Es
difícil vivir en un país dividido. Dividido no por las
costumbres, la religión o la región a la que perteneces. Sino
por razones políticas. Eso impone que aunque seas igual a todos
los demás, eres diferente, porque se te ocurre pensar distinto
sobre quien es el líder fundamental del país. O si el proceso
que conduce es real o falso, mentiroso o luminoso. O si existe
realmente en algún sistema político de nuestra época, gente que
necesite un Comandante.
Es impresionante como en pleno siglo
XXI, las evidencias, que son algo científico, se confunden en un
escenario donde se impone la verdad oficial para garantizar la
supervivencia del proceso revolucionario venezolano. Uno puede
haber visto a una gente disparando sobre otras, tanques
irrumpiendo en edificios de gobierno, casos de violencia que uno
creía documentados.
Y resulta que, todo eso, según
nuestros congéneres, ha sido un espejismo. Aquellos a quiénes
vimos disparar contra 19 víctimas el 11 de abril, lo hacían en
defensa propia, contra un ejército de desgraciados que querían
arrasar con la constitucionalidad. Los tanques que irrumpieron
en la casa de gobierno de Caracas el 4 de febrero de 1992,
estaban impulsados por la gracia, tal y como si hubieran sido
bendecidos por Pío XII o hubieran sido enviados de Santa
Bárbara. Hemos estado engañados por nuestra equivocación
fundamental.
Estar en contra de la corriente.
Bueno, uno no sabe si en realidad es
la corriente. O si lo que pasa es que los de la corriente
mayoritaria no se atreven a abrir la boca. Que también pasa. Yo
no sé como es que en Venezuela, cuando en diciembre pasado,
nadie salió de su casa a respaldar al Comandante y se registró
ochenta por ciento de abstención de votantes en las elecciones
parlamentarias, ahora supuestamente existen diez millones de
votos para respaldarlo. (No dudo que el CNE los encuentre).
Me atenaza la misma incógnita que cuando cayó el muro de Berlín.
Centenares de hormigas humanas arrancaron el Muro pedacito a
pedacito. Era el símbolo del poder del comunismo y de su triunfo
sobre las hordas infectas del capitalismo, apoyado por los
obreros satisfechos de Alemania oriental.
Bueno ¿y no estaban con la revolución? ¿O me van a decir que ese
muro lo arrancaron nada más los berlineses occidentales?
En Rusia, cuando se acabó el régimen
soviético y cientos de personas salieron con imágenes religiosas
a la calle ¿que ocurrió? Supuestamente, setenta y cuatro años
antes, se había acabado con los ritos, las monjas, los
sacerdotes y por ende los santos, no por la represión, sino por
el convencimiento interno de las desgracias que infligió el
zarismo a las masas y el rechazo a la riqueza fementida del
capital y las fábulas del cristianismo.
Lo que es cierto es que nada es cierto. Creía que éramos una
colonia material y mental de los Estados Unidos y ahora estamos
a punto de formar filas al lado de Irán, no de hacer ejercicios
militares con los barcos gringos, asunto tradicional, sino al
lado de Cuba y Siria.
Y estoy convencida de que será una
experiencia distinta.
No sé si lo que estamos a punto de
vivir es puro bluff, pero nada hay que nos toque tanto como la
guerra y la sangre. Como será que por el caso de un secuestro de
tres niños, torturados y asesinados, salió más gente a la calle
que cualquiera que hubiesen convocado los políticos desde hace
tres años.
Nada de lo que haga nuestro gobierno
autoritario nos conmueve si no nos parte de arriba a abajo,
recordándonos que nuestros hijos, nuestros maridos, nuestros
padres, pueden ser vueltos polvo por el efecto de una ola
política, que no controlamos.
Hay un proyecto internacional del
Gobierno.
En Venezuela y ahora. El mismo
fenómeno de los Estados Unidos y su guerra de Vietnam. Está
bien. No votaremos en diciembre. No nos tomen en cuenta para
construir ese proyecto que nos ignora. Pero cuando la
“invitación” de ese mismo régimen es para unirnos a la parte del
universo que provoca a la otra para obtener sangre, lágrimas,
huérfanos y desolación, la cosa se pone diferente.
Si no me gustaba el loor continuo a
Chávez, el color rojo omnipresente, las misiones asociadas con
el culto a la personalidad, el despilfarro y el robo, vaya y
pase. Me lo calaré, sin dinero y en el olvido. Pero pensar que
llevarnos a una guerra puede ser tolerado por la mayoría, no
solo por mí sino por el resto de la población, es otra cosa. No
tengo ninguna necesidad de la progresión geométrica de la
muerte.
¿Usted sí?
lucgomnt@yahoo.es