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Muerte geométrica 
por Lucy Gómez
sábado, 15 abril 2006

 

Es difícil vivir en un país dividido. Dividido no por las costumbres, la religión o la región a la que perteneces. Sino por razones políticas. Eso impone que aunque seas igual a todos los demás, eres diferente, porque se te ocurre pensar distinto sobre quien es el líder fundamental del país. O si el proceso que conduce es real o falso, mentiroso o luminoso. O si existe realmente en algún sistema político de nuestra época, gente que necesite un Comandante.

Es impresionante como en pleno siglo XXI, las evidencias, que son algo científico, se confunden en un escenario donde se impone la verdad oficial para garantizar la supervivencia del proceso revolucionario venezolano. Uno puede haber visto a una gente disparando sobre otras, tanques irrumpiendo en edificios de gobierno, casos de violencia que uno creía documentados.

Y resulta que, todo eso, según nuestros congéneres, ha sido un espejismo. Aquellos a quiénes vimos disparar contra 19 víctimas el 11 de abril, lo hacían en defensa propia, contra un ejército de desgraciados que querían arrasar con la constitucionalidad. Los tanques que irrumpieron en la casa de gobierno de Caracas el 4 de febrero de 1992, estaban impulsados por la gracia, tal y como si hubieran sido bendecidos por Pío XII o hubieran sido enviados de Santa Bárbara. Hemos estado engañados por nuestra equivocación fundamental.

Estar en contra de la corriente.

Bueno, uno no sabe si en realidad es la corriente. O si lo que pasa es que los de la corriente mayoritaria no se atreven a abrir la boca. Que también pasa. Yo no sé como es que en Venezuela, cuando en diciembre pasado, nadie salió de su casa a respaldar al Comandante y se registró ochenta por ciento de abstención de votantes en las elecciones parlamentarias, ahora supuestamente existen diez millones de votos para respaldarlo. (No dudo que el CNE los encuentre). Me atenaza la misma incógnita que cuando cayó el muro de Berlín. Centenares de hormigas humanas arrancaron el Muro pedacito a pedacito. Era el símbolo del poder del comunismo y de su triunfo sobre las hordas infectas del capitalismo, apoyado por los obreros satisfechos de Alemania oriental.


Bueno ¿y no estaban con la revolución? ¿O me van a decir que ese muro lo arrancaron nada más los berlineses occidentales?

En Rusia, cuando se acabó el régimen soviético y cientos de personas salieron con imágenes religiosas a la calle ¿que ocurrió? Supuestamente, setenta y cuatro años antes, se había acabado con los ritos, las monjas, los sacerdotes y por ende los santos, no por la represión, sino por el convencimiento interno de las desgracias que infligió el zarismo a las masas y el rechazo a la riqueza fementida del capital y las fábulas del cristianismo.


Lo que es cierto es que nada es cierto. Creía que éramos una colonia material y mental de los Estados Unidos y ahora estamos a punto de formar filas al lado de Irán, no de hacer ejercicios militares con los barcos gringos, asunto tradicional, sino al lado de Cuba y Siria.

Y estoy convencida de que será una experiencia distinta.

No sé si lo que estamos a punto de vivir es puro bluff, pero nada hay que nos toque tanto como la guerra y la sangre. Como será que por el caso de un secuestro de tres niños, torturados y asesinados, salió más gente a la calle que cualquiera que hubiesen convocado los políticos desde hace tres años.

Nada de lo que haga nuestro gobierno autoritario nos conmueve si no nos parte de arriba a abajo, recordándonos que nuestros hijos, nuestros maridos, nuestros padres, pueden ser vueltos polvo por el efecto de una ola política, que no controlamos.

Hay un proyecto internacional del Gobierno.

En Venezuela y ahora. El mismo fenómeno de los Estados Unidos y su guerra de Vietnam. Está bien. No votaremos en diciembre. No nos tomen en cuenta para construir ese proyecto que nos ignora. Pero cuando la “invitación” de ese mismo régimen es para unirnos a la parte del universo que provoca a la otra para obtener sangre, lágrimas, huérfanos y desolación, la cosa se pone diferente.

Si no me gustaba el loor continuo a Chávez, el color rojo omnipresente, las misiones asociadas con el culto a la personalidad, el despilfarro y el robo, vaya y pase. Me lo calaré, sin dinero y en el olvido. Pero pensar que llevarnos a una guerra puede ser tolerado por la mayoría, no solo por mí sino por el resto de la población, es otra cosa. No tengo ninguna necesidad de la progresión geométrica de la muerte.

¿Usted sí?

lucgomnt@yahoo.es    

 
 
 
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