eternamente inmersos en un sueño nada celestial; más bien un
insoportable sueño preñado de frustración, envuelto por el
abismo de una desconcertante oscuridad. Sería la ulterior
decisión de negar nuestro propio yo y desaparecer como
individuos.
Al margen de quien
gane, el voto es nuestra manera de mostrar que no abandonaremos
los ideales por los que podríamos, en su momento, dar hasta
nuestras vidas.
¿Votar o no votar?
Ese es nuestro dilema actual.
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