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A diez disparos por muerto
por Lucy Gómez
sábado, 24 junio 2006

 

Ese día intenté salir del metro en Cacaito a las ocho de la mañana para una cita de trabajo. En uno de los pasillos que daba al centro comercial, un hombre increpaba a otro, regañándolo por meterse con una muchacha con pinta de oficinista, quién con los ojos muy abiertos, decía, “¡déjelo señor, déjelo, no vale la pena! ! ¡Déjelo señor!”. El otro le gritaba insultos a ella, mientras el defensor, que era bastante mayor que los dos, seguía pidiendo que la dejara tranquila. De pronto, el más joven dejó en el suelo el maletín y se le lanzó encima. El otro sacó de alguna parte un palo. Todos alrededor corrieron o se escondieron, mientras alguien llamaba a seguridad, que nunca apareció en los minutos en que los dos estuvieron a punto de medio matarse. Buen estreno del día, pensé.

El incidente, no muy lejano en el tiempo, lo dejé sepultado en los recuerdos hasta anteayer, cuando en esos apretones que se producen cuando uno trata de entrar a un vagón del metro a las 7:30 de la noche, quedó detrás de mí un joven de alrededor de 1,90 de alto y doble ancho. Más atrás, lo empujaban tres muchachas, que evidentemente no cabían sino quedando como unas estampillas contra la puerta del vagón. Una de ellas, pequeñita, la cogió con el muchacho. “Mira, correte, chico, empuja”. El otro le dijo pausadamente:” ¿Pero para dónde? ¿ no ves que no hay espacio?. Si sigo, aplasto a la señora (a mí) o a la chama aquella”. La otra siguió, ya gritándolo. Como no le hacía caso, se le lanzó encima, para pegarle en la cara con los puños en alto. Todo el mundo quedó “timbrado” como dicen ahora y la mujer que tenía a mi derecha se hundió apresuradamente hacia el fondo del vagón, mientras que el muchacho no sé que gesto haría, pues la boxeadora quedó un poco congelada e intentó con risas, ganarse al auditorio que la veía sin poderlo creer. En cuanto a mí, pensé en ganar el botón de alarma que me quedaba un poco lejos y declarar contra ella, si me lo pedían, en caso de que comenzara una riña en aquel tren atiborrado.

Al día siguiente, un chofer de camionetica recogió a un cojo en Plaza Venezuela y cuando llegó al El Silencio, un mendigo le pidió una cola. Como le dijo que no, porque ya llevaba gratis a una persona, el recogelatas la agarró a patadas y a piedras con el carro. Yo estaba viéndolo por la ventana y rogué porque el hombre arrancase rápido, no fuera a alcanzarnos.

La misma sensación de súbita descomposición del ambiente, de una explosión de amenazas y golpes, magnificada con tiros, corredera y miedo, la siento multiplicarse en al aire de todo el país. Se siguen repitiendo las explosiones estudiantiles en Mérida. Ya no sólo se trata de la manifestación contra una decisión del TSJ que eliminó de hecho la celebración de elecciones en la Federación de Centros, y provocó la entrada de la GN en el campus universitario, decisión detonante de la marcha ciudadana merideña de hace unos días. Total, uno está acostumbrado a que en las manifestaciones en Venezuela, puedan producirse situaciones de violencia, sobre todo después que los grupos de acción directa tienen patente de corso del gobierno. Pero lo que ha venido después es otra cosa. El miércoles por la tarde hubo un enfrentamiento a tiros en uno de los núcleos de la universidad, cuando los estudiantes veían un partido de fútbol en el cafetín de Faces, con el resultado de dos heridos y la destrucción de la sede de la vigilancia. Posteriormente una camioneta de la ULA que salía de la feria Internacional del Libro Universitario, fue detenida e inspeccionada en el centro de la ciudad, entre gritos y amenazas de quemar el carro, por policías y militantes del MVR.

En Caracas, se suceden los asesinatos en el 23 de enero de a diez disparos por muerto. Se trata del “grupo de trabajo", La Piedrita contra los Tupamaros, es decir, de enfrentamientos entre bandos chavistas. Dos muchachos de 18 años que veían otro partido, está vez de futbolito, fueron acribillados en la calle. Horas mas tarde, un grupo de familiares y amigos, fue a buscar venganza. Rastreaban a los asesinos, pero se encontraron a otros dos Tupamaros. Mataron a uno e hirieron gravemente al otro. La lista de acusaciones contra los Tupamaros es larga. Según los de la Piedrita, perpetran asesinatos, ejecutan actos de intimidación con armas de guerra, usan credenciales policiales, protegen a narcotraficantes. Los dos grupos se dicen revolucionarios y seguirán matándose.

En Puerto La Cruz, se suceden protestas de trabajadores por incumplimiento de las compañías que funcionan en el complejo Petroquímico de Jose. La Guardia Nacional arremetió contra los manifestantes. Hubo manifestaciones estudiantiles, 15 estudiantes detenidos, funcionarios golpeados, unas estudiantes arrolladas.

La ola de homicidios horrendos y los que se producen con ensañamiento, como el de los jóvenes del 23 de enero, el del editor chavista José Tovar y el del hermano del general Italo del Valle Alliegro, que tienen todas las trazas de asesinatos por encargo, esta marejada de violencia callejera, social, laboral que no se detiene, no provienen de la nada.

Según el vicepresidente José Vicente Rangel, a quién le preguntaron que hacer con el problema de seguridad, precisamente en Anzoátegui, la situación tiene que ver con los medios de comunicación, “con el mensaje mediático que estimula la violencia, ese es el mensaje que entra directamente al hogar”. Es una respuesta que evade una vez mas las responsabilidades de un estado modélico de la trasgresión, del uso masivo de la fuerza, de la brusquedad, de la iracundia, de la irritabilidad, de la ofensa y de la venganza, que impone su estilo precisamente mediante el abuso de su mensaje en todos los medios de comunicación, haciendo cadenas cada dos por tres y declarando día y noche en una actitud de proselitismo político.

Así es como en Venezuela, el Estado patrocina la creencia en que es a juro como se obtienen las cosas. Y que la única defensa que tiene el ciudadano es él mismo y su propia ley. Para empezar, cualquiera puede matar a otro, sin que nadie lo detenga. Basta con que haga ver que la víctima fue atrapada en un tiroteo “ entre bandas”, o que se “resistió al atraco”. Cualquiera puede estafar a otro, sin que nadie lo enjuicie, porque “no hay suficientes fiscales” o los jueces “están muy ocupados”. O, como dice Rangel, “necesitamos apoyo, no es una tarea solitaria del gobierno, sino de toda la sociedad”. Es así como sostiene que Jesse Chacón, ministro del Interior, “hace todos los esfuerzos increíbles por articular políticas” y mientras ellos “articulan” y “hacen todos los esfuerzos”, si alguien se quiere vengar, busca a unos sicarios, en vez de iniciar un proceso. Si se quiere derrocar a un presidente, lo primero que se le ocurre a uno es el triunfante ejemplo que se dio el 4F cuando el comandante Chávez hizo entrar un tanque en Miraflores para acabar con Carlos Andrés Pérez, una saga ejemplarizante ya que el poder Electoral, no ofrece las suficientes garantías democráticas que le pide gran parte de la población. Si quiere acabar con los enemigos políticos, el gobierno les persigue colocándolos en una lista de apestados a quiénes no se contrata, no se emplea, se les retrasa toda gestión que pase por la burocracia estatal, además de amenazar a quiénes los quieran usar en sus empresas, si por casualidad contratan con el gobierno. Si se quiere inclinar a voluntad los votos de un gobernante extranjero, se le compran bonos de su deuda, como a Néstor Kirchner en Argentina, se le financia la campaña electoral, como a Ollanta Humala en Perú, se le pagan avisos de la Constituyente, como a Evo Morales en Bolivia o se le ofrece una refinería como a Martín Torrijos. Si el presidente de marras no se inclina hacia el lado que quiere el gobierno venezolano o simplemente no acepta “ el donativo”, se le insulta y amenaza como a Toledo, a Fox o a Alan García. Ese es el ejemplo cotidiano transmitido por los medios de comunicación fielmente, día a día, grosería tras grosería, empujón tras empujón, acusación tras acusación, soborno tras soborno.

Lo importante, no es sólo que detectemos que estamos inmersos en un mar de violencia que no terminará fácilmente, sino que debemos hacer como personas y como sociedad. Para otros pueblos no ha sido fácil salir de esta seguidilla de muertes, de chantaje, de empujones políticos y de los otros. La historia no es como en los cuentos de hadas, no siempre hay final feliz. La propuesta actual es que sólo violando la ley se puede ser oído y respetado. Ceder a esa propuesta es someterse a los dictados de nuestra violencia institucional.

lucgomnt@yahoo.es    

 
 
 
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