“Drume negrito,
que tu mama está en el campo, negrito
Te va a traer
codornices
Para ti
Te va a traer
rica fruta
Para ti
Te va a traer
muchas cosas
Para ti”
Negrito,
negrita. Negra. Ven acá negra. Estás buena negra. Te quiero
negra.
¡Mire negra. venga acá!. Toda mi vida en Venezuela he sido eso,
una negra.
Una negra
querida. una negra respetada, una negra adversada, Una negra
atravesada. No una afroamericana. Nadie me lo ha dicho jamás.
“Epa, afro”.
¿Cómo le podríamos decir al representante de los afroamericanos
chavistas de Venezuela, a quién le da pena que le digan negro?
Yo sé que eso
es un asunto geográfico y cultural. Una ofensa en otras tierras.
En
Venezuela, donde yo tengo tres hijos, uno blanco con rasgos de
negro, una negra con rasgos de blanca y un gocho con cara de
indio, ser el negro de alguien es ser acunado en el amor, en el
consentimiento, en el respeto. Es más, como muestra de gran
amor, a los hombres que uno quiere, les dice “mi negro”, aunque
sean blanco rojo.
Ahora unos
“periodistas” que dicen estar por la verdad y que hace poco
propusieron que nos convirtiéramos en informantes de la
policía, por aquello de demandar a Globovisión porque no habían
alertado a las autoridades de la fuga de Carlos Ortega, quieren
que en vez de convertir la fuga en noticia, croemos como sapos.
Y luego, se muestran muy preocupados porque en las campañas
electorales de Venezuela, se denigra según ellos de la gente
negra, porque el candidato de la oposición, Manuel Rosales,
ofrece una tarjeta de subsidios que se llama “la Negra” .
No les molesta
por supuesto que exista una campaña del gobierno, basada en la
propaganda de una misión llamada Negra Hipólita, que fue una
negra muy querida
pero esclava de
la familia Bolívar. Los Bolívar nunca la liberaron porque la
emancipación de los negros en Venezuela, no fue un issue
político en ese tiempo.
La oposición
podría decir, que aparte del amor que le tuvo a su aya el
Libertador, es una mácula del gobierno poner a una esclava como
emblema de una de las misiones del gobierno. Pero no los vimos
así.
Lo que
fastidia, es que nos quieran imponer una discriminación que no
es tal. Es una falacia, como aquella de que ser periodista es
una oportunidad para ser sapo o informante de los cuerpos de
seguridad. El carro delante del caballo.
Es precisamente lo contrario. Ser periodista es poner la
información y el derecho a su acceso de toda la comunidad, por
delante del poder y su eternización por medio de recursos
policiales o de seguridad de cualquier régimen, sobre todo de
los autoritarios.
Tontos hay en
todas partes. Son esos mismos que en Venezuela denigraban de
los inmigrantes españoles y portugueses, por no comprender
su tozuda inclinación al trabajo que les permitiría traer a sus
familias desde Europa. Lo mismo de ver en los asiáticos una
gente extraña, indiferenciada a quiénes les decían, viniese de
donde viniese, el chino o la china. Son los mismos que han
molestado a las guajiras toda la vida porque usan bata o que no
comprenden a los piaroas y les molesta como se visten o como
huelen.
Hoy, en la
Venezuela llena de ciudadanos netamente urbanos, donde todos
somos mas iguales que cuando se declaró la independencia, ser “
el portu”, la “china”, “el catire”, “la negra o “el gocho”,
nunca ha sido un insulto. Y la mayoría de las veces, con solo un
mi por delante, se convierte en caricia.
¡Váyanse con su
odio para otro lado!
Yo seguiré arrullando a mis negros blancos, a mis blancos
negros, a mis catires margariteños, a mis chinos y a mis
guajiras, que también son “chinas”. Sin reverencias al poder,
sin diferencias por la piel, sino solamente por el grado de amor
al conocimiento, a la libertad, al trabajo, a la iniciativa
personal y al respeto a todos los seres, humanos o no.
Ah, y también por amor a ser como a uno le de la gana.
lucgomnt@yahoo.es