En
el ejercicio de hacerse preguntas para ver si afinamos el
entendimiento, descubrí una de esas contradicciones que
arrastran sus consecuencias. Hace 15 días escribía sobre lo
empalagoso del discurso oficial y su poder ideologizador para
transformar la militancia en fe ciega. Comenzaba el artículo
diciendo “víctima de un escepticismo quizás generacional, jamás
he sido capaz de aplaudir a un político. Es como una incapacidad
motriz, un pudor íntimo, una desconfianza de fondo”. Una aguda
lectora me envió un correo que fue como un rayo:
“Querido Eli, no te pongas bravo
pero tus palabras son una muestra de esas lluvias que trajeron
estos lodos, es decir, el desprecio de una gran cantidad de la
población hacia lo político”.
Junto a la tormenta de
preguntas que trajo el emilio, entré en el libro de Colette
Capriles “La Revolución como Espectáculo”, donde una de sus
tesis es que ante el desprestigio de la política surgió la
antipolítica, y con ella, la ilusión de que era posible acceder
al poder sin necesidad de las instituciones y los partidos. Por
ello, con manifestar en la calle activamente nuestros deseos
podrían lograrse, y ante la vileza de los políticos surgieron
como alternativa los medios, la sociedad civil, los militares y
la comunidad internacional. Fue así como mientras Hugo Chávez
acabó con los partidos y muchos venezolanos aplaudían este
particidio, la otra se sumergía en el discurso enardecido y
autócrata del presidente, quien ató los hilos de los partidos de
línea oficialista a su conveniencia para acumular poder y apoyo
político.
Ya que la palabra ha
aparecido cinco veces, vale la pena preguntarse ¿qué entender
por política? Capriles la define en un momento de su libro como
“una forma de búsqueda de identidad moral, de conciencia y de
estructuración de las pasiones”. Y fue allí, creo, donde el
chavismo le ganó la mano a la oposición: fue capaz de montar un
partido y amarrar otros para ofrecer (con todas sus
contradicciones, corrupciones, anacronismos, subsidios y
elasticidad moral) un proyecto político con el que la gente se
identifica y siente que logrará una vida mejor. Bañado de
legitimidad en controversiales comicios donde fue tomando
control de las instituciones, Chávez logró el poder por algo más
que carisma: jugó con las armas de la política mientras la
oposición, pero sobre todo, los ciudadanos opositores,
manteníamos distancia, desconfianza y desprecio hacia “lo
político” como si fuese un mal necesario para sacar al
presidente de Miraflores.
En esto tiempos
cuando el comentario es que no hay líderes, no hay oposición y
no hay partidos fuertes ¿de cuál política podemos hablar? De la
que nos toca construir a todos los ciudadanos, y sobre todo, de
la que debemos rescatar para que cumpla su cometido: ofrecer un
horizonte de esperanza y un camino para conquistarlo.
ebravo@unionradio.com.ve

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